Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, decía el filósofo presocrático Heráclito de Éfeso en el siglo V a.c.
Una metáfora que le permitía ilustrar su filosofía del devenir, del flujo incesante de sucesos, basándose en el hecho observable de que los volúmenes de agua corren sin parar río abajo. Sin embargo, si entendiéramos que la existencia de los ríos es mucho más compleja que el mero correr de las aguas superficiales por los cauces, comprenderíamos por qué, efectivamente, nadie se baña dos veces en el mismo río.
Si bien la corriente de los ríos es solamente una de las tantas formas que toma el agua en su cíclico transitar en el planeta, la metáfora de Heráclito nos ayuda a pensar que el agua de los ríos se encuentra plenamente interconectada con la de toda la tierra. Esta interconexión del agua se llama ciclo hidrológico y permite que todos los cuerpos hídricos, incluidos los ríos, se conviertan en extensísimas carreteras que transportan nutrientes y energía necesarias para la vida.
¿Cómo se conectan los ríos con otros fenómenos meteorológicos y climáticos?, ¿qué tienen que ver los flujos de agua con la existencia de la vida en su interior, a sus alrededores y en los continentes? Para navegar estas y otras preguntas, en Pesquisa Javeriana acudimos a Nelson Obregón, hidrólogo y profesor de la Facultad de Ingeniería de la Pontificia Universidad Javeriana; y a Edwin Agudelo, experto en ecosistemas acuáticos amazónicos y coordinador de la sede de San José del Guaviare del Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (SINCHI).
El agua del planeta Tierra —que sigue las leyes de la física que dictan que la energía no se crea ni se destruye, sino que cambia de forma— siempre es la misma. No aumenta ni disminuye en su cantidad. Es el ciclo hidrológico, que no tiene principio ni fin, el que marca en qué fase está el agua en un momento específico.
Mientras sigue abierta la incógnita de del origen del agua en el planeta, siendo la hipótesis de los asteroides la más probable, sabemos que en la Tierra el agua no tiene un lugar de nacimiento. Sabemos también que forma una hidrósfera por la que circula a nivel global.
Para entender el ciclo hidrológico, el profesor Nelson Obregón sugiere situarnos en el océano ―la mayor masa de agua líquida que conocemos― como punto de partida. “Por la radiación que nos da el sol, las moléculas que están ahí encima de la lámina de agua en el océano cambian de fase, y el líquido pasa a vapor de agua”, empieza a contar Obregón, luego de pedirle que explicara el ciclo hidrológico como si lo hiciera frente a niños de primaria.
Esas masas de vapor de agua se acumulan y gracias a los vientos y a la rotación de la tierra, ascienden hasta formar las nubes. Estas se desplazan por los cielos hasta
encontrarse con los continentes y las montañas. Gracias a las bajas temperaturas de las alturas, entre otras condiciones, el vapor de agua de las nubes se condensa y regresa a un estado líquido que se expresa después en la lluvia.
Esta agua líquida de la lluvia puede ser interceptada por los árboles y los cuerpos vegetales antes de caer al suelo, y ahí puede evaporarse de nuevo. “Pero cuando el agua logra encontrarse con la tierra, pueden suceder varias cosas”, continúa Obregón, mientras utiliza sus manos para explicar y con una sonrisa ancha invita al oyente a interesarse en el fenómeno que describe.
“El agua se infiltra en las primeras capas del suelo, o sigue percolando hasta encontrarse los acuíferos profundos”, añade. Es decir, que el agua de la lluvia que infiltra la tierra puede terminar o en un nivel llamado subsuperficial —como la que se siente debajo del zapato al pisar tierra húmeda— o en acuíferos, que son grandísimos pozos profundos.
Sin embargo, diversos suelos tienen distintas capacidades de infiltración y pueden recibir más o menos agua, dependiendo de su composición. Cuando el suelo ha copado toda su capacidad de infiltrar agua, pero la lluvia continúa, el agua comienza a escurrirse por la superficie, desciende por la gravedad, y cuando se acumula, forma cauces sobre la tierra. Estas acumulaciones de agua en movimiento se hacen cada vez más grandes y, finalmente, forman ríos.
Las aguas que lograron infiltrarse en las primeras capas de los suelos pueden surgir de nuevo a la superficie y sumarse a los ríos. También existen ríos que van abriendo tanto el suelo que terminan por encontrarse con los acuíferos profundos, que también los alimentan.
En medio de todo este movimiento, hay aguas que no necesariamente van a correr como los ríos, pero tampoco a infiltrarse, y ahí es cuando se forman lagunas, estanques, humedales, ciénagas, embalses, etc. Cuerpos de agua que también interactúan con los ríos y que se mueven a un ritmo mucho más pausado.
El otro estado del agua es el sólido. Está presente en glaciares, picos nevados y cascos polares; sólidos que eventualmente pueden volverse líquidos o gaseosos. Pensemos en la formación de cauces y arroyos a partir del deshielo de los nevados. También algunos líquidos y gases pueden solidificarse, como cuando nieva o llueve sobre un pico que termina por sumarse al bloque sólido de un nevado.
“Los ríos beben de muchas fuentes. En Colombia, por ejemplo, los ríos pueden asociarse a nacimientos de lagunas, que es lo que pasa en las partes altas de las montañas. Pero en otras zonas del país los ríos nacen de ciénagas, e incluso tenemos ríos que ni siquiera son permanentes, en los que debe llover para que haya agua que escurra por las laderas y los forme. Asimismo, encontramos ríos donde no ha llovido en mucho tiempo, que se alimentan de aguas que se infiltraron en otras épocas”, explica el hidrólogo.
