Sacerdotes y Universidad
Está próximo a concluir el Año sacerdotal que Benedicto XVI convocó con el fin de “favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la que sobre todo depende la eficacia de su ministerio”. Con este breve planteamiento el santo padre ha recordado la importancia que para el sacerdocio tiene en particular la espiritualidad, su cuidado y desarrollo, sus implicaciones directas en la vida y la labor de los hombres que Dios ha escogido, que han aceptado su llamado y se han consagrado a su servicio con todas las potencialidades y limitaciones inherentes a la naturaleza humana. Este empeño extraordinario de un hombre concreto, que de esta forma asume un rol destacado en la sociedad, en medio de muchos desafíos, exige entonces de él un genuino interés y un esfuerzo permanente por acrecentar su hondura espiritual. En este contexto, el papa ha pedido a los sacerdotes estar “atentos a las situaciones que debilitan de alguna manera los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerdan del todo con lo que es propio de un ministro de Jesucristo”.
En la varias veces centenaria historia de la Compañía de Jesús abunda el testimonio de grandes sacerdotes que arraigados en los postulados ignacianos han desarrollado su labor apostólica según la diversidad de talentos y ministerios. Uno de ellos, canonizado no hace muchos años, fue el chileno Alberto Hurtado, S.J., fallecido en 1952 a los 51 años de edad. Educador de jóvenes y promotor de vocaciones sacerdotales, este hombre de universidad fue un incansable trabajador en el campo social, educativo y cultural. En sus escritos, impregnados de una profunda espiritualidad, dejó planteado el siguiente ideal: “Que viendo al sacerdote, el mundo vea a Cristo; la humildad, la paciencia, el desinterés… Que jamás los pies se cansen de ir al campo… jamás los labios de perdonar, las manos de abrirse para dar”. En la vida de la Universidad Javeriana la presencia de sacerdotes, de los padres Jesuitas en especial pero también de muchos sacerdotes diocesanos, ha sido destacada, no sólo en los tiempos coloniales, sino también en la época contemporánea. sin ellos la fundación de la Universidad, su restablecimiento y desarrollo no hubieran sido posibles. Ellos son los responsables de la regencia. Además, han unido su labor individual como directivos, profesores o asesores espirituales a la de los laicos para edificar esta institución educativa. Entre los jesuitas javerianos sobresale indiscutiblemente pedro Claver, ejemplo de santidad, reconocido entre sus contemporáneos por su dedicación a los más oprimidos de su tiempo. Fue contundente el testimonio de este sacerdote que estudió la teología en el Colegio de la Compañía abierto en Santafé, que a partir de 1623 otorgaría grados universitarios y sería sede de la Universidad y Academia de san Francisco Javier. Desde entonces estos claustros han servido de escenario para el diálogo entre Fe y razón, para el progreso de la ciencia y la cultura, para la formación de hombres y mujeres, y el desarrollo de su dimensión espiritual; todo ello en el marco de los principios educativos de la Compañía de Jesús.
En relación con el período contemporáneo es necesario mencionar a Jesuitas que conjugaron su ministerio sacerdotal con la labor en las ciencias, las artes o las letras, como fue el caso de Félix Restrepo José Rafael Goberna, Eduardo Ospina y Manuel Briceño, figuras destacadas en la cultura colombiana. Y qué decir de Marino Troncoso, Carlos Bravo y José Arboleda, para mencionar algunos eminentes profesores; o de Augusto Ordoñez, Jaime Hoyos, José Celestino Andrade, Gabriel Giraldo, Alfonso Quintana, José Gabriel Maldonado y Guillermo Villegas, para citar algunos inolvidables decanos. Ellos son apenas una muestra del grupo numeroso que junto a los rectores y Vicerrectores de la Javeriana han consagrado lo mejor de sus vidas al quehacer universitario. Generaciones enteras de javerianos que recibieron su influencia, guardan con cariño su recuerdo.
Ahora bien, los tiempos han cambiado y los retos del presente son distintos. La Universidad ha crecido y sus programas se han diversificado. sin embargo, la tarea esencial del sacerdote es la misma: anunciar la Buena Noticia y dar testimonio de fidelidad al señor en una universidad como la nuestra, en un país como el nuestro. De esta forma en las actividades académicas, en las del medio universitario y las administrativas, su concurso asegura la vigencia de la impronta de la iglesia y en particular de la Compañía de Jesús. Al reconocer y celebrar el servicio de los sacerdotes en la Universidad, nuestra invitación es a que reflexionemos sobre su labor en nuestros días, a conocerla mejor y apoyarla; y nuestros votos por que no falten hombres que aseguren su continuidad y con ella, la presencia de la espiritualidad en el campus javeriano. Al respecto vale la pena recordar la advertencia de San Agustín: “Decís vosotros que los tiempos son malos, sed vosotros mejores y los tiempos serán mejores: vosotros sois el tiempo”