1 de agosto de 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1310
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



Para los colombianos, el tema del desplazamiento de personas dentro del territorio nacional ha estado asociado al conflicto armado y el narcotráfico, que de una u otra manera han obligado a miles de campesinos a abandonar sus parcelas y veredas. La inseguridad y la guerra, los crímenes y las amenazas los han forzado a dejar sus pocas pertenencias y tomar camino, casi siempre hacia los núcleos urbanos donde entran a formar parte de los cinturones de miseria que congregan a millones de compatriotas que únicamente tratan de sobrevivir. Sin embargo, este fenómeno social ocurre casi siempre de manera silenciosa, y solo ha llamado la atención de los medios de comunicación cuando ha tenido lugar en forma masiva. Esto explica por qué la sociedad se sorprende cuando de pronto reconoce la magnitud del problema de los desplazados. Muy distinto cubrimiento ha merecido, en contraste, el desplazamiento multitudinario de personas en diferentes regiones del mundo, especialmente en las fronteras de Europa, a donde  se  dirigen  en  busca  de  nuevas  oportunidades.  En  los últimos  meses,  noticieros  y  periódicos nos  han  informado  ampliamente  acerca del drama de miles de hombres y mujeres, cuya única opción ha sido hacerse al camino,  salir  de  esos  países  de  África  y del  Medio  Oriente  afectados  seriamente por conflictos armados, en la mayoría de los casos, y en otros, por condiciones de vida que son en verdad insoportables. Hemos  visto  en  sus  rostros  la  angustia  de un futuro incierto y también, la tristeza, incluso la rabia que causa el desarraigo.

Es en verdad violento abandonar la tierra de sus mayores, la de sus costumbres y su lengua, donde se hallan y permanecerán las raíces de su identidad.

Las imágenes lo dicen todo. Son cientos de personas, muchos niños entre ellos, que apenas con unas pocas pertenencias, se enfrentan a todo tipo de riesgos, entre ellos, el ser detenidos por los encargados de asegurar los pasos internacionales. En las aguas del Mediterráneo han perdido la vida muchos inmigrantes, y aquellos que logran alcanzar la tierra firme, entran a engrosar las filas de miles de extranjeros que en una nación extraña buscan afanosamente un medio de sustento. Lo que viene sucediendo constituye una verdadera crisis humanitaria. Por  supuesto,  no  es  nuevo  este  fenómeno  que  queda  por fuera de la legalidad y que es aprovechado por poderosas organizaciones que encuentran en la tragedia y el dolor ajeno la oportunidad de un negocio lucrativo: el tráfico de seres humanos. Nuestro continente, por ejemplo, ha sido escenario de una continua migración hacia los Estados Unidos, en particular, a través de la frontera con México y de las aguas del Atlántico que separan a Cuba de las costas de la Florida. El sueño de una vida mejor ha sido el motor de este desplazamiento masivo que sin duda alguna ha transformado la realidad social y política de los estadounidenses, y hoy es asunto destacado del debate en esa nación.

A todo lo anterior, se ha sumado en el pasado reciente la salida intempestiva de centenares de colombianos que vivían en  Venezuela  y  fueron  expulsados  por  el  gobierno  del  vecino  país.,  en  un  hecho  sin  precedentes.  Gran  indignación  ha causado  en  todos  los  sectores  de  nuestra  nación  el  atropello perpetrado contra indefensos compatriotas y la flagrante violación  de  los  derechos  humanos.  A  estos  conciudadanos deportados, que debieron salir de sus casas en medio de la humillación de las autoridades venezolanas, que no dudaron en destruir sus humildes viviendas,  se  unieron  muchos  otros,  que huyeron  ante  las  amenazas.  La  prensa ha dado cuenta de la tragedia que se ha vivido  a  lo  largo  de  esta  zona  limítrofe ubicada  en  los  alrededores  de  Cúcuta,  y que con sobrada razón ha sido calificada de infamia. Más allá de los problemas y las razones que hayan podido motivar la determinación  del  gobierno venezolano, todas las personas, sin excepción alguna, merecen ser tratadas como corresponde a su dignidad humana y que se les respeten plenamente sus derechos. La forma en que se ha procedido ha generado una grave crisis humanitaria.

Suficientes problemas tiene ya el mundo para resolver, con unos recursos que siempre serán limitados, como para generar otros que pueden evitarse. Los gobernantes, los de Colombia y los de todos los países del mundo, están obligados, no solo a considerar los lazos históricos que vinculan a las naciones y hacer uso de la diplomacia y la inteligencia para enfrentar las dificultades que se puedan presentar, sino también y especialmente,  a  respetar  los  derechos  humanos  de  todos  los habitantes del planeta. Fronteras como la de Venezuela, lejos de separar, deben procurar la unión de dos pueblos hermanos que reconocen a un mismo libertador.

Más allá de los problemas y  las  razones  que  hayan podido  motivar  la  determinación    del    gobierno venezolano,    todas    las personas,  sin  excepción alguna, merecen ser tratadas  como  corresponde a  su  dignidad  humana  y que  se  les  respeten  plenamente sus derechos.