agosto 2009 | Edición N°: año 48 No. 1250
Por: Antonio José Sarmiento Nova, S.J. | Vicerrector del Medio Universitario



El 31 de julio se conmemoró con una eucaristía en la Pontificia Universidad Javeriana los 453 años del fallecimiento del fundador de la Compañía de Jesús.

Padre Rector Joaquín Sánchez, S.J., Rector de la Pontificia Universidad Javeriana, y Monseñor Francisco Nieto Súa, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Bogotá.

COMO ES tradicional en nuestra comunidad universitaria, el pasado 31 de julio, celebramos la festividad de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, fallecido en similar día de 1556.

A las 12:00 del mediodía se celebró la Eucaristía en el Auditorio Luis Carlos Galán, presidida por Monseñor Francisco Nieto Súa, obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Bogotá, y concelebrada por un numeroso grupo de jesuitas entre los que se contaban el Padre rector, los vicerrectores Académicos y del Medio Universitario, decanos, profesores, asesores espirituales. Así mismo la asistencia representó los diversos estamentos de la comunidad Javeriana: docentes, estudiantes, administrativos.

La homilía del obispo aludió al significado evangélico de San Ignacio, a la hondura innovadora de su conversión y de su experiencia espiritual, al aporte decisivo que hizo a la iglesia con sus Ejercicios Espirituales, recordando los fundamentos cristológicos de la fe cristiana y generando un movimiento intenso de renovación espiritual en aquel siglo, marcado por hondas controversias y rupturas en el seno de la iglesia Católica.

Con especial afecto y gratitud Monseñor Nieto quiso también referirse a sus años como docente de historia eclesiástica en nuestro claustro, y al influjo de sus formadores jesuitas cuando cursó sus estudios de postgrado en roma en la Pontificia Universidad Gregoriana, haciendo parte de la comunidad del Pontificio Colegio Pío latino Americano.

Cabe decir que celebrar a un campeón del espíritu como San Ignacio no se puede reducir a una memoria del pasado, a un evocar su biografía o a realizar un ritual de protocolo.

Hombres como él pertenecen a la categoría de gigantes de la humanidad, aquellos que con su relato vital nos remiten a los orígenes mismos de la autenticidad humana, siempre expuesta a los peligros del “vano honor del mundo”; expresión original del mismo San Ignacio, con la que él alude a la primera época de su vida, antes de la conversión, cuando se dedicaba a la vida militar y a la búsqueda honores.

Autenticidad humana también expuesta a la obtención de poder sin valorar la eticidad de los medios, el afirmarse con arrogancia por encima del común de la humanidad, y toda forma de vanagloria y soberbia.

San Ignacio, sin el más mínimo asomo de agresividad, siempre fundado en la experiencia de Jesucristo, es uno de los grandes críticos del poder, en sus versiones civil y eclesiástica. El texto de los Ejercicios Espirituales pone, a quien se sumerge en ellos, a considerar dialécticamente los diversos caminos que ofrece la vida, siempre buscando la libertad en el Espíritu del sujeto que los hace, ordenando afectos y estableciendo prioridades, haciendo énfasis en todas aquellas realidades humanas que, por el egoísmo humano, derivan de medios a fines, especialmente esta del poder “desordenado” que se aleja de su finalidad original y se transforma lamentablemente en despotismo, en cultivo del ego o en afirmaciones de sí mismo sin la perspectiva del servicio y del bien común.

Hoy, cuando la humanidad aspira a una convivencia equitativa y justa, a un reconocimiento de todos los seres humanos en igualdad de condiciones, cuando también subsisten modos inaceptables de autoridad, estados injustos, planificaciones económicas injustas, facetas unilaterales de la globalización económica y cultural, indignantes violaciones a los derechos humanos, la narrativa profética de San Ignacio nos invita a un proyecto de vida marcado por el servicio solidario inspirado en el principio y fundamento teologal, deponiendo todo interés personal y toda vanidad que maltrate a otros hombres y mujeres; como decía un gran intérprete de San Ignacio en el siglo XX, el Padre Pedro Arrupe,S.J., refiriéndose a un aspecto esencial de la misión jesuíta: “formar hombres y mujeres para los demás”

Con una eucaristía se celebró la festividad de San Ignacio de Loyola. La misa fue concelebrada por un numeroso grupo de jesuitas entre los que se contaba el Padre Rector, los Vicerrectores Académicos y del Medio Universitario, Decanos, profesores y asesores espirituales.