¿Copie y pegue?
No necesariamente la disponibilidad y utilización de recursos tecnológicos aseguran la excelencia ni hacen que el ser humano sea mejor y que también lo sea su entorno. A veces ocurre precisamente lo contrario. Tal es el caso de la producción digital de textos que hoy en día se puede apoyar en herramientas extraordinarias tanto en lo relativo a la búsqueda de información, cosa que hace unos años era inimaginable, así como también en lo que tiene que ver con la propia redacción. Al facilitarse esta labor que ahora podría realizarse con un menor esfuerzo, se pone en riesgo la excelencia. El verbo copiar y el sustantivo copista, en épocas remotas, hacían referencia a esa preciosa labor que en buena medida la imprenta vino a desplazar: la producción de libros manuscritos. Esta obra de monjes artistas que reproducían con maestría palabras e imágenes tuvo gran impacto en el desarrollo cultural de la humanidad. De igual manera, el aprendizaje de la escritura siempre se apoyó en la copia o transcripción de textos que hacían los niños, procedimiento que permitía perfeccionar la caligrafía, una habilidad que la digitación ha afectado profundamente y que hoy es cada vez más exótica. Sin embargo, el hecho de copiar en la actualidad ya no tiene aquella connotación algo romántica de monasterios y escuelas. ¡No! Ahora está asociado a una práctica que puede resultar censurable y punible si no se toman medidas cuidadosas en esta materia. En efecto, gracias a los mecanismos de búsqueda que nos ofrecen los medios digitales, es posible encontrar en minutos numerosas y extensas referencias sobre un tema particular. Ya no es necesario ir a una biblioteca, consultar sus catálogos y ojear libros para encontrar las citas relevantes y la información de base para un trabajo de investigación. Un computador con acceso a Internet es todo lo que se requiere para obtener en poco tiempo un resultado similar con una ventaja adicional, si así se le puede considerar: que el texto esté digitado, listo para ser bajado de la red mediante un proceso simple de cuatro operaciones: seleccione, copie, pegue y guarde como un nuevo archivo al que el usuario bautizará con toda libertad y el cual podrá utilizar con facilidad de diversas maneras. Hasta aquí el recurso tecnológico funciona sin dificultades. El problema comienza cuando no se asegura el crédito al autor correspondiente y la fuente respectiva, cosa que no siempre se hace de manera involuntaria, y el texto se utiliza y presenta posteriormente como producción original, hecho que constituye plagio.
Por supuesto, situaciones similares se pueden originar sin el uso de la tecnología y así ha ocurrido en el pasado remoto y lejano. En esto no hay ninguna novedad. Párrafos, páginas, incluso artículos y libros completos, han sido plagiados por personas deshonestas que se atreven a presentarlos como propios. La diferencia reside en la facilidad que actualmente se tiene para hacerlo. A la hora de evaluar trabajos escritos, los profesores hoy se enfrentan a una labor en cierta forma detectivesca porque deben, entre otras cosas, descubrir si el texto o parte de él no ha sido producto del proceso conocido como copy-paste, combinación de palabras en inglés que aparecen como opciones en la herramienta de edición que nos ofrece un sistema operativo. Por supuesto, la tecnología también facilita la averiguación pues basta transcribir una frase en uno de los buscadores para que encontremos las posibles fuentes documentales que nos ofrece la red. Pero hay algo peor que raya en el descaro, y es el copy-paste en trabajos de
alumnos o grupos de un curso presentados a un mismo profesor. A partir de un único texto es posible crear variaciones, no sólo de presentación del escrito, el tipo y el tamaño de letra, por ejemplo, sino también de enlaces entre párrafos e incluso su ordenamiento. Sin embargo, el buen profesor, que dedica tiempo para leer cuidadosamente lo que le entregan sus alumnos, de repente se da cuenta que algo similar ya había leído en otro documento, y termina por identificar apartes exactamente iguales en dos trabajos, situación que solamente se puede explicar en un burdo copy-paste.
Ahora bien, no se trata entonces de corregir esta epidemia que ha afectado tanto a estudiantes de pregrado como de posgrado, casos igualmente inaceptables, afinando las habilidades del profesor como detector de plagios, sino de promover el aprecio de la honestidad y el esfuerzo que fundamentan el auténtico acto de aprendizaje. ¿Qué valor puede tener una excelente calificación obtenida con base en un plagio no descubierto? Por supuesto, no podemos subestimar el culto que en ciertos medios se rinde al vivo, ese personaje siniestro que logra engañar para beneficiarse, en una cultura que considera lamentable y desafortunado el ser pillado y no así el ser pillo. Grande es la tarea educativa que tiene la Universidad y en particular sus profesores frente al copy-paste. Más allá de velar por el estricto cumplimiento de las normas sobre derecho de autor y de las contempladas en el Reglamento de Estudiantes sobre fallas disciplinarias relacionadas con el plagio, debemos arraigar en todos los miembros de la Comunidad Educativa Javeriana su compromiso indeclinable con la excelencia como válvula de cierre a toda posibilidad de engaño o mentira, de mediocridad o facilismo