1 de Septiembre del 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1311
Por: Carlos Julio Cuartas Chacón | Asesor del Secretario General



En el marco de su gira por Cuba y Estados Unidos, el Papa Francisco participó el 25 de septiembre en la reunión de la Asamblea General de la ONU.

Las palabras que usó el Secretario General de la Organización de las Naciones  Unidas,  Ban  Kimoon, el  pasado  25  de  septiembre,  para  dar la palabra al Santo Padre en la reunión de  la  Asamblea  General,  fueron  las  siguientes:  “Your  Holiness,  welcome  to the  pulpit  of  the  world.  We  are  here to  listen”  (Su  Santidad,  bienvenido  al púlpito  del  mundo.  Nosotros  estamos aquí para escuchar). En efecto, el Papa Francisco llegó hasta ese lugar privilegiado  y  ante  la  nutrida  audiencia  que estaba presente en ese magno recinto, en la cual se hallaban algunos jefes de estado, y los millones de personas que seguían el evento por diferentes medios de  comunicación,  leyó  el  mensaje  que traía  como  cabeza  de  la  Santa  Sede  y pastor  universal  de  la  Iglesia  Católica. Todos  estaban  listos  para  escuchar  su voz. De esta forma, el primer pontífice nacido  en  nuestro  continente,  con  su carisma extraordinario y ese estilo particular que lo caracteriza y que cautiva a ‘propios y extraños’, hizo un elogio de la labor realizada por la Organización a lo largo de los 70 años de existencia y animó  a  todos  sus  miembros  a  continuar en el empeño de buscar la unidad y edificar la fraternidad humana.

Esta magistral intervención del Papa, lo  mismo  que  su  memorable  discurso ante  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos, -un hecho sin precedentes-, hacen parte del valioso legado de este último viaje  apostólico  realizado  entre  el  19 y el 28 del pasado mes de septiembre.

Primero estuvo en Cuba, en su capital y otros lugares de la isla, luego en Washington,  D.C.,  Nueva  York  y,  finalmente, en Filadelfia, donde se realizó el VIII Encuentro  Mundial  de  las  Familias.  El lema de su visita a Estados Unidos fue “El amor es nuestra misión”.

Fue asombrosa la acogida tributada a Francisco, lo mismo que el cubrimiento que la prensa escrita y la de televisión dieron a su gira y su mensaje. Este hombre sencillo que ha sido llamado ‘el Papa del pueblo’, también ‘el Papa de la misericordia’, no deja de promover la inclu- sión y combatir la cultura del descarte que  se  manifiesta  de  tantas  maneras, así   como   también   invita   al   diálogo como camino para la superación de los conflictos  y  la  reconciliación.  Por  otra parte,  sus  palabras  acerca  del  cuidado de ‘la casa común’, han tenido un gran impacto en la comunidad internacional. Si bien esta maratónica jornada puso a  prueba  la  condición  física  del  septuagenario Pontífice, algo limitada por antiguos problemas de salud, confirmó una vez más los quilates del Obispo de Roma, su inmenso poder de convocatoria y la incondicional y ejemplar entrega a su ministerio.

 

Discurso ante la ONU

Nueva York, 25 de septiembre de 2015 (…) Esta es la quinta vez que un Papa visita  las  Naciones  Unidas.  Lo  hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias  y  fronteras  y,  aparentemente,  de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tre- mendas  atrocidades.  No  puedo  menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.

La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones  Unidas,  que  festeja  en estos días  su  70  aniversario,  es  una  historia de  importantes  éxitos  comunes,  en  un período   de   inusitada   aceleración   de los  acontecimientos.  Sin  pretensión  de exhaustividad,  se  puede  mencionar  la codificación  y  el  desarrollo  del  derecho  internacional,  la  construcción  de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos  los  campos  de  la  proyección  internacional  del  quehacer  humano.  Todas  estas  realizaciones  son  luces  que contrastan  la  oscuridad  del  desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto  que  aún  son  muchos  los  graves problemas  no  resueltos,  pero  también es evidente que, si hubiera faltado toda esta actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades.  Cada  uno  de  estos  progresos políticos,  jurídicos  y  técnicos  son  un camino  de  concreción  del  ideal  de  la fraternidad humana y un medio para su mayor realización. (…)

La  labor  de  las  Naciones  Unidas,  a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo  y  la  promoción  de  la  soberanía   del   derecho, sabiendo     que     la justicia  es  requisito indispensable    para obtener  el  ideal  de la   fraternidad   universal.  En  este  contexto,  cabe  recordar  que  la  limitación del  poder  es  una  idea  implícita  en  el concepto  de  derecho.  Dar  a  cada  uno lo  suyo,  siguiendo  la  definición  clásica  de  justicia,  significa  que  ningún individuo  o  grupo  humano  se  puede considerar  omnipotente,  autorizado  a pasar  por  encima  de  la  dignidad  y  de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la  creación  de  un  sistema  jurídico  de regulación  de  las  pretensiones  e  intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas  más  bien  de  un  mal  ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos.  Dos  sectores  íntimamente  unidos entre  sí,  que  las  relaciones  políticas  y económicas  preponderantes  han  convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos,  consolidando  la  protección del ambiente y acabando con la exclusión. (…)

La loable construcción jurídica internacional  de la Organización  de  las Naciones   Unidas   y de todas sus realizaciones,  perfeccionable  como  cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Y lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses  sectoriales  e  ideologías,  y  buscar  sinceramente  el  servicio  del  bien común. (…)

“Ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas”.