julio 2011 | Edición N°: año 50 No. 1269
Por: Esteban Ocampo Flórez | Asistente para la Promoción de la Identidad Javeriana Vicerrectoría del Medio Universitario



Seguramente muchos de nosotros conocemos algunos de los aspectos biográficos esenciales de la vida de este Santo, fundador de la Compañía de Jesús –junto con sus compañeros y amigos de París, donde realizó los estudios que le permitieran ordenarse sacerdote y predicar el Evangelio–, en la época de la Reforma. Muchas fueron sus enseñanzas, la mayoría de ellas derivadas de su propio testimonio de vida, de muchas de sus cartas, de las Constituciones de la Orden Religiosa “Compañía de Jesús”, a las que dedicó una parte importante de su tiempo y de su más grande legado: los Ejercicios Espirituales. Ignacio de Loyola sigue siendo fuente de inspiración para muchos seres humanos y sus actividades. Entre otras enseñanzas, en él podemos leer:

1. Una profunda convicción de que los seres humanos podemos experimentar la presencia de Dios en nosotros. No se trata de experimentar “la idea”, “el concepto” que tengamos de Dios, sino al Dios mismo, más allá de las palabras que lo nominan o de las imágenes que lo representan. Esta experiencia, vivida directamente por el Santo, la compartió y la sigue prodigando a través de sus más cercanos seguidores, los Jesuitas, pero también miembros de otras órdenes religiosas y laicos, con los Ejercicios Espirituales, que, como él mismo los define, son “todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mentalmente, y de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirᔹ. Siguen siendo entonces los Ejercicios una oportunidad privilegiada para vivir plenamente la experiencia de Dios.

2. La convicción de que hay dos operaciones que no son más que la cara de una misma moneda. Amar a Dios y amar al prójimo, pues son unidades indisolubles y mutuamente condicionantes. Dice el Papa: “el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo… el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables². De allí que, en perspectiva Ignaciana, la persona ocupe una centralidad y ello tiene grandes implicaciones para toda actividad humana, en particular para la educativa, en la cual, sin importar la época o el nivel, la persona es considerada como su razón de ser³.

3. La certeza de que no se puede llegar a Dios sin Jesús. Quien quiere llegar al Padre, debe hacerlo a través de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Tal como se presentara en la “visión de la Storta”, Ignacio tenía la plena convicción de que Dios Padre le ponía con su Hijo(4), pues “la humanidad de Cristo salió de Dios para regresar a Dios”(5). Enseña Ignacio que quien quiere comprender la grandeza del Padre debe vivir las enseñanzas de Jesús, “incorporar” su palabra, actuar acorde con sus mandatos. Comprenderle implica acercarse a la persona revelada de Jesús()6.

4. Nos hace un llamado a considerar el valor del desprendimiento(7), como capacidad para “vaciar-se” en un mundo que llama a la acumulación y el consumo. ¿Cómo lograr comprender al otro, si estoy suficientemente ocupado conmigo?, ¿si ya estoy “pleno” de mí?, ¿qué espacio queda para el otro? Y más aún: ¿cómo llenarse de Dios, si no hay espacio para Él en nuestra vida? Cuando tenemos demasiados apegos, la vida se nos hace pesada; el lugar para hacernos con otros (personas, objetos, naturaleza, principios) se hace cada vez menor y, con ello, ser capaz de desprenderse en un mundo que reclama la felicidad en la acumulación, en el tener; es una virtud que enseñó Ignacio y que convendría mucho recordar, si en verdad queremos que nuestra vida sea plena en el seguimiento a Jesús a través del servicio a los demás, especialmente a quienes más necesitan de nuestra presencia.

5. Nos recuerda la bondad que hay en todo lo creado(8)y, de manera especial, en las criaturas, sin desconocer ingenuamente la realidad de dolor, desorden y maldad que existe en el mundo. Tener una visión positiva de las personas renueva el propósito de la entrega a través del servicio, con la certeza total de que las personas serán terreno abonado, en el cual las acciones cimentadas en el amor rendirán fruto. El cuidado de la persona tendrá entonces fundamento en ello. “La relación positiva con el mundo no se basa en un optimismo fácil, ni en la ingenuidad de Ignacio, sino en el reconocimiento que todo bien es un don de Dios”(9) Por ello, debemos dedicarnos con todo entusiasmo a contribuir en la re-creación de este mundo, desde nuestro quehacer y, en particular, desde nuestro compromiso universitario con las ciencias, la formación y el servicio a la sociedad.

1 E. E. Primera anotación.

2 Benedicto XVI, Deus caritas est, Dios es amor. Primera carta encíclica. Madrid. San Pablo. 2006. P. 35. 3 Kolvenbach, P.H. S.J. La Pedagogía Ignaciana Hoy. Villa Cavalletti, 1993.

4 Autobiografía, N° 96.

5 Dhôtel, J.C. ¿Quién eres tú, Ignacio de Loyola? República Dominicana: Sal Terrae. 1984. P.43.

6 Rhaner, K. Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuita de hoy. Sal Terrae. 1990.

7 E. E. N°23

8 E. E. 237.
9 Kolvenbach, P.H. La Espiritualidad Ignaciana. Cuba, 2007.