Noviembre-Diciembre del 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1313
Por: Jorge Humberto Peláez, S.J | Rector de la Pontificia Universidad Javeriana.



Este Congreso se llevó a cabo en Roma del 18 al 21 de noviembre, convocado por la Congregación para la Educación Católica, que es el organismo de la Santa Sede que atiende los asuntos educativos. Algo así como el Ministerio de Educación del Vaticano.

Con motivo de la celebración del 50° aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum educationis  y  el  25°  aniversario  de  la  Constitución  Apostólica  Ex  corde  Ecclesiae, la Congregación para la Educación Católica  invitó  a  400  rectores  de  Universidades Católicas, y 1.200 personas que trabajan en los colegios a hacer un alto en  el  camino  para  interrogarnos  sobre nuestro  ser  y  nuestro  actuar  en  medio de unas culturas que están experimentando  profundas  transformaciones;  los estudiantes y profesores de hoy son muy distintos  a  los  de  ayer,  y  también  ha cambiado el contexto en el cual realizamos nuestra misión. De ahí el sugestivo nombre del Congreso: Educar hoy y mañana – Una pasión que se renueva.

Este alto en el camino para reflexionar era  necesario.  Con  frecuencia,  quienes dirigimos los destinos de las universidades  estamos  tan  ocupados  en  atender problemas  económicos  y  administrativos, asistir a reuniones y acompañar los procesos de certificación y acreditación, que no dedicamos tiempo a pensar sobre los grandes asuntos que afectan el ser y la naturaleza de nuestras instituciones de educación superior.

Análisis del contexto

En   un   documento   preparatorio   del Congreso,  se  nos  invitaba  a  reflexionar  sobre  el  contexto.  Significa  que las Universidades Católicas debemos analizar  las  tendencias  de  cambio  en un  mundo  globalizado,  e  igualmente debemos analizar las especificidades de los cambios de cada país y región. Las Universidades  Católicas  dispersas  por el mundo realizamos nuestra misión en contextos culturales, sociales, políticos, económicos y legales muy diversos. Por eso no podemos hablar de una manera única  de  ser  Universidad  Católica  sino que debemos tener la capacidad de lec- tura e interpretación de esa diversidad y así responder, de manera adecuada, a la  luz  de  los  valores  del  Evangelio.  En los  paneles  fue  interesantísimo  escuchar los planteamientos de los rectores de las universidades asiáticas, africanas, europeas, latinoamericanas… Todos con la misma inspiración pero trabajando de manera muy diversa y creativa.

Identidad diferenciadora

En estas reflexiones sobre la Identidad de las Universidades Católicas, se subrayó la importancia de crear sólidas comunidades educativas. El desafío de la identidad no se asume con discursos y no es una tarea que se cumple con una buena presentación en PowerPoint. El desafío de  la  identidad  nos  exige  construir  un contexto educativo. La identidad de una Universidad Católica se proclama, ante todo,  por  el  testimonio  de  una  comunidad educativa que comparte con pasión unos valores diferenciadores frente a  la  realidad  cotidiana  de  la  sociedad de  consumo.  Más  allá  de  la  diversidad de  contextos  culturales,  la  comunidad educativa  de  una  Universidad  Católica proclamará su identidad diferenciadora mediante el respeto a la dignidad de sus miembros, el acompañamiento personal para que cada uno crezca integralmente y se reconozca la diversidad en un espíritu  de  inclusión  social.  Como  obra  de la Iglesia, la comunidad es un elemento esencial; no somos organizaciones que vendemos unos servicios de instrucción. Somos educadores católicos.

La identidad de una Universidad  Católica  se  proclama,  ante  todo,  por  el testimonio   de   una   comunidad   educativa   que comparte con pasión unos valores diferenciadores frente  a  la  realidad  cotidiana  de  la  sociedad  de consumo

La creación de un modelo comunitario no es una tarea menor que se reduce a la yuxtaposición de unos intereses, a la promulgación de un reglamento que defina  los  derechos y   deberes   de   sus miembros y que cree las  condiciones  para una  convivencia  pacífica.  Eso  sería  más que  suficiente  para las universidades públicas y privadas de  inspiración  laica. Pero  las  Universidades Católicas, inspiradas en los valores del Evangelio, debemos ir mucho más en lo referente a las comunidades educativas; tenemos el reto de crear las condiciones para que se tejan unas relaciones interpersonales  fraternas,  se  comparta una  misma  pasión  por  la  educación  y tengamos el mismo sueño de construir ciudadanos  y  comunidades. Esto  exige un gran esfuerzo de formación de todos sus  miembros.  Todos,  jesuitas  y  laicos, debemos  ser  educados  y  reeducados en  este  espíritu  de  colaboración.  La experiencia  de  Cardoner,  que  tan  exitosamente  venimos  implementando  en la  Javeriana,  está  generando  unas  potentes  dinámicas  de  construcción  de comunidad.

Antropología trascendente

Con  frecuencia,  las  Universidades  Católicas,  presionadas  por  los  rankings, la  normatividad  del  Estado  y  la  fuerte competencia, dedicamos todos nuestros esfuerzos  a  mejorar  unos  indicadores, olvidándonos de la herramienta más poderosa que nos hace diferentes a todas las instituciones de educación superior en  el  mundo.  Ese  factor  diferenciador que  debe  estar  presente  en  los  proce- sos formativos, en la investigación que realizamos y en todas las intervenciones con la comunidad, es una antropología trascendente. Nuestra comprensión del ser  humano,  del  desarrollo  científico  y tecnológico y de una organización social justa e incluyente se inspira, en último término, en la persona de Jesucristo.

Esta antropología  trascendente  se convierte  en  anuncio  profético  frente a  un  mundo  materialista, que busca la felicidad a través de los bienes materiales y de las satisfacciones sensoriales.

Somos conscientes de que muchos de nuestros alumnos y profesores son hijos y herederos de la sociedad de consumo. Por eso debemos ser muy creativos en la  forma  como  presentamos  la  visión antropológica que nos inspira. Más que discursos, busquemos desarrollar experiencias que permitan enlazar el saber y el actuar, el aprendizaje y el servicio, lo académico y lo afectivo, lo instrumental y lo trascendente.

Las Universidades Católicas no podemos quedarnos inmovilizadas en modelos  antropológicos  del  pasado,  rígidos, abstractos,  expresados  en  un  lenguaje incomprensible para las nuevas generaciones de la era digital. En su encíclica Laudato si, el  Papa  Francisco  plantea un concepto nuevo que está generando hondas reflexiones en los ambientes más disímiles. Se trata de la ecología  integral.  Quizás  este  concepto  nuevo,  que logra integrar economía, política, medio ambiente, relaciones sociales, etc., sea la clave para renovar el marco antropológico de nuestras universidades.

Este Congreso Mundial sobre la Educación Católica fue una experiencia inolvidable por la pertinencia de los temas analizados y por las posibilidades de escuchar experiencias de todo el mundo.