Noviembre- Diciembre 2011 | Edición N°: año 50 No. 1273
Por: Dr. Yezid Orlando Pérez Alemán | Profesor titular de la facultad de Ingeniería. Asesor de la Vicerrectoría Administrativa



Han aparecido los resultados del SCIMAGO Institutions Ranking, que clasifica a las instituciones de educación superior (IES) de acuerdo con su producción científica; los del QS World University Ranking y los del ranking particular de universidades latinoamericanas, el denominado QS Latin American University Ranking y también los del Webometrics, ranking de visibilidad en la Web de las IES. La difusión dada a estos resultados ponen de manifiesto que estas mediciones comparativas de las instituciones de educación superior adquieren cada vez mayor notoriedad. Se ha trasladado este tipo de mediciones y comparaciones propias del mundo empresarial al ámbito universitario y hemos desarrollado una cierta obsesión con respecto a ellos; si nos va bien, los resaltamos; si nos va mal o desmejoramos en ellos, los ponemos en entredicho o procuramos no hablar mucho al respecto. Y además queremos ascender siempre en ellos. El resurgimiento de los rankings en la primera década del presente siglo está asociado a tendencias como la masificación de la educación superior, los deseos de dotar de mayor transparencia a la oferta de posibilidades de formación para un demanda por educación superior cada vez más móvil y la fuerte competencia entre las IES por hacerse a los mejores (profesores, estudiantes, recursos) y de esa forma, llegar a ser lo que se denominó en su momento World Class Universities.

Con la publicación en 2003 del controvertido Academic Ranking of World Universities, más conocido como el ranking de Shangai, los rankings universitarios vienen recibiendo desde entonces mayor atención no solamente de la opinión pública, sino de las IES e incluso de agencias gubernamentales. Un estudio adelantado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD por su nombre en inglés) en 41 países, especialmente países industrializados, encontró que 2 de cada 3 directivos de IES tomaron acciones en respuesta a los resultados de su institución en los rankings. Algunas tienen que ver con una mejor presentación de los datos institucionales con destino a los rankings, el direccionamiento de los recursos hacia áreas que contribuyen a un mejor posicionamiento en ellos y la mayor financiación para la formación en investigación de profesores y estudiantes, por citar algunas. Sin embargo, estas consecuencias bienvenidas de la consideración de los resultados en los rankings han estado acompañadas de otras medidas más discutidas como la abolición de centros o unidades pocos reputadas o su fusión con los que sí lo son para mejorar su posicionamiento en los rankings, o mecanismos para inducir una mayor citación de la producción intelectual de los profesores pertenecientes a la institución. Así mismo se ha evidenciado que en la medida en que los gobiernos han interpretado los resultados de los rankings como un indicador de la competitividad de los sistemas educativos nacionales, los han incorporado como un instrumento de política, lo que ha llevado a acciones como la creación de instituciones de élite, la reasignación de recursos a aquellas IES que se destacan en los rankings y en función de medidas de desempeño a partir de su ubicación en ellos, entre otras. Como se aprecia, los rankings hacen parte del panorama de la educación superior y todos tendremos que aprender a convivir con ellos. Esta circunstancia hace que debamos interpretar adecuadamente sus resultados y entender sus limitaciones. Los resultados de un ranking deben leerse de acuerdo con los objetivos que persigue quien lo produce. Un ranking orientado a calificar a las IES en función de los resultados de investigación, por ejemplo, no puede decir mucho acerca de las otras actividades universitarias ni tampoco ser la base para emitir un juicio sobre la institución como un todo.

En ello radica una de las principales críticas: en cuanto a que ellos no pueden dar cuenta de las diversas orientaciones y misiones institucionales. La gran mayoría de ellos se basa en un paradigma de universidad orientada a la investigación que difícilmente puede recoger adecuadamente otros aspectos como la docencia o el servicio. Al pretender medir a todas las instituciones bajo dicho paradigma se terminan entonces comparando instituciones que no son comparables o, lo que es peor, imponiendo un único modelo de lo que es universidad. Este sesgo en favor de la actividad de investigación y en detrimento de la función docente no es el único. Los rankings discriminan negativamente a las instituciones de menor tamaño y menores recursos en favor de las de mayor tamaño y posibilidades de acceso a recursos; a ciertas áreas de conocimiento como las ciencias sociales y humanas que no tienen como mecanismos privilegiados de comunicación las publicaciones periódicas indexadas, como sí lo tienen las ciencias naturales, la medicina, la ingeniería y otras áreas tecnológicas; a quienes no publican en inglés, con lo cual hay una ventaja de las IES de países angloparlantes que aparecen en los primeros lugares en los rankings; a IES con un alto potencial para un desempeño actual o futuro en desventaja con otras que gozan de una alta reputación del pasado; y, finalmente a IES de países en vías de desarrollo, con lo cual se explica el posicionamiento, a veces considerado tan desfavorable de las IES latinoamericanas en los rankings globales.

A todo ello se deben agregar las limitaciones de orden técnico y metodológico en la forma de calcular los indicadores que sustentan los rankings universitarios. Al respecto, resulta contradictorio que los rankings, justificados como un mecanismo para hacer más transparente la oferta de educación superior para los estudiantes, las familias, los gobiernos…, no sean en sí mismos transparentes. En primer lugar, las variables utilizadas para dar cuenta de aspectos como la docencia o el servicio de las IES son apenas aproximaciones, pero no logran recoger totalmente la calidad de la docencia impartida o el impacto de sus actividades de servicio y su proyección a la sociedad en la que se insertan. En segundo lugar, las ponderaciones asignadas en cada ranking dependen de su propósito y son altamente discutibles; así por ejemplo, algunos rankings le asignan un mayor peso relativo a la reputación de la institución, variable muy poco objetiva en los públicos entrevistados. En tercer lugar, existe inquietud acerca de la posible manipulación de los datos, sobre todo cuando son reportados por las mismas IES; hay instituciones que han obtenido lugares sorprendentes en los rankings debido a esa posibilidad de incidir en la información reportada. Finalmente, el ordenamiento de los rankings resalta diferencias que no son significativas. No hace mucha diferencia que una institución esté ubicada en una posición determinada del ranking; lo verdaderamente relevante puede ser estar ubicado en un determinado rango en el ranking.

No se trata pues, de desconocer la existencia de los rankings ni de sentir temor a ser comparados con otras instituciones, sino de comparar lo que es comparable y medir adecuadamente el desempeño de las IES teniendo en la cuenta el contexto, las tradiciones académicas, la razón de ser y la naturaleza de cada una de ellas. Los rankings universitarios son apenas un medio, no el fin último en una universidad.