Marzo 2021 | Edición N°: 1365
Por: Oficina de Información y Prensa | Pontificia Universidad Javeriana



El paisaje no podía ser más imponente: una extensa y árida llanura en la que se localizó la bíblica Ur de Caldea, “madre de todas las ciudades”, donde hace siglos estuvo la capital del imperio sumerio, que en su mayor apogeo cubrió un extenso territorio de Mesopotamia. Allí tuvo lugar el 6 de marzo pasado, dentro de la visita que realizó el papa Francisco a Irak, el encuentro interreligioso en el cual se quiso honrar a Abrahán, el hombre que “mirando al cielo y caminando en la tierra”, desde ese sitio “partió para un viaje que iba a cambiar la historia”. Así lo señaló el Santo Padre. No solo llamó la atención la presencia de los líderes de diversas confesiones y culturas, “judíos, cristianos y musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones”, ataviados con sus prendas distintivas, sino también la cordialidad que reinaba en el ambiente, el espíritu de diálogo de unos hombres que, por encima de las diferencias, están unidos en la promoción de la paz y el pluralismo, así como en la condena al fanatismo y la violencia.

Horas antes, Francisco se había desplazado en avión hasta Nayaf, uno de los dos centros más importantes de las escuelas chiíes de estudios islámicos, para hacer una visita de cortesía al Gran Ayatolá Sayyid Ali Al-Husein Al-Sistani, “el hombre más influyente de Irak”, que se ha destacado especialmente porque “ejerce de baluarte frente al sectarismo desencadenado tras el derribo de Sadam”, según lo anotó hace ya cinco años El País de España.

Al día siguiente, Francisco viajaría a Mosul, una ciudad bárbaramente atacada por el Estado Islámico, donde “las trágicas consecuencias de la guerra y de la hostilidad son demasiado evidentes”, según las palabras del Papa, quien anotó a renglón seguido que “es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan deshumana, con antiguos lugares de culto destruidos y miles y miles de personas —musulmanes, cristianos, los yazidíes, que han sido aniquilados cruelmente por el terrorismo, y otros— desalojadas por la fuerza o asesinadas”. Antes de la oración de sufragio por las víctimas de la guerra, el Santo Padre pronunció, en medio de las impresionantes ruinas de edificaciones derrumbadas, estas conmovedoras palabras: “Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre. Si Dios es el Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre. Si Dios es el Dios del amor —y lo es— a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos”, pidiendo luego “por todos nosotros, para que, más allá de las creencias religiosas, podamos vivir en armonía y en paz, conscientes de que a los ojos de Dios todos somos hermanos y hermanas”.

En este contexto, vale la pena recordar lo expuesto por el jesuita Jacques Dupuis, en su magistral libro Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso (Sal Terrae, 2001): “El diálogo tiende a una conversión más profunda de cada uno a Dios. El mismo Dios habla en el corazón de ambos interlocutores; el mismo Espíritu actúa en todos. Es este mismo Dios el que llama y desafía a cada interlocutor a través del otro, por medio de su testimonio recíproco. De esta forma se convierten -por así decirlo- uno para otro en un signo que conduce a Dios”.

“Depende de nosotros, humanidad de hoy, y sobre todo de nosotros, creyentes de cada religión, transformar los instrumentos de odio en instrumentos de paz”, S.S. Francisco.

Pues bien, en su discurso durante el encuentro interreligioso en la llanura de Ur, “lugar bendito que nos remite a los orígenes, a las fuentes de la obra de Dios, al nacimiento de nuestras religiones”, Francisco proclamó que “quien tiene la valentía de mirar a las estrellas, quien cree en Dios, no tiene enemigos que combatir. Sólo tiene un enemigo que afrontar, que está llamando a la puerta del corazón para entrar: es la enemistad”. En seguida anotó: “Mientras algunos buscan más tener enemigos que ser amigos, mientras tantos buscan el propio beneficio en detrimento de los demás, el que mira las estrellas de las promesas, el que sigue los caminos de Dios no puede estar en contra de nadie, sino en favor de todos. No puede justificar ninguna forma de imposición, opresión o prevaricación, no puede actuar de manera agresiva”. Luego, preguntó: “¿todo esto es posible?”. Su respuesta fue contundente: “El padre Abrahán, que supo esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4,18), nos anima. En la historia, hemos perseguido con frecuencia metas demasiado terrenas y hemos caminado cada uno por cuenta propia, pero con la ayuda de Dios podemos cambiar para mejor. Depende de nosotros, humanidad de hoy, y sobre todo de nosotros, creyentes de cada religión, transformar los instrumentos de odio en instrumentos de paz”.

Al hacer eco en estas páginas del valeroso mensaje enviado por el papa Francisco desde la tierra de Abrahán y resaltar sus palabras y gestos, nuestra Universidad quiere, además, renovar su compromiso con la realización “del sueño de Dios”, que, según lo señalado por el Papa, consiste en “que la familia humana sea hospitalaria y acogedora con todos sus hijos y que, mirando el mismo cielo, camine en paz en la misma tierra”.