Junio 2009 | Edición N°: 1248
Por: Martín Emilio Gáfaro Barrera | Columnista Invitado

-“¿A dónde niños a dónde vais corriendo con tal prisa? ¿Estaréis faltando a misa o habrá incendio en el lugar? - ¡No! Es que vamos a elevar esta cometa. ¡Lánzala cual saeta, por el aire do estamos!”


Así comienza un poema que oía en mi casa, de boca de “los grandes” como se le decía genéricamente a los adultos. Seguramente esa imagen inocente y hasta bucólica que tenemos de la infancia y la adolescencia, elevando cometas, jugando en la calle, retozando, es la que nos hace sorprender cuando leemos que unos niños asesinaron a una abogada, otros extorsionaban un
familiar o unos más mantenían amedrentados a sus compañeros de colegio.

¿Cómo es posible que unos muchachos de escasos 12, digamos 15 años, puedan estar cometiendo crímenes de este calibre?

Una primera respuesta es acudir a una proposición pseudo lógica: Si los niños son angelicales, y estos muchachos delinquen, entonces estos muchachos no son niños. Por ese camino se vienen pensando leyes y normas que bajen la edad de imputabilidad criminal o que al menos redefinan la responsabilidad de estos jóvenes agresores. Otra posibilidad es pensar que
debe haber algún trastorno individual en estos muchachos que los lleva a actuar de esta manera. Como quien dice, “algo de loco tienen”. En consecuencia, se les somete a un trabajo terapéutico y se les interna en instituciones en donde puedan rehabilitarse.

No descarto la pertinencia de cualquier de los dos caminos anteriores y no dudaría que funcionen, en tanto responden a las situación dadas. Pero me parece que más allá de la necesidad de dar respuesta inmediata a este tipo de situaciones, algo más hay que tener en cuenta: estamos en una sociedad en la que el recurso inmediato a la violencia es valorado como positivo.

No estoy hablando que seamos una sociedad violenta en esencia, los colombianos somos tan violentos y tan pacíficos como los suecos, como que la violencia es otra más de las posibilidades
de relación entre los seres humanos. Somos solidarios y compasivos en unas situaciones, crueles y violentos en otras, sin que eso nos defina totalmente.

La diferencia está en que en nuestro país está bien visto apelar a la violencia como primer recurso para tramitar los conflictos. Vivimos en una sociedad que promueve las soluciones rápidas,
violentas en esencia, sin importar las consecuencias que tengan sobre otras personas.

Los niños ven, por ejemplo, cómo se justifica el ojo por ojo para resolver el conflicto armado colombiano; ven publicidad que dice que se puede ganar dinero sin mover un dedo; ven que deben
ser “vivos” y aprovechar cualquier “papayazo”; ven que los adultos podemos utilizar castigos moderados (léase golpes que no dejen moretones) para controlar a los niños y las niñas. En síntesis, que quien acorta el camino, gana.

De manera que estos niños están recurriendo a la fórmula que ven reflejada en todos los ámbitos de su socialización y así, agreden a quien se cruza en su camino: un profesor, un compañero, un vecino, qué más da.

Por otro lado y ya no solo como característica nacional sino de la especie humana, no es gratuito que sean en su gran mayoría niños varones los que acudan a actos de violencia como  mecanismos expeditos para lograr sus fines. En los 100.000 o más años que llevamos sobre el planeta se sigue sustentando la virilidad en acciones de agresión y dominación. Se es más varón entre más violento y fuerte se actúe.

“Pero no todos los niños asesinan, extorsionan o amedrentan” se podría alegar. Sí es cierto; lo cual no quiere decir que no justifiquen la violencia y acudan a ella en sus relaciones con los demás. La burla, el ostracismo, el clasismo, son expresiones menos impactantes, pero no menos preocupantes de violencia.

Lo que hacen estos niños es grave, pero es apenas una débil copia de la violencia de los adultos. En un país donde gozamos con la muerte del enemigo y con el despliegue masculino de la fuerza, no nos debería sorprender que los niños, los adultos y hasta los ancianos acudan a la violencia para lograr sus fines.