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En la frontera entre Venezuela y Brasil, donde la selva amazónica se extiende más allá del caserío y el cemento, una mujer sonriente y delgada se baja de un bus, acompañada de otra mujer mayor. Han viajado más de 16 horas desde Caracas.

Planean ir a la comunidad indígena Icabarú pero allí no puede entrar cualquier persona.

Génesis, es su nombre, el de la mujer que ha dejado a su bebé de meses al cuidado de su esposo, por venir a probar suerte en una zona minera donde hay poco comercio y por ende poca competencia para ellas. Son años difíciles y la economía cada día es menos llevadera.

Estando allí, conoce al cacique y le presenta todos sus papeles que corroboran que sí es comerciante. Él le autoriza el ingreso.

En un mes venden toda la mercancía que llevaban.

A su alrededor una naturaleza destrozada y una que otra persona enferma de paludismo; y como para mejorar el paisaje, hombres con dos o tres esposas conviviendo juntos en total normalidad.

Con su prima alquila un puesto de comidas por 10 mil bolívares el día. Una cocina y la otra atiende durante jornadas enteras en medio de una temporada alta, cercana al fin del año. Una de sus buenas clientas es una joven francesa que durante días va a comer espagueti con salsa de tomate.

A diferencia de los supermercados de Caracas o Valencia, acá todo parece estar bien. Mucha comida, pañales y artículos de primera necesidad son el atractivo para personas de todo el país que optan por venir a comprar algo de mercado, eso sí, con precios elevados.

Muy temprano, cuando la mañana aún es fría, Génesis y su prima dejan la cama y se alistan para ir a atender en el puesto de comidas; a la tarde se toman un café; y a la noche caminan de nuevo hasta esa casa alquilada para llegar a dormir.  

Han pasado tres meses y casi es navidad. Génesis y su prima entran al supermercado del pueblo y compran, entre otras cosas, arroz, leche y pasta. A parte del dinero que ya han mandado a sus esposos, también llevan un poco más de ahorros. El pasaje de regreso es caro pero pronto verán nuevamente a sus familias.

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En las páginas azules de una red social, donde las fronteras se desdibujan más allá de los países, un hombre alto y de tez morena lee un anuncio en el que ofrecen trabajo para coger café en Santuario, Colombia.

Él y un amigo llaman a preguntar si aceptan en extranjeros. Su amigo viaja a trabajar pero él debe cancelar porque su hijo mayor se enferma.

Carlos, es su nombre, el del hombre que cuidó sólo a su bebé, durante tres meses, mientras su mujer se fue a vender mercancía al amazonas. Él mismo la había motivado porque sabía que le pagarían todo a muy buen precio.

En enero del 2017 llega a la frontera pero le dicen que solo puede salir si lleva comprado el pasaje de ida y regreso. Al no tener suficiente dinero y con temor de quedar sin dinero una vez estuviera en Bogotá, prefiere devolverse.

Nuevamente reúne más dinero y como quien cumple el dicho de que la tercera es la vencida cruza a Colombia, llega a Santuario y por primera vez en su vida se dedica a trabajar en el campo.

Bajo la lluvia y el sol tiene que acostumbrarse a fumigar, recoger café y alzar costaladas. El primer día que intentó alzar un costalado, había visto como el hijo del patrón, un muchachito de 14 años, levantaba un costal con gran facilidad.

-Profe usted tan grandote y no puede con eso.

-Mire hermano, yo lo más pesado que cargo son los hijos míos y creo que un hijo a un papá no le pesa.

Pasaron meses hasta que pudo hacerlo pero después la preocupación no era solo aprender a alzar un costal, ahora había visto en las noticias que el presidente Nicolás Maduro iba a cerrar la frontera. La duda de cómo sacar a su familia de Venezuela soltaba su tristeza.

Días después llega a la hacienda y toma un tinto. Un palo de agua cae en Santuario y Carlos se queda paralizado viendo la lluvia mientras los demás empiezan su día de trabajo.

-Patrón me siento indispuesto, ¿será que me puedo ir pa’ la casa?

-Se va pero de cuenta suya, sabe que no se le paga el día.

-No, tranquilo, solo que no vaya haber problema con usted.

Su amigo, quien había llegado antes, ya se encontraba en Perú. Todos los venezolanos que estuvieron para la temporada alta de café, habían durado si mucho tres meses en el pueblo.

El plan de Carlos también era seguir hacia Perú pero ahora la meta resultaba económicamente inviable.

Después de estar con visa de turista, por fin en agosto de 2017 puede solicitar un Permiso Especial de Permanencia que tendrá que renovar cada 90 días hasta alcanzar un tiempo máximo de estadía de 2 años.

A partir de septiembre de ese mismo año logra recolectar el dinero suficiente para traer a Génesis, a la bebé y a sus dos hijas pequeñas, hijas de su pareja anterior.

El trabajo ha resultado muy difícil pero ya están viviendo juntos en una casa de bahareque cerca del pueblo.

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Génesis nació en 1991, en Caracas, pero la mayor parte de su vida estuvo en Trujillo. Siendo joven estudió música en la Coral y participó en festivales; años después, bajo el primer mandato presidencial de Hugo Chávez, cuando su gobierno aplicó la municipalización de la Universidad pública, ella empezó a estudiar derecho. Pero en el país todo, incluyendo este proyecto, se fue deteriorando.

A través de un familiar le resultó la oportunidad de irse a trabajar como policía en Caracas. Posteriormente hizo parte de la Universidad Nacional Experimental de Seguridad donde trabajó hasta el 2016, cuando decidió abandonar su cargo. Su renuncia nunca fue aceptada y la declararon como desertora.

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Carlos inició la Universidad pero pronto detuvo sus estudios y se fue de casa, siendo aún joven, para ir a vivir con su primera pareja, con quien tendría sus primeros tres hijos.

Años después estuvo en la policía y más adelante, trabajando en el Instituto de Ferrocarriles del Estado como supervisor de seguridad, jefe de estación, operativo y manejo de usuarios; al tiempo retomó sus estudios para formarse en docencia y empezó a dar clases en la Universidad Nacional Experimental de Seguridad, donde conoció a Génesis.

Llegó un día en que ni con dos trabajos el dinero rendía. Primero se hizo difícil darse el gusto de un paseo o una visita al centro comercial de fin de semana, más adelante ni para el mercado era suficiente.

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Carlos camina por la plaza de Santuario con sus tres hijas. A esta hora Génesis está trabajando en un café. Apenas empieza a despejarse nuevamente el cielo luego de una fuerte lluvia que tumbó ramas de los grandes árboles que rodean los monumentos a Simón Bolívar y a Policarpa Salavarrieta.

Las dos niñas más grandes están en el colegio y la pequeña en el jardín. Después del duro trabajo durante meses en el campo, Carlos logró trabajar en otros sitios del pueblo, como el café y billar Andaluz.

Tras dejar todo en Venezuela, incluso vender el apartamento para poder venir. Génesis y Carlos llegaron con una maleta a empezar desde cero. El desconcierto más constante ha estado en el trabajo, pero en medio de todo han encontrado solidaridad y gente amable. Génesis se ha reencontrado con la música y aun entre las dificultades la familia tiene la certeza de que hay muchas posibilidades en medio de la dificultad. Finalmente ellos tienen clara su meta: continuar.