noviembre-diciembre 2017 | Edición N°: año 56, nro. 1333
Por: Carlos Julio Cuartas Chacón | Asesor del Secretario General.



En el día de San Francisco Javier se presenta uno de los cuadros pintado por el artista Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos.

Muchos temas se pueden plantear a la hora de hablar de Francisco Javier, el santo patrono de la Universidad Javeriana, cuya fiesta celebramos anualmente el 3 de diciembre. Entre ellos se encuentra la amplia y variada iconografía javeriana. Uno de los artistas que dedicó varias obras a Javier fue Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos, pintor santafereño que estudió con los jesuitas en la capital del Nuevo Reino de Granada. En el Museo de Arte Colonial, que en los siglos XVII y XVIII fue sede de la Academia Javeriana, se conserva una de estas pinturas de Vásquez, que podría denominarse el Javier Andante, o tal vez, el Javier ‘Detente’, que nos ofrece una imagen del santo, de pie, en una interesante situación. A sus espaldas, se ve el mar y la playa, por donde debió llegar de algún viaje; que, ya en tierra, parece alcanzar una cima, en un estrecho delimitado por un árbol. Viste sotana negra, ligeramente abierta en el pecho, y esclavina de color marrón. Su camisa es clara. El sombrero, echado hacia atrás, apenas se asoma sobre sus hombros. Lleva un rosario colgado al cinto, con cruz y medalla, y un libro de cubierta en rojo -rompiendo el balance cromático-, el Evangelio, que se ve en el suelo. Llama la atención en esta pintura del santo, la posición de sus manos porque recuerda en especial las de algunas imágenes de Buda, lo cual resulta particularmente interesante si se tienen en cuenta los viajes que realizó este extraordinario misionero por la India y el Lejano Oriente. La mano izquierda está abierta, colocada verticalmente hacia arriba, como cuando se quiere mostrar la palma y decir con este gesto, “alto”, “detente”, “quieto ahí”, o también “espera”, “tranquilo”. La otra mano, también abierta y mostrando la palma, aparece un poco hacia atrás, en un brazo estirado. En el lenguaje de los mudras (gestos con las manos en el budismo y el hinduismo), estas posiciones corresponderían de cierta forma al abhaya, que expresa un “no temas”, con el cual se hace sentir protección y paz; y al varada, que indica compasión, sinceridad y deseo de entregar. Por otra parte, es notoria la ubicación del cayado o bordón, propio del peregrino, sostenido en el hombro izquierdo de Javier; lo mismo, que el movimiento que el pintor quiso atrapar, al echar un poco hacia atrás el torso y fijar el apoyo del cuerpo en la rodilla izquierda y la pierna derecha, que aparece doblada. Estos detalles nos hacen pensar en un ejercicio de tai chi, práctica de entrenamiento físico y mental, original de China. Ciertamente, el cuadro nos presenta un Javier que por algún motivo ha de-tenido repentinamente su marcha, sin tratar de protegerse; por el contrario, exponiéndose completamente, entregándose. La luz que hay en su rostro y la tenue aureola que lo rodea, nos recuerdan que ese es un hombre de Dios, que así algo haya captado su atención, interrumpiendo su camino, mantiene su serenidad y confianza. Tal vez, es el Javier que ha sido llamado y sin dudar responde: “aquí estoy yo, envíame a mí”.