Editorial
Esta afirmación tajante del papa Francisco, pronunciada en su reciente visita a Pompeya y Nápoles, mereció una amplia divulgación en todo el mundo. Tenía que ser así pues el verbo apestar no es de uso frecuente; a él recurrimos en situaciones extremas. Ahora bien, su mensaje giró en torno a la esperan- za, “ese gran patrimonio, ese «resorte del alma», tan valioso”, que resulta amenazada cuando las dificultades aparecen en la vida cotidiana; la esperanza que, entre otros, se roban los corruptos.
Todos sabemos que la corrupción es uno de los flagelos que han afectado al mundo a lo largo de la historia, con mayor o menor intensidad según tiempos y lugares. De manera particular, la administración pública ha sido un botín para ciudadanos sin escrúpulos que solamente ven en los cargos oficiales la oportunidad de enriquecerse. Por supuesto, no faltan personas deshonestas en el sector privado que contribuyen a esta enfermedad, porque en su afán de favorecer el interés particular, ya sea en términos económicos o jurídicos, buscan corromper a funcionarios del Estado o están dispuestos a atender sus indecorosas propuestas.
Al respecto, vale la pena leer un aparte del texto del papa Francisco: “todos nosotros tenemos la posibilidad de ser corruptos, ninguno de nosotros puede decir: «yo nunca seré corrupto». ¡No! Es una tentación, es un deslizarse hacia los negocios fáciles, hacia la delincuencia, hacia los delitos, hacia la explotación de las personas. ¡Cuánta corrupción hay en el mundo! Es una palabra fea, si pensamos un poco en ello. Porque algo corrupto es algo sucio. Si encontramos un animal muerto que se está echando a perder, que se ve «corrompido», es horrible y apesta”.
Pues bien, a la corrupción se la ha enfrentado en las últimas décadas con la transparencia, un término que hace referencia a la pulcritud, a las cuentas claras y el juego limpio, sin ‘cartas bajo la mesa’. Este es el horizonte de la organización no gubernamental llamada Transparencia Internacional que se presenta como una “coalición global contra la corrupción, que promueve medidas contra crímenes corporativos y corrupción política en el ámbito internacional”. Una de sus tareas es la evaluación anual del Índice de Percepción de la Corrupción por países, que en el caso de Colombia sigue siendo preocupante, pues nos encontramos por debajo de la media, en el puesto 94 entre 175 evaluados. Según los expertos este indicador tiene una relación significativa con actos de corrupción que permanecen en la impunidad, situación que sin duda alguna, afecta negativamente todos los esfuerzos para combatir dicho flagelo.
Si nos enfocamos en el mundo educativo, debemos recordar que la lucha contra la corrupción tiene un bastión poderoso en la formación ética de los futuros profesionales, y por lo tanto, en la labor del profesorado. El Proyecto Educativo Javeriano, por ejemplo, señala con claridad nuestro interés en lograr que los estudiantes “se formen para una mayor libertad y responsabilidad social”, así como que “adquieran una visión ética del mundo” que, entre otras cosas, “los comprometa con el cumplimiento de sus deberes”. Se trata de arraigar profundas convicciones en la persona que en un futuro no lejano deberá asumir cargos y funciones en la sociedad.
De esta forma, su conducta no será regida simplemente por los límites que señalan lo prohibido o lo obligatorio, sino por los grandes valores humanos que nos hablan de consagración y excelencia, de servicio y solidaridad. Por su parte, la Misión de la Universidad contempla entre los rasgos distintivos de los hombres y mujeres que estudian en la Javeriana, “su alta calidad ética”, que por supuesto está referida a la honradez y rectitud, o si se quiere, a la probidad, un término que ha caído en desuso a pesar de su alta carga de significado.
Desde estas páginas, retomamos entonces el clamor del papa Francisco, su enérgica y valerosa condena a los corruptos, que es al mismo tiempo un llamado a todos los habitantes del planeta para que en sus decisiones siempre consideren la dignidad del ser humano y la respeten; para que no se aparten del camino que indica el bien común; y para que la honestidad sea una impronta evidente. La visita anunciada del Santo Padre a Colombia, que a todos nos alegra profundamente, debe ser motivo para repasar cuidadosamente su mensaje, tomar en cuenta, seriamente, sus enseñanzas y advertencias, y sobre todo, para actuar en concordancia porque lo que convence al final es el testimonio y no el discurso.
“Si nos enfocamos en el mundo educativo, debemos recordar que la lucha contra la corrupción tiene un bastión poderoso en la formación ética de los futuros profesionales, y por lo tanto, en la labor del profesorado”.