Francisco en ‘el púlpito’ del mundo
En el marco de su gira por Cuba y Estados Unidos, el Papa Francisco participó el 25 de septiembre en la reunión de la Asamblea General de la ONU.
Las palabras que usó el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Kimoon, el pasado 25 de septiembre, para dar la palabra al Santo Padre en la reunión de la Asamblea General, fueron las siguientes: “Your Holiness, welcome to the pulpit of the world. We are here to listen” (Su Santidad, bienvenido al púlpito del mundo. Nosotros estamos aquí para escuchar). En efecto, el Papa Francisco llegó hasta ese lugar privilegiado y ante la nutrida audiencia que estaba presente en ese magno recinto, en la cual se hallaban algunos jefes de estado, y los millones de personas que seguían el evento por diferentes medios de comunicación, leyó el mensaje que traía como cabeza de la Santa Sede y pastor universal de la Iglesia Católica. Todos estaban listos para escuchar su voz. De esta forma, el primer pontífice nacido en nuestro continente, con su carisma extraordinario y ese estilo particular que lo caracteriza y que cautiva a ‘propios y extraños’, hizo un elogio de la labor realizada por la Organización a lo largo de los 70 años de existencia y animó a todos sus miembros a continuar en el empeño de buscar la unidad y edificar la fraternidad humana.
Esta magistral intervención del Papa, lo mismo que su memorable discurso ante el Congreso de los Estados Unidos, -un hecho sin precedentes-, hacen parte del valioso legado de este último viaje apostólico realizado entre el 19 y el 28 del pasado mes de septiembre.
Primero estuvo en Cuba, en su capital y otros lugares de la isla, luego en Washington, D.C., Nueva York y, finalmente, en Filadelfia, donde se realizó el VIII Encuentro Mundial de las Familias. El lema de su visita a Estados Unidos fue “El amor es nuestra misión”.
Fue asombrosa la acogida tributada a Francisco, lo mismo que el cubrimiento que la prensa escrita y la de televisión dieron a su gira y su mensaje. Este hombre sencillo que ha sido llamado ‘el Papa del pueblo’, también ‘el Papa de la misericordia’, no deja de promover la inclu- sión y combatir la cultura del descarte que se manifiesta de tantas maneras, así como también invita al diálogo como camino para la superación de los conflictos y la reconciliación. Por otra parte, sus palabras acerca del cuidado de ‘la casa común’, han tenido un gran impacto en la comunidad internacional. Si bien esta maratónica jornada puso a prueba la condición física del septuagenario Pontífice, algo limitada por antiguos problemas de salud, confirmó una vez más los quilates del Obispo de Roma, su inmenso poder de convocatoria y la incondicional y ejemplar entrega a su ministerio.
Discurso ante la ONU
Nueva York, 25 de septiembre de 2015 (…) Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tre- mendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.
La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero también es evidente que, si hubiera faltado toda esta actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización. (…)
La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión. (…)
La loable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Y lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común. (…)
“Ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas”.