julio 2012 | Edición N°: año 51, No. 1279
Por: María Paula Vargas Quiroga | Estudiante de la Facultad de Ciencias Jurídicas



Nelson Roberto Mafla Terán es profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana desde 1999, justo un año después de graduarse en la institución como Licenciado en Ciencias Religiosas.
Después, también en la Javeriana, terminó la Maestría en Teología y luego continuó sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid, donde alcanzó el título de Magíster y Doctor en Ciencias de las Religiones.
¿Cuál fue su primera experiencia como docente de la universidad?
Yo me vinculé a la Facultad de Teología en 1999, mi trabajo consistía en asesorar proyectos de investigación y enseñar a investigar, entre lo cual estaba enseñar métodos, teoría y técnicas de investigación científica aplicadas a la teología, con un programa muy especial que tenía la Universidad con el Instituto de Teología a distancia de España; gracias a ese convenio, los estudiantes, al terminar su proceso formativo con el Instituto, el ultimo año ingresaban a la Universidad para culminar sus estudios, por cuenta de la Javeriana, y ahí entrábamos los profesores para asesorar los trabajos de investigación que desarrollaban los estudiantes.
¿En qué momento se interesó en dedicarse a la docencia?
El gusto por la docencia lo aprendí de un docente de filosofía durante mi bachillerato. Viéndolo a él le daban a uno ganas por ser
profesor, porque tenía un modo muy ameno de explicar la filosofía, ya que hacía tocar esos temas con la realidad. Él bromeaba con eso, y decía que ojalá que los que lo remplazaran como profesores pudieran hacer las clases de esta manera.
También desde muy temprana edad ha estado en mí la tendencia a ayudar a los demás, y poco a poco fui entendiendo que una manera de poder ayudar significativamente a una persona es precisamente a través de la docencia, pues a través del conocimiento se pueden transmitir ideas formidables y se puede movilizar la voluntad de una persona. Yo lo he entendido a lo largo de la vida. La educación tiene ese poder de transformar realidades sociales complicadas, llevarlas a situaciones mejoradas de vida.
En este sentido, ¿Qué trata usted de transmitir a los estudiantes cuando dicta sus cátedras?
Yo creo que en el contacto con un estudiante hay dos cosas que el profesor no puede dejar de hacer: primero está la transmisión de un conocimiento, yo siento que un profesor universitario tiene un compromiso con la construcción y transmisión de un conocimiento, pero también hay un compromiso de transmitir sabiduría, enseñar a vivir, eso es fundamental en un docente, y en mis clases yo trato de transmitir esas dos cosas, conocimiento y sabiduría.
El camino que tienen las personas con recursos escasos para mejorar las condiciones de vida es el estudio, y hay que apostarle a eso. Sin tenerle miedo a no tener recursos, porque cuando usted se entusiasma con una idea, por pequeña que sea y le mete el corazón, alma y ganas, los recursos salen, en cualquier momento alguien se entusiasma con su idea y le otorga una contribución.
¿Dónde llevó a cabo sus estudios?

De primero a tercero de primaria lo hice en una escuelita del bajo Putumayo, esto fue en los 80’s. Luego por la situación de narcotráfico, mis papás tomaron la decisión de vender esa finca e ir al medio Putumayo, en donde hice la primaria y parte del bachillerato, en un colegio de los hermanos maristas.

¿Cómo y cuándo tomó la decisión de estudiar en la Pontificia Universidad Javeriana?
En el Putumayo los que terminábamos el bachillerato en 1987 teníamos dos opciones, irnos a la guerrilla o casarnos y dedicarnos a criar ganado, pollos, etc., no había muchas opciones. Terminando mi bachillerato apareció uno de los hermanos maristas en lo que ellos llaman “promoción vocacional”; el hermano pidió permiso al profesor de artes, él habló de su misión y del compromiso con la educación frente a las clases menos favorecidas de Colombia, y dejó hecha la invitación para quienes quisieran ser hermanos maristas, salió y se fue. Yo arranqué a correr, y lo alcancé para decirle que quería ser hermano marista, y entré en contacto con ellos hasta el 95.
Para esa época ya estaba yo en Bogotá, estaba haciendo el tercer semestre de Licenciatura en Ciencias Religiosas en la Javeriana, pero cuando tuve que pensar en retirarme por problema económicos, hablé con directivos de esa época, quienes me pidieron las notas, y como yo tenía un muy buen promedio me dieron media beca hasta que terminé la licenciatura en 1998.
¿En su opinión, cuáles son los elementos para una buena cátedra universitaria?
Creo que un ingrediente fundamental es conocer a fondo su área, esto es imprescindible, y luego, tener un gran sentido de lo humano y creer que a través de su cátedra se pueden transformar realidades, situaciones sociales complicadas como las que tenemos en Colombia. Un buen profesor debe tener eso muy claro. Su acción docente no sólo es una actividad de transmisión de conocimiento sino también una acción de transformación y formación del sujeto.
Unido a eso, usted ha desarrollado estudios en el exterior, ¿qué cree usted que le aporta a un profesor conocer otras situaciones y realidades para dictar clase?
Salir y formarse en otra universidad permite obtener una riqueza teórica impresionante. Entrar en contacto con otras personas implica una gran riqueza conceptual y cultural. El tener el roce cultural le permite a uno confrontar realidades.
¿Cómo prepara sus cátedras?
Primero leo, tengo una información lo más amplia posible del tema que se esté trabajando en el momento, esa es la preparación remota, y la noche anterior preparo más concretamente el tema. Luego, cuando estoy frente a los estudiantes, afloran cosas que no tenían preparadas, pero hago el salvamento al momento de enseñar. Me gusta en la medida de lo posible preparar temas
a partir de películas, pues otorgan un acercamiento a la realidad

*Estudiante de la Facultad de Ciencias Jurídicas