Deserción estudiantil
Por estos días hemos acogido de nuevo en la Comunidad Educativa Javeriana un grupo numeroso de jóvenes que inician sus estudios universitarios. A ellos los saludamos y les dimos una cordial bienvenida que, por supuesto, tiene como horizonte la culminación de su carrera. En efecto, la ceremonia de graduación surge como meta, que ahora parece algo lejana y que, sin embargo, cuando se alcanza, reduce a un instante fugaz en la existencia los años de vida universitaria. En su equipaje, estos muchachos, que apenas llegan a la Universidad, traen junto a sus ilusiones y entusiasmo recursos muy diversos que, unidos a los nuestros, deben crear las condiciones para posibilitar el propósito que ellos y nosotros compartimos: recibir su grado y título en la Pontificia Universidad Javeriana, luego de ser “juzgados dignos por todos los conceptos de este honor”, según la fórmula original impresa en nuestros diplomas.
Vale la pena recordar que ellos surtieron un proceso riguroso de admisiones, en el cual nosotros, como institución, consideramos que sí tenían los talentos y las capacidades suficientes para emprender este camino; aventura, si se quiere, con alta probabilidad de llegar a su destino. Esta decisión nuestra, porque nosotros respondimos favorablemente a su solicitud y los admitimos, conlleva la responsabilidad de hacer todo lo que nos corresponde, dentro de nuestras posibilidades, para que semestre a semestre avancen con firmeza en su formación universitaria. Siempre tenemos presente que ellos son los artífices principales de este proceso y que nosotros somos su apoyo y sendero, su indispensable medio. En este sentido, lo primero que ellos hallan en la Universidad es un grupo de personas, con funciones muy distintas, que acuden a su encuentro para ofrecerles oportunidades y recursos. Sobresalen entre ellos los empleados administrativos que, por una parte, deben apoyar todos los trámites que se requieren para llevar a término su matrícula y adquirir su estatus de estudiante javeriano, y que, por otra, crean y mantienen una adecuada infraestructura física y de servicios que les permite estar muchas horas en la Javeriana, vivir en ella gran parte del día. Junto a ellos, encontrarán a sus profesores y establecerán relaciones con ellos, quienes, en el aula o fuera de ella, abrirán el paso al proceso de enseñanza aprendizaje, que dan fundamento a su presencia en la Universidad.
Ahora bien, no siempre la historia sigue el mismo curso. Las estadísticas nos indican que cerca de una tercera parte de los admitidos no concluyen sus estudios universitarios, que son excluidos por un deficiente desempeño académico o que abandonan las aulas sin mediar esta decisión. Esto ocurre en el caso de problemas de dinero, que impiden a una persona atender sus compromisos económicos, a pesar de las facilidades y alternativas que ofrece la Universidad al respecto. Lo mismo sucede cuando un estudiante es afectado por dificultades de orden personal o familiar que son de tal magnitud que perturban profundamente su estado emocional y sicológico, con serias consecuencias en su labor académica. Todo esto puede pasar y debe ser lo extraordinario. Son causas ajenas a la institución que nos obligan a esforzarnos cada vez más para asistir de la mejor manera posible a los estudiantes y tratar de ayudarles a encontrar la solución de sus problemas. Sin embargo, desde otra perspectiva existen dos grandes retos para la Universidad a la hora de enfrentar de manera institucional la deserción estudiantil, los dos estrechamente unidos a la calidad de nuestro quehacer. El primero de ellos tiene que ver con las admisiones. A veces este proceso no permite detectar deficiencias en el aspirante y podemos equivocarnos en una decisión que tiene grandes repercusiones para esa persona. Esta debe ser la excepción porque de manera general debe ocurrir lo contrario. Una universidad responsable y respetable no puede utilizar los primeros semestres para evaluar las condiciones de un aspirante y tener entre sus presupuestos un número esperado de excluidos. Ahora bien, al partir de la base de que el admitido tiene las capacidades, la Universidad tiene la obligación de ofrecerle un acompañamiento adecuado a sus características individuales, lo que en la tradición educativa de la Compañía de Jesús se ha conocido como cura personalis, con la finalidad de asegurar que podrá enfrentar exitosamente las dificultades que se le puedan presentar.
Ciertamente sería exagerado afirmar que cuando un estudiante es excluido, la Universidad falló, o bien porque no hizo una admisión adecuada o porque fue deficiente en su acompañamiento. Sin embargo, un planteamiento así nos hace pensar en la inmensa responsabilidad que tenemos frente a la deserción estudiantil, asunto de grandes implicaciones sociales. Sin duda, el ideal sería que todos esos jóvenes, más de dos mil, que nos escucharon en las inducciones, pasados los años, tuvieran la alegría de ser convocados a la ceremonia de graduación y se hicieran para siempre javerianos. Si bien es verdad que no todo depende de nosotros, también lo es que podemos hacer más en relación con aquello que sí está en nuestras manos.