Editorial
Para vivir en sociedad con algo de tranquilidad y poder desarrollar las actividades que dan sentido a nuestra existencia y nos permiten crecer como personas, es necesario aceptar un conjunto de condiciones que están ya definidas, como son, por ejemplo, las fijadas por las leyes. En este sentido, no podemos escoger individualmente, de acuerdo con nuestros propios gustos e intereses, las normas que determinan el ordenamiento social. Por supuesto, esas condiciones se pueden cambiar, y para eso la democracia nos ofrece unos espacios precisos de participación que siempre estarán mediados por el parecer de las mayorías, expresado en las urnas y en las decisiones que toman quienes nos representan en las corporaciones públicas, que son el lugar por excelencia para elejercicio de la política.
Se podría decir que la diferencia entre una sociedad civilizada y una que no lo es, consiste en la forma de enfrentar las diferencias que en ocasiones no es posible resolver o dirimir.
¿Cómo escoger el camino entre distintas opciones? En el primer caso, el que plantea la civilización, es esencial el diálogo, porque el poder de los argumentos determina el curso de las decisiones, se apela a la razón y a la sensatez de las personas. Por el contrario, en una sociedad que no acoge este modo de proceder, la fuerza y el temor se usan para imponer el rumbo que definen unos pocos, de acuerdo con sus propios intereses o convicciones, y que se han hecho al poder de alguna manera.
Ahora bien, la actividad política, que se mueve en torno a ideas y propuestas acerca del futuro de la sociedad, siempre debe tener como horizonte el bien común y los intereses de la nación. ¡Ese debe ser su único norte!
En este contexto, los colombianos vemos hoy con esperanza que un grupo de compatriotas que hace décadas escogieron la vía armada, que es la de los fusiles y la violencia, para promover cambios sociales, hayan considerado la posibilidad de poner fin a tantos años de conflicto y hacer opción por la vía política, que es la de las urnas y la paz. Por muchos años, el Gobierno Nacional ha enfrentado militarmente esta insurrección que no ha respetado a la población civil, que ha establecido nexos con el narcotráfico y ha desplegado una acción delincuencial de secuestros y extorsión, daños a la infraestructura nacional y el medio ambiente. Todo parece indicar que el esfuerzo reciente de buscar alternativas mediante el diálogo y la negociación, está dando sus frutos.
Difícil camino el recorrido hasta ahora en La Habana, y no menos complejo el que nos espera en el inmediato futuro. Sin embargo, el silencio de las armas y el pleno respeto a la dignidad de las personas nos obligan a empeñar lo mejor de nuestra humanidad para lograr estos propósitos. Se necesitan, por igual, generosidad, inteligencia y voluntad, asegurando en todo caso el respeto a la ley y la justicia.
Las diferencias siempre existirán, y qué bueno que así sea: es demostración palpable de riqueza y fundamento del progreso. No faltarán conflictos y enfrentamientos, pero debemos asumirlos civilizadamente, en los escenarios que la sociedad ha creado con este fin. Mucho trabajo debemos hacer para acreditar la actividad política como un ejercicio responsable y honesto, que procura la unidad de los colombianos en torno a los intereses nacionales, y no la división y el sectarismo. Nadie puede desconocer la cuota puesta en el conflicto por esa parte del país que, aunque en principio se mueve dentro de la institucionalidad, ha estado viciada por la corrupción y amparada en la impunidad.
Por supuesto, a las minorías, no importa su origen o sus antecedentes, se les debe asegurar su espacio y brindarles garantías para que su participación en el debate de los asuntos públicos sea real. La historia de nuestro país nos ha dejado tristes lecciones al respecto, y no podemos permitirnos que se repitan experiencias que el país entero ha condenado.
Colombia tiene recursos de sobra para transitar por un sendero que nos lleve a lograr mejores condiciones de vida para todos los ciudadanos, para hacer que el desarrollo social que se requiere, pueda realizarse dentro de la institucionalidad, y que la vía política sea una opción respetable y eficaz. ¡Cuánto esfuerzo se ha consumido en la guerra! ¡Cuánta muerte y desolación ha dejado este camino!
La Javeriana siempre estará del lado de la paz y la justicia, del diálogo civilizado, de la democracia y la participación. El horizonte de nuestra actividad cotidiana es ese mundo mejor, esa sociedad solidaria, incluyente y respetuosa de la dignidad humana, que con toda seguridad podemos construir por la vía política.
Difícil camino el recorrido hasta ahora en La Habana, y no menos complejo el que nos espera en el inmediato futuro. Sin embargo, el silencio de las armas y el pleno respeto a la dignidad de las personas nos obligan a empeñar lo mejor de nuestra humanidad para lograr estos propósitos.