Noviembre- Diciembre 2009 | Edición N°: año 48 No. 1253
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



De nuevo Bogotá, como la inmensa mayoría de las ciudades del mundo, grandes y pequeñas, se llena de estrellas luminosas que especialmente en las noches recuerdan a los transeúntes que llegó la navidad, esa temporada del año en que el trabajo se aligera, incluso se interrumpe, y un espíritu festivo parece dirigir el curso de las relaciones humanas. en cierta forma estas semanas de diciembre y la primera de enero poseen un aire primaveral, el mismo que hace posible el retorno de las hojas y las flores perdidas durante el invierno. Sí, la navidad con su lenguaje de luces y villancicos nos habla de renacimiento, de vida nueva, de esperanza y porvenir.

Para los creyentes la razón de esta temporada y de este espíritu tiene nombre propio, el de Jesús de Nazaret, nacido en un humilde portal, en momento extraordinario de la historia que destaca el encuentro de Dios con la humanidad representada toda en la persona de una mujer maravillosa, símbolo inigualable de la confianza del ser humano en el Creador. Este gran acontecimiento que conmemoramos anualmente, no sólo con la noche de navidad, sino también con los días de adviento que le preceden, una vez más nos obliga a reflexionar sobre la paz que llega a los hombres de buena voluntad, que no son otros que aquellos que saben de gratitud y solidaridad, que están siempre dispuestos a la reconciliación y se dejan guiar por el esplendor de la estrella de Belén.

En efecto, con la navidad la luz que trajo al mundo el Hijo de Dios que se hace hombre, renueva su vigor y nos invita a revisar el rumbo y ajustarlo si ello es necesario. el paso de los días y los afanes cotidianos no siempre nos permiten estar al tanto del norte que inequívocamente señalan las estrellas. Por supuesto, la navidad es propicia para el descanso y el festejo, los gestos y detalles, pero de ninguna manera podemos permitir que el espectáculo y la forma, la envoltura o el papel regalo, hagan desparecer la hondura y la belleza que se esconden en el fondo de la celebración. no hay que olvidar, por otra parte, que estos días ofrecen una oportunidad que no desperdician los mercaderes de felicidades de momento, que invitan al consumo y los gastos sin límite, en ocasiones, más allá de las verdaderas posibilidades que cada uno bien conoce.

También las estrellas que en navidad parecen más radiantes nos deben ayudar a reconocer al otro, al que sufre ya sea por la enfermedad, la injusticia, la guerra o la violencia. en un mundo asolado por el hambre, “el signo más cruel y concreto de la pobreza”, según lo señaló el Papa Benedicto XVL en reciente alocución, no sólo debemos evitar el derroche y la ostentación que constituyen grave ofensa, sino también buscar la forma de compartir con aquellos que no tienen ni siquiera lo necesario para un mínimo sustento. ¡Y qué decir de los secuestrados! También en estos días debemos acompañarlos con nuestro pensamiento y oración para que a ellos no les falte la fuerza y conserven la ilusión del final de tan lamentable circunstancia, y para que a sus captores les asista la razón y se decidan de una vez por todas a respetar la dignidad del ser humano.

Adicionalmente, nuestra compañía debe traducirse en acciones de apoyo a todas las gestiones que faciliten su liberación. Podríamos exclamar no sin fundamento que la navidad no es posible en situaciones como las planteadas. Y sin embargo, la luz que resplandece también puede iluminar la vida de los que sufren, aún más, tiene ese asombroso y en cierta forma incomprensible poder.

Sí, ¡llegó la navidad! Y con ella el final de un año que, por una parte, nos ha obligado a recordar sucesos terribles que tocaron de cerca las fibras más sensibles de nuestra institución como fueron los asesinatos de Sergio Restrepo, S.J., Luis Carlos Galán, Ignacio Martín-Baró, S.J. y sus compañeros mártires de el Salvador, y los pasajeros del vuelo 1803 de Avianca, todos ellos perpetrados hace 20 años; y por otra parte, un año que ha puesto de relieve la importancia de acontecimientos que hacen honor a lo mejor del ser humano: la caída del muro de Berlín, ocurrida también en 1989, y la llegada del hombre a la luna y el nacimiento de internet, hace ya 40 años. Tal es el curso de la historia de este mundo que aún bajo signos de contradicción, nunca deja de recibir la luz de las estrellas que con el nacimiento de Jesús renueva caminos de esperanza que se abren jubilosos hacia el porvenir.