
Un libro para entender la trama cultural de las violencias colombianas del siglo XIX
Civilización y violencia, fue escrito por la filósofa javeriana Cristina Rojas, insigne profesora-investigadora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Carleton (Canadá). Para esta edición de Hoy en Javeriana, presentamos apartes del prólogo del libro, escrito por Jesús Martín-Barbero (1937 – 2021).
En pocos países las ciencias sociales conviven con una situación nacional tan desafiante y tan estimulante, pero al mismo tiempo tan opaca y desgastadora como la colombiana. Y junto al desaliento que acarrea el asesinato de investigadores sociales y su exilio creciente, cunde la sensación de desgaste por la dificultad en entender la diferencia, aquello que hace de Colombia el país más violento de Latinoamérica y quizá del mundo. Las búsquedas de explicación se multiplican, se enredan y se estancan, porque, como insistentemente afirma Daniel Pécaut, las lecturas sobre el conjunto de los fenómenos de violencia solo logran alguna convergencia a la hora de la denuncia, pero son incapaces de compartir una mínima interpretación de las causas o el reconocimiento de los límites entre lo tolerable y lointolerable, con lo que acaban alimentando la polarización del país.
Frente a esa situación de desgaste y polarización, este libro se arriesga a abrir caminos y construir puentes. Y contra el “malentendido antropológico” que durante años impedía hablar de cultura de la violencia —como si ese concepto hablara de una natural predisposición de los colombianos a la violencia, cuando de lo que habla la cultura es siempre de historia— Cristina Rojas investiga la trama cultural de las violencias colombianas del siglo XIX, y con ello emprende por primera vez en este país el proyecto de pensar las violencias desde la cultura.
Como nación, Colombia tiene sus cimientos en una representación que demarca nítida y tajantemente aquello que la constituye —blancos, hombres con propiedad en el haber y en el hablar— de aquello que excluye: los indios, los negros, las mujeres. Es en la representación de sí misma como nación donde se halla la “violencia propia de la exclusión”
De otro lado, el dualismo ontológico entre el individuo soberano del liberalismo y el sujeto moral del conservatismo impidió la formación de un Estado con capacidad de representar el interés general. Y serán esa tajante exclusión nacional y esa incapacidad estatal las que encontrarán en la “identificación partidista” el dispositivo de representación que oscureció cualquier otra diferenciación/división sociocultural. Estamos ante una correspondencia estructural entre el no reconocimiento de las identidades —negros, indios, mujeres, que son las de la mayoría de la población— y la incapacidad del Estado para construir una unidad simbólica de la sociedad.
Es en la representación de sí misma como nación donde se halla la “violencia propia de la exclusión”.
Este libro se cierra en el mismo lugar donde se abrió: la violencia no es lo contrario del orden, sino los conflictos que genera cualquier orden, y en especial aquel orden absoluto que se llamó así mismo civilización o, como lo denomina la autora, el deseo civilizador: aquel deseo mimético de ser europeos transformado en principio organizador de la República y, por tanto, en consagrador de las diferencias raciales a nombre de su incapacidad de integración al orden del capital, orden cuya libertad económica presuponía contradictoriamente, o exigía, una fuerza de trabajo indiferenciada.