enero-febrero 2012 | Edición N°: año 51, No. 1274
Por: Alberto Arebalos | Director de Comunicaciones y Asuntos Públicos, Google Latinoamérica



Pobre Internet. No llega a la segunda década en su actual formato y ya se le achacan tantos males y tan antiguos como el mundo mismo. Robos, violaciones, estafas y hasta alumnos que no estudian. Si alguien llegará de otro planeta y leyera algunas opiniones o comentarios sobre Internet, pensaría que esa red es la madre de todas las desventuras, o la mayoría de ellas, por las que pasan los atribulados habitantes de la Tierra.
Antes de seguir, fijo una posición para encuadrar la discusión: como toda tecnología, Internet es neutra. No es ni buena ni mala. Es amoral. Como un cuchillo, un arado, un tractor o un tanque de guerra. Lo que determina su uso, y sus efectos, son las intenciones, y las intenciones siempre son humanas.
Asesinatos, violaciones, secuestros y también revoluciones han existido desde antes, mucho antes de que Internet penetrara en nuestras vidas. Y ya que estamos en tema, los alumnos, esa parte del género humano que lleva hasta el paroxismo la ley del menor esfuerzo, se han venido copiando o tratando de aprobar exámenes a como de lugar desde que existen educadores y educandos. Y si algún lector se ofende y me dice yo no me copié, la respuesta es gracias por ser la excepción que confirma la regla.
Sin embargo, no pasa una semana sin que a Internet se le den cualidades mágicas, o tenebrosas. De ser la responsable de la caída de Mubarak en Egipto, hasta promover la vagancia en los pobres estudiantes que, fascinados por el canto de la sirena tecnológica abandonan sus buenos propósitos y como quien no quiere la cosa copian y pegan lo que encuentran en Google.
Ahora bien, que Internet sea neutra no significa que sea inocua. Si algo es Internet, como toda tecnología verdaderamente revolucionaria, ya sea la im- prenta o la máquina de vapor, es que por su existencia cambia, transforma y desestructura viejos modelos, sociales, políticos, comerciales, culturales y educativos. Si para bien o para mal, es una cuestión de juicio y el juicio sólo lo poseen (o lo deberían poseer) los humanos.
Mi punto, entonces, es que desde la industria discográfica, a la editorial, pasando por los sistemas educativos, deben entender, adaptarse y aprovechar el inmenso poder de Internet para conectar y distribuir conocimiento. Muchos editores, productores, profesores comparten hoy en día su perplejidad y enojo frente a una tecnología que los obliga, nos obliga a re pensar lo que hemos venido haciendo por décadas o siglos.
En vez de culpar a Internet de la flojera estudiantil (que ya lo dijimos, acompaña al ser humano desde que se inventó la escuela) por qué no debatir ¿cómo usarla para mejorar la enseñanza? Y no digo de caer en el fetichismo tecnológico de poner una computadora en cada escuela o en cada pupitre, sino ¿qué contenidos crear y qué plataforma pedagógica emplear para hacer mejor la enseñanza?, ¿cómo hacemos para digitalizar los museos nacionales y bibliotecas públicas para que los alumnos que no viven en la capital accedan a ella?, ¿por qué no usar Internet para que alumnos de una punta a la otra del país puedan intercambiar experiencias y enseñarse mutuamente las similitudes y diferencias entre regiones?
Creo que si el debate se orientara en esa dirección sería mejor para profesores y alumnos. Internet es una herramienta maravillosa y todavía está en su infancia.

Eso sí, no creo que los alumnos deban de dejarse llevar por la ley del menor esfuerzo. ¡Eso nunca!

*Director de Comunicaciones y Asuntos Públicos, Google Latinoamérica