El río: escultor y escultura de geografías
Si miramos un mapa, encontramos que los ríos crecen y recorren continentes enteros hasta desembocar en los océanos. En el recorrido que hacen como parte del ciclo hidrológico, el río adicionalmente da forma a gran cantidad de fenómenos que constituyen las geografías de los continentes del planeta. A pesar de que las cordilleras se organizan alrededor del movimiento de las placas tectónicas, los cauces de los ríos terminan de pulir los detalles de montañas, valles y llanuras.
“Los ríos van buscando recorrer las zonas donde encuentran menor resistencia a su fluidez, tratando de minimizar su consumo de energía”, continúa Obregón. “Por eso tienen diferentes morfologías, por ejemplo, en la parte alta de las regiones andinas los ríos tienen grandes pendientes, son casi rectos y forman cascadas pronunciadas. Luego, en ciertos sectores más intermedios, la pendiente de los ríos baja y estos empiezan a curvarse. Y ya cuando están bien abajo, más hacia las llanuras, los ríos forman grandes curvas que llamamos meandros”.
En estos recorridos, los ríos no sólo esculpen bellas formaciones, sino que también son esculpidos. En concreto, por los minerales que van removiendo por sus cauces en un vaivén de procesos de erosión y sedimentación de suelos.
Desde su sede en San José del Guaviare, a través de videollamada, el investigador Edwin Agudelo explica que “el color de los ríos depende de su constitución mineral. Hay ríos de aguas blancas, como lechosas, barrosas, que son de origen andino; hay otros de color negro, oscuro, de origen amazónico. Y hay otras aguas que no entran en esa clasificación entre aguas blancas y negras, que vemos como transparentes, que son drenajes también de origen andino”.
Carretera de nutrientes y vida
Los minerales que transportan los ríos por sus cauces componen una fisicoquímica que permite la existencia de vida en su interior y sus alrededores. El investigador del SINCHI es enfático en esta idea: “con base en la fisicoquímica del agua, el río va a tener una diversidad biológica acuática y va a compenetrarse con la diversidad biológica del litoral”.
Esta composición mineral es crucial para la vida, en todos los niveles. Y es que las cadenas alimenticias se inician, en muchas ocasiones, con microorganismos como las algas, unas en los lechos de los ríos, llamadas perifito, y otras que flotan, llamadas fitoplancton. Estas plantas dan alimento a distintos organismos de distintos niveles tróficos, pasando por insectos, macroinvertebrados, peces, aves, reptiles y mamíferos.
“En la región amazónica, por ejemplo, que tiene más de 480 mil kilómetros cuadrados, de los cuales el 17% corresponde a aguas superficiales, encontramos alrededor de 150 mil corrientes de agua”, dice Agudelo. “Estas aguas mantienen una gran diversidad biológica, unas 1.104 especies de peces, más de 1.300 especies de microalgas, siete especies de mamíferos acuáticos, y eso sin hablar de la flora y la fauna de los alrededores de los cauces”, continúa.
Es clave comprender que los ríos no sólo son carreteras que transportan aguas líquidas y vida, sino que, por radiación, evaporan agua y producen humedad que hidrata el ambiente y genera la posibilidad de crecimiento de flora y fauna sobre la tierra. También que el agua de los ríos pierde su forma de cauce al desembocar en los océanos. Así, los ríos entregan a los mares una gran cantidad de nutrientes ―minerales― que arrastraron por su camino, materia orgánica ―hojas secas y troncos, entre otros― y la diversidad de fauna que habita en la frontera entre los ríos y los mares, entre los humedales, manglares y embalses naturales.
“Los ríos van buscando recorrer las zonas donde encuentran menor resistencia a su fluidez, tratando de minimizar su consumo de energía. Por eso tienen diferentes morfologías, cascadas pronunciadas, curvas y meandros”.
Nelson Obregón hidrólogo y profesor de la Pontificia Universidad Javeriana.
El clima y los ríos voladores
La humedad que producen los ríos mantiene dinámicas climáticas clave en las regiones y cuencas que permean. Es decir, estos cuerpos de agua son parte fundamental de los regímenes meteorológicos y pueden llegar a tener incidencia a miles de kilómetros de distancia.
En la Amazonía ocurre este fenómeno, a un nivel tal, que afecta a todo el continente. Las nubes que entran desde el océano Atlántico encuentran en el gran bosque amazónico una especie de imán de agua. La Amazonía produce tanta humedad que, sumada a la que viene desde el Atlántico, genera una lluvia en grandes cantidades que, de nuevo, genera gigantescas masas de vapor de agua.
“Más que el pulmón del mundo, la Amazonía puede verse como el riñón del mundo, pues produce y filtra demasiada agua en esta dinámica”, dice Edwin Agudelo. Según explica, la humedad que viene del Atlántico se recarga y crece para seguir viajando alrededor de Suramérica y hacia el norte del continente, llevando agua y lluvias que alimentan otras latitudes.
Definitivamente, nunca nos bañamos dos veces en el mismo río, las aguas que encontramos en estos cuerpos de agua se encuentran, como decía Heráclito, en un movimiento constante que viene desde lugares insospechados. Es un ciclo delicado del cual depende la vida en todo el planeta.
“Más que agua: todo lo que puede ser el río” es un especial periodístico elaborado por el equipo de Pesquisa Javeriana.
Periodistas: Juan Manuel Rueda, Diederik Ruka, Karen Corredor y Miguel Martínez
Montaje web: Miguel Martínez l Creación gráfica: Camila Duque Jamaica
Creación audiovisual: Juan Manuel Rueda y Diederik Ruka Atuq
Editores: Felipe Morales Sierra y Lina Gómez Henao l Dirección Pesquisa Javeriana: Claudia Mejía.
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