1 de abril del 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1306
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



“Debemos    volver    la mirada   sobre   la   universidad,  porque  esta  institución  tiene  una  especial relación  con  las  palabras y  los  libros:  unas  y  otros le  son  esenciales  para  su quehacer”.

 

Todo el tiempo nos encontramos con las palabras. Su presencia en la cotidianidad de nuestras vidas, a veces inadvertida, es en verdad impresionante. Las oímos cuando escuchamos la radio o alguien nos llama por teléfono; las pronunciamos cuando hablamos; también las vemos y leemos, en avisos y señales que abundan en calles, edificios o en establecimientos comerciales. Las palabras, portadoras de mensajes que activan nuestro pensamiento, constituyen un recurso extraordinario de comunicación. Con ellas expresamos ideas y sentimientos que pueden llenar de entusiasmo a una multitud; hay casos históricos de movilización de masas que tienen origen en la voz de un connotado orador. Con las palabras se entretiene, se consuela, se aconseja y enamora. Con las palabras se puede hacer mucho bien o un daño inmenso, como cuando se calumnia o caen en las manos de un autor no identificado, y se convierten en habladurías y murmuraciones.
Sí, las palabras son un arma poderosa.

Ahora  bien,  las  palabras  se  entrelazan, en  una  combinación  variada  de  lógica  e imaginación,  para  formar  frases  y  versos, párrafos y estrofas, textos cortos o no, que al  final,  en  su  versión  escrita,  pueden  ser atrapados  de  manera  más  perdurable,  en ese  objeto  maravilloso  y  reconocido  universalmente,  que  llamamos  libro. Allí, en sus páginas, las palabras encuentran algo de seguridad, -ya no “se las lleva el viento”-, disfrutan del descanso y esperan sin afanes, la mirada del lector que se acerca a la vitrina de una librería o los estantes de una biblioteca. ¡Y qué no hay hoy en los libros! Se trata de un mundo fascinante: diversidad casi infinita de temas, distintos formatos, con ilustraciones o sin ellas, unos muy voluminosos, otros no, algunos costosos, la mayoría, económicos; todos necesitan las palabras, así sean pocas, como en el caso de los libros de arte en los cuales la imagen lleva ‘la voz cantante’.

En cuanto a la elaboración de textos, cómo no recordar las épocas de la máquina de escribir, con cinta y papel carbón, bien distintas a la actual, de teclados, pantallas e impresoras. Y qué decir de la producción de libros, labor que hace unos pocos siglos estaba a cargo de los copistas en los monasterios; y hoy realizan imprentas de altísima tecnología que poco a poco han ido sustituyendo los talleres tipográficos donde el ingenio del ser humano, capaz de crear maquinarias asombrosas, se unió al talento de sus operadores en una labor casi artesanal.

Con justa razón merecieron estos saberes la denominación de artes gráficas. Dicho todo lo anterior, debemos volver la mirada sobre la universidad, porque esta institución tiene una especial rela- ción con las palabras y los libros: unas y otros le son esenciales para su quehacer, tanto para la transmisión del conocimiento como para su desarrollo. Con las palabras se establece la relación entre profesor y alumno que abre caminos, inquieta y provoca, que siempre acude a la pregunta y demanda respuestas; relación que se enriquece con los libros, escritos por el profesor, sugeridos por él, o descubiertos por el alumno. De esta forma, se logra crear un entorno académico que abunda en oportunidades para el aprendizaje y la creatividad. Por otra parte, los resultados de la labor investigativa, su divulgación, también encuentran en la elaboración de textos y su publicación, el medio para salir del ámbito propio y llegar a una población más grande. En este contexto, la tecnología ha jugado un papel significativo, estableciendo magníficas posibilidades de comunicación digital.

Es  oportuna  toda  esta  reflexión  acerca de las palabras y los libros, ahora que ha concluido  la  Feria  Internacional  del  Libro de Bogotá, evento que nos ilustra sobre la magnitud de la oferta editorial; y también cuando conmemoramos el 40º aniversario de la terminación de las obras del edificio de la Biblioteca General de la Javeriana, que desde hace unos años lleva el nombre de Alfonso Borrero Cabal, S.J., el rector que se empeñó en esta obra, y que como ninguno, fue también un maestro en el arte de la palabra.

Bien vale la pena, entonces, que recordemos la importancia del buen hablar y el escribir bien, de la lectura, indicadores del hombre y la mujer educados, condiciones que enfrentan nuevos desafíos en esta época de trinos, mensajes de texto y exaltación de la imagen, en la cual impera un ‘ya, fácil, rápido y desechable’, porque no hay tiempo ni interés en el mañana. Sin embargo, la cultura, en el sentido más noble del término, se refiere al acopio, depurado poco a poco, de experiencias, obras y conocimientos, que animan, explican, iluminan y dan proyección al momento presente. Debemos reconocer que gracias a las palabras y los libros, que por lo general sobreviven al autor, la memoria de la humanidad queda en buena medida protegida, la cultura se aquilata y el progreso se asegura.