La Colombia marginada
Hace muchos años, en Colombia cobró fuerza hablar, por una parte, del ‘país político’, y por otra, del ‘país nacional’. De esta forma, se quiso hacer notar la gran diferencia que se había establecido entre dos segmentos de la población, uno minoritario y privilegiado, con alta influencia sobre los destinos de la nación, que sin embargo parecía que solo tenía en mente sus propios intereses y se preocupaba por asegurar su bienestar y progreso, sin ninguna otra consideración; y el otro, que abarcaba a la mayoría del pueblo colombiano, los llamados “ciudadanos de a pie”, que se veían en dificultades para llevar una vida más o menos digna, y que prácticamente no podían tener ni sueños ni esperanzas de un futuro mejor. Se podría decir que el ‘país político’ le daba la espalda al ‘país nacional’, en cierta forma sometido al statu quo, aunque no faltaban voces que clamaban por el cambio y agitaban el debate público. La absurda indiferencia de unos y el explicable descontento de otros creaba una situación propicia para la violencia que muy pronto se esparció en diversas partes del territorio nacional. Han pasado más de seis décadas desde entonces y a pesar del progreso notable del país en muchos frentes, es lamentable que existan regiones de Colombia que hayan permanecido prácticamente al margen del desarrollo, con los mismos problemas de siempre, olvidadas a lo largo de los años, no solo por el gobierno nacional, sino también, y lo que es más deplorable, por los gobiernos locales que tampoco atienden las necesidades apremiantes de sus propios vecinos. Lo sucedido recientemente en Buenaventura vuelve a poner sobre la mesa esa triste realidad de la Colombia marginada, que contrasta fuertemente con la Colombia en desarrollo, que progresa aceleradamente y nos llena de optimismo y orgullo, la de las grandes obras de ingeniería, la de espectaculares carreteras con túneles y puentes imponentes, la de los inmensos puertos, la que está al día en materia de tecnologías de la información, la que atrae a los turistas y los inversionistas, la que goza de cierta seguridad, sin mayores problemas de orden público. Una cosa muy distinta se vive en esa otra Colombia, donde, por una parte, la precaria infraestructura de vivienda y de servicios públicos afecta la vida cotidiana de la población y pone en riesgo su salud, y por otra, la llamada ausencia del Estado ha propiciado que otros actores asuman el control del territorio apoyándose en las armas. Pero no solo se trata de Buenaventura, donde se ha presentado en los últimos días una grave situación de orden público y su población reclama promesas incumplidas. Qué decir del Chocó, del Pacífico en general, o de la Guajira, por ejemplo, territorios de una inmensa riqueza natural y un extraordinario patrimonio cultural, que nos ofrecen muchos enclaves geográficos de la Colombia marginada; sin olvidar tampoco, tantos entornos de miseria que se encuentran en importantes núcleos urbanos. Ahora bien, el problema de la marginalidad no es exclusivo de Colombia; se presenta en la mayoría de los países del mundo y constituye uno de los grandes desafíos de la humanidad. Tan seria es esta realidad que hoy la premisa central de la Agenda 2030 suscrita a nivel internacional es “emprender un proceso de desarrollo que no deje a nadie atrás”. Tal como lo señala el Informe sobre Desarrollo Humano 2016, hay razones suficientes para pensar que esto es posible, que “hacer realidad las esperanzas está a nuestro alcance”. La Javeriana siempre se ha preocupado por mantener abierto el horizonte de su quehacer, evitando todo tipo de exclusión. En la academia se corre el riesgo de quedar atrapados por el encanto de conocimientos y saberes que hacen honor a la curiosidad y la inteligencia del ser humano, pero que poco efecto tienen en la transformación social. Sin embargo, el objetivo final de nuestra Universidad es la construcción de una sociedad distinta, “más civilizada, más culta y más justa”. Sí, es una opción radical por la dignidad del ser humano. Esta es la razón por la que permanentemente recordamos en el quehacer académico a los excluidos, a los más desfavorecidos, a los que han sido víctimas de un modelo de desarrollo que no asegura la equidad. En este contexto, seguiremos empeñados en que la Colombia marginada siempre esté presente en la mente y en los corazones de los javerianos, de sus Profesores y Estudiantes, de sus Empleados Administrativos y Egresados; y sobre todo, en su quehacer porque es allí donde “el desarrollo humano para todos”, verdaderamente puede hacerse realidad.