1 de Mayo del 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1307
Por: P. Edwin Murillo Amaris, S.J | Decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.



Después  de  12  años  en  los  que Bogotá   ha   sido   administrada  por  gobiernos  con  algunas pequeñas  fortalezas  en  lo  social,  pero excluyentes con las otras localidades y zonas, dejándola en el caos actual, podría iniciar esta columna con un título más o menos así: “De ‘Petrolandia’ a la Bogotá que queremos”. Sin embargo, es mejor plantearse la pregunta que la encabeza.  En  medio  del  descontento  generalizado  por  la  administración  de  la ciudad que la ha caracterizado durante los  últimos  12  años,  Bogotá  vislumbra en su horizonte para 2016 un nuevo líder.  Ya  no  se  puede  pensar  si  será  de tendencia política de izquierda, derecha o  centro,  para  quienes  aún  creen  que en   Colombia   estos   posicionamientos existen  realmente  y  tienen  sentido.  El asunto  con  la  ciudad  es  cómo  la  configuramos  como  ese  espacio  de  convivencia en el que toda persona colabore con los principios ciudadanos mínimos, más allá de la clase social a la que se pertenezca, y las diferentes localidades permitan  sentir  a  la  capital  como  un todo, con sus respectivas particularidades de zona.

Ante todo, Bogotá necesita una per- sona que lidere realmente, teniendo en cuenta que liderar no es un asunto de tener “buena labia”, como se dice popu- larmente,  o  preferencias  por  un  sector social, o capacidad de “pelear” con tantos gremios que se abrogan el derecho de hacer lo que quieran con la ciudad. En perspectiva de alcaldía, liderar es saber  gestionar  y  administrar  lo  público. Es  decir,  tener  capacidad  de  diálogo, saber escuchar, acoger las diversas opiniones, consultar y, lo más importante, construir conjuntamente las prioridades en medio de la complejidad que caracteriza  una  ciudad  como  Bogotá  (es  lo que  el  mundo  de  los  administradores llama “saber planear”).

Lo  anterior  debe  ir  acompañado  de una  enorme  capacidad  para  educar  a los  ciudadanos  en  las  dimensiones  de lo cívico. Es urgente que volvamos a la época en que se sabía que el paso por la cebra es un mínimo de decencia ciudadana, que respetar al peatón es muestra de un conductor que se “coloca en los zapatos del otro”, que transportarse en Transmilenio  es  compartir  el  ir  y  venir ciudadano con deberes, que en la ciudad  convivimos  personas  de  todas  las regiones  de  Colombia  y,  así  mismo,  es la ciudad de todos. En últimas, que nos eduque  en  eso  que  “Bogotá  es  de  todos”, aunque algunos le añaden, “pero es de nadie”.

Un elemento clave que debemos tener  en  cuenta  al  momento  de  ir  a  las urnas en el próximo mes de octubre es pensar  cuál  de  los  candidatos  puede administrar nuestra convivencia y compromiso  ciudadano  en  y  con  Bogotá. Saber  administrar  lo  público  es  tener visión de conjunto y de futuro. Las políticas asistencialistas pueden ayudar a un solo sector de la ciudad (que reconocemos es numeroso), pero multiplican la enfermedad de los colombianos de esperar que todo nos lo den. “No hay que dar el pescado, se debe enseñar a pescar”, reza un adagio popular. Una ciudad como Bogotá demanda estrategias públicas de diálogo y concertación con todos los sectores sociales, reconociendo que en la configuración de lo público el consenso absoluto no existe, pero sí se  debe  tener  actitud  para  construirlo aún en medio del disenso. Para esto es vital rodearse de un buen equipo de asesores y apoyarse en las universidades como bastión que lo ayude a “pensar los problemas públicos”.

Un  buen  administrador  para  Bogotá debe ser capaz de encontrarse con todas  las  localidades  y  dialogar  respecto a las capacidades y necesidades de ese sector,  en  busca  de  una  priorización de  aspectos  a  trabajar  en  lo  público  y construcción de una corresponsabilidad por la ciudad como conjunto. Centrarse  en  ciertos  sectores  exclusivamente, mientras  se  estigmatiza  a  través  de comentarios  excluyentes  de  los  otros, es  polarizar  la  ciudad  misma  y  permitir que el caos actual nos mantenga en permanente quejadera, criticadera y en el “cada uno sálvese como pueda”.

Bogotá  no  se  merece  un  período  de fragmentación más. La tenemos al borde del caos extremo. Es el momento de recuperarla en conjunto y se necesita un líder-alcalde que sea capaz de aglutinar esfuerzos,  no  de  polarizarla  más.  Más allá  de  la  “fachada  de  color  de  partido” o del personaje nacional que sea, lo que la ciudad necesidad es una persona estratega que le quepa el concepto de ciudad capital en la cabeza y en el corazón. Hoy, más que nunca, tenemos la responsabilidad cívica de elegir a quien se merezca ostentar la misión de no ser alcalde simplemente, sino configurador de  lo  público  para  más  de  8  millones de habitantes e infinidad de problemas socio-económicos,  estructurales  (espacio  público,  movilidad,  pavimentación, seguridad, entre otros) y cultura ciudadana. O, ¿será que la mejor pregunta es (…) quién se lanza?