septiembre 2017 | Edición N°: año 56, nro. 1331
Por: Pablo Gabriel Ivorra Peñafort | Coordinador de Creatividad y Promoción de la cultura, del Centro de Gestión Cultural.



La travesía de la Javeriana y el CIRE por los sitios emblemáticos de la vida de San Ignacio de Loyola en España, en sentido de reflexión y peregrinación.

¿De dónde venimos? Con esta pregunta empezamos nuestro camino. Y la respuesta no era corta ni sencilla. No se trataba solo de una ubicación geográfica. Era preguntarnos por toda la convergencia de tiempos, lugares y personas que, en una combinación única, nos llevó a emprender este camino. Un viaje con destinos planeados y otros sorpresivos. Una travesía que, por los resultados, fue más hacia dentro que hacia fuera. Fuimos un grupo de 33 peregrinos, todos con hogares, trabajos y realidades que fueron pausadas para favorecer una experiencia que las enriqueció de vuelta. Nos encontramos en Madrid el 9 de septiembre y dos días después partimos hacia el lugar donde todo empezó: Loyola. No en vano, la etimología de este apellido nos remite al lodo y al barro, pues es este último la metáfora cristiana para hablar de nuestro origen como seres creados. Recorrimos las carreteras españolas llenas de girasoles, quijotescos molinos de viento, antiguas parras y vallas enormes de toros silueteados. Nos adentramos en Euskadi, el milenario País Vasco, hogar del euskera, una lengua mágica e incomprensible. Tres kilómetros antes del punto de llegada nos bajamos para caminar y darnos un momento para masticar interiormente las preguntas fundamentales que nos acompañaron durante toda la experiencia. Pronto, hacia el horizonte, logramos ver la majestuosa cúpula del Santuario de Loyola. Una bella e intimidante construcción que rodea la Casa Torre original donde nació Íñigo López de Loyola. Ya dentro en la Casa nos encontramos con espacios y objetos significativos en la vida del santo. La habitación donde nació, los libros que leyó, la cocina y el comedor donde comía y la habitación donde convaleció sus heridas de guerra. En esta última, llamada hoy la Capilla de la Conversión, Ignacio se recuperó en meses y en su reposo accedió, en contra de sus preferencias, a libros que narraban la vida de Cristo y de varios santos. Esta lectura, hecha inicialmente con los ojos y luego con el corazón, convirtió la vida de Ignacio en algo radicalmente distinto a lo anterior. Sentimos en ese pequeño espacio esa energía que invita a cambios esenciales en la vida y que, así lo creímos, fue la misma que tocó y movió a Ignacio. Al día siguiente visitamos el Santuario de Nuestra Señora de Aranzazu. En esta obra maestra de la arquitectura, sin rastros de la capilla original que el santo visitó, Ignacio pasó y realizó sus votos de castidad frente la Virgen en una provechosa vigilia. Nuestro Camino continuó en dirección al Castillo de Javier, cuna de San Francisco Javier. A mitad del recorrido nos detuvimos en la legendaria ciudad de Pamplona con una intención especial: conocer el lugar preciso donde Ignacio cayó herido. Para sorpresa nuestra, el esperado lugar terminó siendo solo una placa dorada incrustada en uno de los andenes de la ciudad, inicialmente invisible para varios. Interesante contraste que iba a tono con la reflexión que nos fue propuesta acerca de las heridas que cargamos. Finalmente, el valor de estas no está en su notoriedad, sino en las acciones realizadas a partir de ellas. Luego de 170 km. de recorrido llegamos al Castillo. Una construcción sólida, gruesa y sofisticada que daba cuenta del estatus económico y social que tenía Francisco Javier y su familia. Paradoja inspiradora al saber que, a pesar de todas las comodidades ya aseguradas para su vida, Francisco decide hacer también un cambio radical en busca de algo más grande que él mismo. Fue una visita especialmente reconfortante para los javerianos presentes que, por afecto a nuestra Universidad, nos sentimos llamados a buscar para nuestra institución un mejor futuro inspira-dos en lo que nos supera y con la misma valentía de nuestro patrono. La última etapa del camino, en el séptimo día, fue llegar a la mítica Cueva de San Ignacio en Manresa. Ese lugar mágico donde Ignacio, sin haberlo planeado, consolidó toda su teología en la obra cumbre del discernimiento espiritual: los Ejercicios Espirituales. Una energía extraña de recogimiento y contemplación nos reunió a todos para pensar en la responsabilidad ética que tenemos de poner al servicio del otro mi experiencia vital. Ignacio hubiera podido quedarse con su conversión para él y vivir una vida correcta pero no le bastó y buscó compartir este descubrimiento. El acto de escribir los Ejercicios consolida lo que la Compañía de Jesús entendió y aplicó desde siempre en sus obras: caminar hacia nuestro propio interior y recorrernos completamente, para luego salir de nosotros, compartir mi camino con los demás e invitarlos a caminar a nuestro lado. Cerca de Manresa visitamos dos lugares muy especiales. Primero, el Monasterio de Santa María de Montserrat situado en la cima de un imponente macizo que estaba a la vista de Ignacio desde la Cueva. En este lugar el santo, luego de una larga vigilia en oración frente a la Moraneta, la virgen negra de Montserrat, entregó sus armas en un conocido ritual militar, pero con un desenlace diferente: Ignacio no vuelve al arma, sino que en adelante empuñará solo la palabra como único recurso de lucha. Un acto que mantiene completa vigencia con nuestra actualidad colombiana. El segundo lugar fue Verdú, el pequeño pueblo que vio nacer al primer y ojalá no único santo javeriano: San Pedro Claver. En su casa natal tuvimos la grata oportunidad de sentir el orgullo patrio de haber acogido en nuestra tierra al esclavo de esclavos, al santo que defendió con su vida los derechos humanos de los más marginados. inalmente, en Barcelona, conocimos la Basílica de Santa María del Mar. En este antiguo templo Ignacio pedía limosna para repartirla entre los pobres presentes en la misma Basílica. Este hábito del santo quedó retratado en una bella escultura fundida para su recién remodelada capilla. El Camino en España finalizó, pero continuaron 33 caminos que ya habían sido recorridos antes del viaje y ahora tienen un importante giro, como el mismo santo se increpa en su Autobiografía [7]: ¿qué sería, si yo hiciese esto que hizo San Ignacio de Loyola?.