1 de Marzo del 2015 | Edición N°: Año 54 N° 1305
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana

“¡La corrupción apesta!”


Esta  afirmación  tajante  del  papa  Francisco,  pronunciada  en su reciente visita a Pompeya y Nápoles, mereció una amplia divulgación en todo el mundo. Tenía que ser así pues el verbo apestar no es de uso frecuente; a él recurrimos en situaciones extremas. Ahora bien, su mensaje giró en torno a la esperan- za, “ese gran patrimonio, ese «resorte del alma», tan valioso”, que  resulta  amenazada  cuando  las  dificultades  aparecen  en la vida cotidiana; la esperanza que, entre otros, se roban los corruptos.

Todos sabemos que la corrupción es uno de los flagelos que han afectado al mundo a lo largo de la historia, con mayor o menor intensidad según tiempos y lugares. De manera particular, la administración pública ha sido un botín para ciudadanos sin escrúpulos que solamente ven en los cargos oficiales la oportunidad de enriquecerse. Por supuesto, no faltan personas deshonestas en el sector privado que contribuyen a esta enfermedad,  porque  en  su  afán  de  favorecer  el  interés  particular,  ya  sea  en  términos  económicos  o jurídicos, buscan corromper a funcionarios del Estado o están dispuestos a atender sus indecorosas propuestas.

Al respecto, vale la pena leer un aparte del texto del papa Francisco: “todos nosotros tenemos la posibilidad de ser corruptos, ninguno de nosotros puede decir: «yo nunca  seré  corrupto».  ¡No!  Es  una  tentación,  es  un  deslizarse  hacia  los  negocios fáciles, hacia la delincuencia, hacia los delitos, hacia la explotación de las personas. ¡Cuánta corrupción hay en el mundo! Es una palabra fea, si pensamos un poco en ello. Porque algo corrupto es algo sucio. Si encontramos un animal muerto que se está echando a perder, que se ve «corrompido», es horrible y apesta”.

Pues bien, a la corrupción se la ha enfrentado en las últimas décadas con la transparencia, un término que hace referencia a la pulcritud, a las cuentas claras y el juego limpio, sin ‘cartas bajo la mesa’. Este es el horizonte de la organización no gubernamental llamada Transparencia Internacional que se presenta como una “coalición global contra la corrupción, que promueve medidas contra crímenes corporativos y corrupción política en el ámbito internacional”. Una de sus tareas es la evaluación anual del Índice de Percepción de la Corrupción por países, que en el caso de Colombia sigue siendo preocupante, pues  nos  encontramos  por  debajo  de  la  media,  en  el  puesto 94 entre 175 evaluados. Según los expertos este indicador tiene una relación significativa con actos de corrupción que permanecen en la impunidad, situación que sin duda alguna, afecta negativamente todos los esfuerzos para combatir dicho flagelo.

Si nos enfocamos en el mundo educativo, debemos recordar que la lucha contra la corrupción tiene un bastión poderoso en la formación ética de los futuros profesionales, y por lo tanto, en la labor del profesorado. El Proyecto Educativo Javeriano, por ejemplo, señala con claridad nuestro interés en lograr que los estudiantes “se formen para una mayor libertad y responsabilidad  social”,  así  como  que  “adquieran  una  visión  ética del  mundo”  que,  entre  otras  cosas,  “los  comprometa  con  el cumplimiento de sus deberes”. Se trata de arraigar profundas convicciones en la persona que en un futuro no lejano deberá asumir cargos y funciones en la sociedad.

De esta forma, su conducta no será regida simplemente  por  los  límites  que  señalan lo  prohibido  o  lo  obligatorio,  sino  por  los grandes  valores  humanos  que  nos  hablan de  consagración  y  excelencia,  de  servicio y  solidaridad.  Por  su  parte,  la  Misión  de la Universidad contempla entre los rasgos distintivos  de  los  hombres  y  mujeres  que estudian  en  la  Javeriana,  “su  alta  calidad ética”, que por supuesto está referida a la honradez y rectitud, o si se quiere, a la probidad, un término que ha caído en desuso a pesar de su alta carga de significado.

Desde  estas  páginas,  retomamos  entonces  el  clamor  del papa Francisco, su enérgica y valerosa condena a los corruptos, que es al mismo tiempo un llamado a todos los habitantes del planeta para que en sus decisiones siempre consideren la dignidad del ser humano y la respeten; para que no se aparten del camino que indica el bien común; y para que la honestidad sea una impronta evidente. La visita anunciada del Santo Padre a Colombia, que a todos nos alegra profundamente, debe ser  motivo  para  repasar  cuidadosamente  su  mensaje,  tomar en cuenta, seriamente, sus enseñanzas y advertencias, y sobre todo, para actuar en concordancia porque lo que convence al final es el testimonio y no el discurso.

“Si  nos  enfocamos  en  el mundo   educativo,   debemos recordar que la lucha contra la corrupción tiene un  bastión  poderoso  en la  formación  ética  de  los futuros   profesionales,   y por  lo  tanto,  en  la  labor del profesorado”.