Mayo 2009 | Edición N°: año 48 No. 1247
Por: Pedro Mejía Salazar | Pontificia Universidad Javeriana



Ana Liliana Palacios terminó Enfermería en la Universidad Javeriana en 1997. Desde hace 10 años trabaja con Médicos sin Fronteras, ONG con la que ha recorrido países como Colombia, Guatemala, Honduras, Etiopía, Kenia  y Yemen, viviendo las más duras realidades humanitarias del mundo.

“Entré por un anuncio de un periódico, un cosito así pequeñito, que decía que buscaban una enfermera comunitaria para trabajara con una ONG, no especificaba nada más, eran dos renglones y un apartado aéreo. Ahí empezó toda la odisea”. De esta forma Ana Liliana Palacios, egresada de enfermería de la Pontificia Universidad Javeriana, cuenta cómo llegó a Médicos sin Fronteras, entidad multinacional con la que trabaja hace 10 años y que la ha llevado a conocer no sólo las realidades del campo colombiano, en medio del conflicto, sino también los problemas de desplazamiento entre Guatemala y México, de hambre en Etiopía, de SIDA en Kenia y de refugiados somalíes en Yemen.

Llegó a la Javeriana muy joven, con ganas de ser enfermera con un enfoque comunitario. “La formación ignaciana me ha servido muchísimo en este trabajo, sobre todo por la visión social, que la he sentido más cercana por esta línea y por la forma en que entiendes el ser humano, como parte de un todo, de una sociedad, de una realidad; yo no veo el cuerpo, el hígado, veo un conjunto; trabajar en enfermería comunitaria implica una visión más integral”. Cuando terminó su Carrera hizo el rural y se vinculó con la Secretaría de Salud de Bogotá durante seis meses, después de los cuales encontró ese clasificado pequeñito que le cambió su vida. Empezó como personal nacional, trabajando primero con desplazados en Bogotá y luego en zona de conflicto, en Caquetá, por más de dos años.

Hasta ese momento prácticamente no había salido nunca de la capital del país. “Acá estás muy ajeno a todo, no conocía mucho, lo típico, sólo lo que veía en las noticias, que es muy distinto a lo que tú ves allá, antes no entendía las razonas de las cosas”, cuenta Ana Liliana. a pesar de haber recorrido el mundo, reconoce que en su propio país ha vivido una de las experiencias más fuertes. “Me impactó mucho al principio porque fue encontrarme de frente con la realidad, fue salir de un cascarón y ver directamente a las personas que están sufriendo el conflicto, que todos sabemos que no es de dos o tres años, es una cosa larga y que sigue”.Le impresionó ver filas “larguísimas” de campesinos que casi nunca ven un médico en su vida por las circunstancias de la zona, donde hay presencia de todos los actores armados, y a la que sólo se llega después de varios días de caminata por trocha. “eran filas de dos o tres días, niños y adultos, todos con sus dolencias, vacunas retrasadas, embarazos sin control…”. También ahí empezó a tener conciencia de los riesgos que debía asumir. “Varias veces he visto mi integridad amenazada de una u otro manera, pero dentro de nuestros principios está que somos voluntarios que enfrentamos riesgos”. Afirma que en Colombia la misión médica afronta amenazas a diario, secuestros y asesinatos, que prácticamente no salen en los medios. Luego hizo un máster en salud pública y gestión sanitaria en España, y empezó su correría por el mundo como despatriada de Médicos sin Frontera.

Su primera misión en otro país fue en Guatemala en el 2002. Fue coordinadora de un proyecto sobre malaria y atención primaria de salud con los indígenas que retornaron de México, luego que se firmó la paz de la guerra Guatematelca. Después, en el sur del país, frontera con Honduras, trabajó en la atención de una enfermedad denominada chagas, sobre la cual no hay casi investigación y produce muchas muertes en zonas de pobreza.

En octubre de 2005 cruzó el Océano y llegó a Etiopía, donde trabajó por mejorar el acceso de la población a los servicios de salud y por atender los problemas de malaria, con tratamientos adecuados y oportunos, con una nueva terapia. “Luego surgió una emergencia en esa misma área, se estaba muriendo mucha gente, casi toda una comunidad, al parecer de malaria, el cuadro clínico era muy parecido, pero lo exámenes de laboratorio no salían, y después de una investigación se dieron cuenta que era leishmaniasis visceral”. La crisis llevó a abrir un centro de atención improvisado, donde surgieron otros diagnósticos por VIH positivo, tuberculosis y desnutrición, que llevaron a crear otro proyecto. en noviembre de 2006 empezó a vivir otra de las experiencias que más la ha marcado: Kenia. “Me nombraron coordinadora de un proyecto muy grande, teníamos que atender 5.000 enfermos de VIH. Fue muy satisfactorio por el alcance del proyecto, por las personas que se estaban mejorando o manteniendo en salud, y porque significó manejar un equipo de más de 200 personas”. Además por gestión suya se abrieron dos centros más para descentralizar la atención hacia la zona rural. Y su última misión, antes de regresar a Colombia a darse unas vacaciones, fue en Yemen. Allí trabajó durante el 2008, principalmente con refugiados, que ese año fueron cerca de 50.000 huyendo de la guerra en Somalia. A pesar de las dificultades, riesgos y los momentos tristes que ha pasado enfrentando tan duras realidades, su balance personal es positivo. “Ha sido toda una fuente de aprendizaje, no sólo el conocimiento académico o técnico, sino también una experiencia de vida al poder conocer de cerca otras culturas”