Noviembre- Diciembre 2009 | Edición N°: año 48 No. 1253
Por: Fabiola Cabra Torres | Profesora Facultad de Educación



Como profesores, parte de nuestro trabajo consiste en explicitar y delimitar un conjunto de propósitos de enseñanza y de aprendizaje en las asignaturas; estos objetivos se refieren a aquello que pretendemos de manera consciente que aprendan los estudiantes. Pero a esto no se reduce la formación: adicionalmente, coexiste un conjunto de resultados no pretendidos y no esperados que están presentes en nuestras prácticas docentes y sobre los cuales vale la pena reflexionar. en el caso de la evaluación que realizamos en el aula de clase, los efectos han sido ampliamente investigados, muchos de ellos están relacionados con el estilo de la relación profesor-alumno, el clima de aula, lo propiamente organizativo y curricular. Así, diversos estudios sobre el currículo oculto señalan que cuando la relación dialógica está ausente en la práctica evaluativa, son mayores los riesgos de una educación autoritaria en la cual se naturalicen las relaciones de poder basadas en la desconfianza, la descalificación y la exclusión. Algunos efectos también tienen que ver con las actitudes y el autoconcepto académico de los estudiantes, por ejemplo con aprender que una asignatura es inútil, o que no aporta nada relevante a su futura profesión; o a sentirse incapaces para afrontar determinadas actividades de aprendizaje, de modo que la autoestima suele ser afectada por las prácticas evaluativas. otros efectos, tienen que ver con el ethos universitario y de aula, en tanto el estudiante puede aprender que los valores que proclama la institución no son relevantes para la formación profesional o para la vida personal, ya sea porque no se evidencian en las prácticas docentes universitarias, ya sea porque se quedan en las declaraciones o en enunciados formales.

Además de lo anterior, uno de los elementos más influyentes tiene que ver con el hecho de que la evaluación condiciona el cómo estudia el estudiante: se estudia en función de la evaluación esperada. Aunque varíen los contextos de aprendizaje (carrera, asignatura, ciclo) e intervengan distintas variables, los exámenes, las tareas, los trabajos y los proyectos determinan en gran parte los enfoques de aprendizaje: diversas investigaciones ilustran cómo las demandas de la evaluación y el trabajo académico influyen en la adopción de un enfoque superficial o profundo para aprender. Algunas formas de evaluación y de aprendizaje pueden promover, ya sea la formación de un estudiante reflexivo con una sensibilidad social y política hacia la profesión o disciplina, o un estudiante que responde a demandas académicas sin comprometerse con aprendizajes auténticos y relevantes, pero alcanzando las calificaciones para aprobar. La escasa reflexión sobre las consecuencias formativas de la evaluación en el aula universitaria, proviene de su desvinculación del proceso pedagógico, reforzando su condición externa al proceso de enseñanza y de aprendizaje y enfocando todos los controles en la preocupación por evaluar los contenidos vistos en clase que deben reproducirse en un examen. no obstante, la evaluación tiene efectos que trascienden la dimensión puramente cognitivo, y esto nos debe llevar a una preocupación ética por las consecuencias que nuestras acciones formativas tienen sobre los estudiantes en el ámbito de la convivencia escolar. Entendemos que muchas de las prácticas de evaluación existentes deben resignificarse para promover experiencias formativas significativas: la única finalidad de la evaluación no tiene que ser calificar, a través de ella se pueden fortalecer actitudes y disposiciones duraderas como la autorreflexión, la capacidad para deliberar y para razonar sobre un conjunto de alternativas de acción, la persistencia en el logro de las metas y de las aspiraciones personales y colectivas.