La conmemoración del Bicentenario de la Independencia
Columnista invitado
Nuestra memoria común, como colombianos, nos advierte que el 20 de julio de 2010 debemos conmemorar dos centurias de vida independiente. Sin embargo, no puedo dejar de advertir que sólo las generaciones formadas en el canon de la historia patria tienen clara su importancia y significado. Cabe preguntarnos, entonces ¿qué le pasa a nuestra memoria común? No pretendo responder esta pregunta en profundidad pero, al menos, sí advertir que como tal, dicha memoria pierde fuerza en las nuevas generaciones si los elementos que la mantienen viva no se activan con la potencia que es necesaria para que tales eventos aparezcan en nuestra conciencia como un recuerdo importante, esto es, necesario de no olvidar, pues se vincula a nuestra identidad como nación. Y esto es lo que ha pasado en los últimos años. Tanto en la escuela como en otros medios se ha desdibujado esa certeza que tenían nuestros padres y abuelos. las crisis sociales e ideológicas de los últimos decenios arrastraron consigo a la independencia, perdiendo así su valor como principio fundante del estado y de la Nación.
La solución no es retornar a los textos de historia patria. Tampoco lo es revivir los héroes y cifrar toda explicación en sus acciones y propósitos, por loables que hubieran podido ser. Los años transcurridos no han pasado en vano y ya cruzamos un umbral del cual no hay regreso posible: necesitamos un nuevo pasado, una memoria rejuvenecida.
Al respecto, quisiera proponer dos breves reflexiones relacionadas con la memoria común y lo que conmemoramos como colectividad: Primera, la fiesta, en su repetición, logra mantener como recuerdo un hecho de importancia para la comunidad. Sin embargo, ella es igualmente regeneración y, por lo mismo, celebración ritual. No basta, entonces, con mantener presente en el calendario un recuerdo ya que su vigencia se alimenta igualmente en el modo como participa la comunidad en el festejo asociado a dicha evocación. En el último siglo hemos pasado de festejar el 20 de julio mediante ceremonias religiosas, discursos públicos, concursos literarios, eventos musicales y veladas familiares a la contemplación pasiva de un ajeno desfile de fuerzas militares y la instalación del Congreso de la República. ¿es este cambio en realidad una pérdida y, si lo es, de qué? ¿en una conmemoración pública es conveniente la separación absoluta entre actor y espectador?
Segunda, la memoria, individual y colectiva, contiene tanto lo que se olvida como lo que se recrea periódicamente por su valor fundante y, no menos importante, lo que se mantiene validado como historia común. Vale la pena preguntarnos, respecto del olvido, por aquello que nunca estuvo en el calendario y por lo que fue abolido como resultado de una decisión de poder. en este sentido, refiriéndonos sólo a la agenda oficial de conmemoraciones, es posible formular diferencias entre fiestas del estado y fiestas de la Nación: las primeras son memoria pública y, las segundas, memoria común. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando la memoria pública reemplaza por completo a la memoria común?
Pensar el bicentenario de la Independencia como una restauración de la memoria común y una resignificación de la pública es, dado lo anterior, lo que nos hemos propuesto como programa del Ministerio de Cultura para dicha celebración .