¿Qué perfil de Alcalde para qué Bogotá?
Después de 12 años en los que Bogotá ha sido administrada por gobiernos con algunas pequeñas fortalezas en lo social, pero excluyentes con las otras localidades y zonas, dejándola en el caos actual, podría iniciar esta columna con un título más o menos así: “De ‘Petrolandia’ a la Bogotá que queremos”. Sin embargo, es mejor plantearse la pregunta que la encabeza. En medio del descontento generalizado por la administración de la ciudad que la ha caracterizado durante los últimos 12 años, Bogotá vislumbra en su horizonte para 2016 un nuevo líder. Ya no se puede pensar si será de tendencia política de izquierda, derecha o centro, para quienes aún creen que en Colombia estos posicionamientos existen realmente y tienen sentido. El asunto con la ciudad es cómo la configuramos como ese espacio de convivencia en el que toda persona colabore con los principios ciudadanos mínimos, más allá de la clase social a la que se pertenezca, y las diferentes localidades permitan sentir a la capital como un todo, con sus respectivas particularidades de zona.
Ante todo, Bogotá necesita una per- sona que lidere realmente, teniendo en cuenta que liderar no es un asunto de tener “buena labia”, como se dice popu- larmente, o preferencias por un sector social, o capacidad de “pelear” con tantos gremios que se abrogan el derecho de hacer lo que quieran con la ciudad. En perspectiva de alcaldía, liderar es saber gestionar y administrar lo público. Es decir, tener capacidad de diálogo, saber escuchar, acoger las diversas opiniones, consultar y, lo más importante, construir conjuntamente las prioridades en medio de la complejidad que caracteriza una ciudad como Bogotá (es lo que el mundo de los administradores llama “saber planear”).
Lo anterior debe ir acompañado de una enorme capacidad para educar a los ciudadanos en las dimensiones de lo cívico. Es urgente que volvamos a la época en que se sabía que el paso por la cebra es un mínimo de decencia ciudadana, que respetar al peatón es muestra de un conductor que se “coloca en los zapatos del otro”, que transportarse en Transmilenio es compartir el ir y venir ciudadano con deberes, que en la ciudad convivimos personas de todas las regiones de Colombia y, así mismo, es la ciudad de todos. En últimas, que nos eduque en eso que “Bogotá es de todos”, aunque algunos le añaden, “pero es de nadie”.
Un elemento clave que debemos tener en cuenta al momento de ir a las urnas en el próximo mes de octubre es pensar cuál de los candidatos puede administrar nuestra convivencia y compromiso ciudadano en y con Bogotá. Saber administrar lo público es tener visión de conjunto y de futuro. Las políticas asistencialistas pueden ayudar a un solo sector de la ciudad (que reconocemos es numeroso), pero multiplican la enfermedad de los colombianos de esperar que todo nos lo den. “No hay que dar el pescado, se debe enseñar a pescar”, reza un adagio popular. Una ciudad como Bogotá demanda estrategias públicas de diálogo y concertación con todos los sectores sociales, reconociendo que en la configuración de lo público el consenso absoluto no existe, pero sí se debe tener actitud para construirlo aún en medio del disenso. Para esto es vital rodearse de un buen equipo de asesores y apoyarse en las universidades como bastión que lo ayude a “pensar los problemas públicos”.
Un buen administrador para Bogotá debe ser capaz de encontrarse con todas las localidades y dialogar respecto a las capacidades y necesidades de ese sector, en busca de una priorización de aspectos a trabajar en lo público y construcción de una corresponsabilidad por la ciudad como conjunto. Centrarse en ciertos sectores exclusivamente, mientras se estigmatiza a través de comentarios excluyentes de los otros, es polarizar la ciudad misma y permitir que el caos actual nos mantenga en permanente quejadera, criticadera y en el “cada uno sálvese como pueda”.
Bogotá no se merece un período de fragmentación más. La tenemos al borde del caos extremo. Es el momento de recuperarla en conjunto y se necesita un líder-alcalde que sea capaz de aglutinar esfuerzos, no de polarizarla más. Más allá de la “fachada de color de partido” o del personaje nacional que sea, lo que la ciudad necesidad es una persona estratega que le quepa el concepto de ciudad capital en la cabeza y en el corazón. Hoy, más que nunca, tenemos la responsabilidad cívica de elegir a quien se merezca ostentar la misión de no ser alcalde simplemente, sino configurador de lo público para más de 8 millones de habitantes e infinidad de problemas socio-económicos, estructurales (espacio público, movilidad, pavimentación, seguridad, entre otros) y cultura ciudadana. O, ¿será que la mejor pregunta es (…) quién se lanza?