septiembre 2017 | Edición N°: año 56, nro. 1331
Por: Carlos Novoa S.J. | Profesor Titular del Departamento de Teología y Doctor en Ética Teológica.



El padre Carlos Novoa, S.J. presenta un breve análisis del encuentro del papa Francisco con las víctimas de la violencia, desde la perspectiva del evangelio.

La declaración pública del papa Francisco, víspera del domingo del plebiscito, sobre el acuerdo del gobierno con las FARC, fue un hecho de gran valentía evangélica, de una parte, porque de facto era incursionar en los asuntos internos de un país, a lo que es muy ajeno el Papa y la Santa Sede hoy, y de otra, porque comprometía la reputación personal papal, ya que un sector de la opinión pública nacional rechazó la mencionada declaración. De esta manera el Obispo de Roma zanjaba la diferencia existente entre nuestros obispos, respecto a la conveniencia o no de apoyar el mencionado acuerdo. Francisco corre estos riesgos, ya que para él lo que cuenta es el bien general y el beneficio de las grades mayorías. Una vez más el sucesor de Pedro habla con hechos contundentes siguiendo su conciencia iluminada por Jesús, así tenga que pagar altos costos: “Por sus frutos los conocerán” Mateo 7:20; Lucas 6:44, y “la fe sin obras está muerta” Santiago 2:17. La vida cristiana se define en el testimonio y a esto le apuesta el obispo de Roma. En su visita a Colombia lo que primaron fueron los hechos papales. Un hombre de 80 años que sube del nivel del mar a una altura de 2600 metros y sin embargo, Francisco siempre estuvo lleno de vigor, comunicando su cariño y apoyo a las víctimas de la guerra, los niños, los enfermos, los excluidos. Solo la fuerza de Jesús a la que se abre a fondo el Pastor de la Iglesia Universal, puede superar las limitaciones médicas señaladas. Al decir del apóstol Pablo, “no soy yo, es Cristo quien vive en mí” Gálatas 2:20. El evangelio verifica varias veces cómo a “Jesús lo seguía una gran muchedumbre” Juan 6:2; Lucas 9:11, por que vivía lo que predicaba y siempre se empeñaba en responder a las necesidades de las personas. Y esto es el Papa, por ello multitudes extraordinarias se congregaron en las cuatro ciudades que visitó, llegando a dormir desde la víspera en el lugar de encuentro. Para la eucaristía en Bogotá se reunieron 1.600.000 personas y en Medellín, 1.200.000. El testimonio de Francisco en Colombia fue de reconciliación y perdón ante todo. Él viene siguiendo muy de cerca nuestra situación, y sabe que, en medio de una sociedad tan polarizada como la nuestra, este es el testimonio que necesitamos. La celebración central de la visita papal fue el ‘Gran encuentro por la reconciliación nacional’, en el parque Las Malocas de Villavicencio. En ningún lugar lo había visto como en este encuentro, con los ojos absolutamente abiertos, condoliéndose con el insondable dolor del testimonio de las víctimas y los victimarios, al mismo tiempo que se preguntaba: ¿Cómo es posible que hermanos católicos se violenten y asesinen de esta forma tan espantosa?. Como Jesús, el Papa nos visita para oírnos, aprender de nosotros, haciendo propias nuestras alegrías y tristezas. Por esto en Las Malocas señaló: “Y estoy aquí no tanto para hablar yo sino para estar cerca de ustedes, mirarlos a los ojos, para escucharlos, abrir mi corazón a su testimonio de vida y de fe… desearía también abrazarlos… quisiera llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos yo también tengo que pedir perdón”. Dos víctimas y victimarios dieron su testimonio. De particular impacto fue el de Pastora Mira, mujer que padeció la desaparición forzada, tortura y asesinato de varios familiares, comunicándonos cómo el Señor Jesús en cruz a hoy la llena de consuelo, perdón y ánimo para seguir sirviendo a las víctimas de toda esta vorágine nacional. Ante esta desgarradora historia Francisco verifica: “Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien: quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús crucificado, para que se una al de Él y así sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia”. El obispo de Roma agradeció de corazón el testimonio de los victimarios, una exparamilitar y un exguerrillero de las FARC. “No he venido a buscar la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” 2 Pedro 3:9, fue la máxima tan propia de Jesús que inspiró su palabra para ellos, verificando su sincero arrepentimiento: “También hay esperanza para quien hizo el mal… Resulta difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel… Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz”. De esta manera el Papa le sale al paso al convencimiento tan colombiano, de no creer en la posibilidad de cambio de los agentes de la violencia, “el que nace iguana, muere iguana”, se machaca en un grado de cerrazón emocional poco evangélico. Y no se nos olvide, “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” Juan 8:7. “Perdonar lo imperdonable y nombrar lo innombrable” como comenzaba su intervención Pastora Mira, es el bálsamo sin par que nos comunica Jesús para una Colombia sin asesinatos, sangre, dolor y muerte que todos anhelamos. Y en el corazón de este caminar Francisco constata cómo urge “resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y siempre la deja a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales” (Encuentro con la Autoridades, Bogotá). El reto que nos deja la visita de Francisco, se halla en el final de su discurso en Las Malocas: “Queridos colombianos: No tengan miedo a pedir y a ofrecer perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas, y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor”.