agosto 2011 | Edición N°: año 50 No. 1270
Por: Claudio M. Burgaleta, S.J. | Ph.D., profesor asociado de la Universidad Fordham en Nueva York, donde enseña Teología Sistemática y Pastoral Hispana.



Es el mejor de los tiempos y el peor de ellos: con esta paráfrasis del comienzo de la Historia de dos ciudades de Charles Dickens (1812-1870) describo en breve, lo que, considero, es el estado de la educación superior de la Compañía de Jesús en los Estados Unidos. Es el mejor de los tiempos porque nunca antes esta red de universidades jesuitas ha sido de mejor calidad educativa, ha estado en mejor situación económica, con más prestigio nacional e internacional y formando a más estudiantes. Sin embargo, es el peor de los tiempos porque ese éxito y otros factores, los cuales trataré más adelante, han alzado serias preguntas acerca de la identidad católica e ignaciana en el provenir de esos centros. Antes de continuar convendría dejar claro que la red de las 28 universidades fundadas por la Compañía de Jesús no son propiamente centros de la propiedad de los jesuitas. Desde el fin de los sesenta y comienzo de los setenta del siglo pasado, estos centros, que eran propiedad en aquel entonces de las diez provincias jesuitas norteamericanas, se separaron jurídicamente de las mismas y se incorporaron como universidades privadas de orientación ignaciana o tradición jesuita, como suele decirse en Estados Unidos. Son centros superiores dirigidos por mesas directivas compuestas principalmente de laicos y laicas, antiguos alumnos de las mismas. Hasta hace una década, la mayoría de los rectores o presidentes de esas universidades eran jesuitas, pero esto está cambiando, y aunque los rectores jesuitas siguen predominando, ya hay varios hombres y mujeres laicos, incluso un no-católico, que son presidentes de estas universidades. Entonces, cuando hablamos de la red de universidades jesuitas en Estados Unidos, propiamente nos referimos a centros ignacianos, para utilizar la distinción que hace el Padre General Adolfo Nicolás entre obras ignacianas y obras jesuitas. O sea, instituciones educativas inspiradas por la espiritualidad de San Ignacio y el legado pedagógico de la Compañía, pero no centros que son propiedad de la Compañía como tales, donde ésta es responsable de su administración.

Sigamos con una breve composición de lugar ignaciana del panorama universitario de la Compañía en Estados Unidos, que revela las características específicas de esa impresionante red ignaciana, de 28 universidades extendidas por todo el país. Estos centros cubren una extensa gama de instituciones educativas de diferentes tipos y tamaños: desde universidades pequeñas locales, llamadas “colleges,” con alumnado entre 1.000 y 5.000 estudiantes (por ejemplo, St. Peter’s College en Nueva Jersey y Spring Hill College en Alabama), a universidades medianas regionales, entre 6.000 y 10.000 estudiantes (por ejemplo, la Universidad Loyola-Marymount en Los Ángeles y la Universidad Creighton en Nebraska), y centros relativamente grandes con alcance nacional e internacional, entre 11.000 y 15.600 estudiantes (por ejemplo, la Universidad Georgetown en Washington, D.C, Boston College, la Universidad Fordham en Nueva York, la Universidad Loyola en Chicago). La más antigua de éstas es Georgetown, fundada en 1789, pero la mayoría que se encuentran en la parte oriental de país se fundaron en el siglo XIX, y las más recientes son la Universidad Wheeling Jesuit de Virginia Occidental (1954) y LeMoyne College en el norte del estado de Nueva York (1946). Las estadísticas que siguen son para el año escolar 2009-2010:[1]

Perfil estudiantil: Se educaron 213.711 alumnos y alumnas, de los cuales 132.972 eran estudiantes de pregrado. De esos estudiantes de pregrado, el 57% eran mujeres y solamente el 7,49% de todos los estudiantes de pregrado provenían de colegios jesuitas. En ese mismo período se retuvo el 86% de los estudiantes de primero de pregrado (la media nacional fue de 72%) y la taza de graduación para los estudiantes de pregrado del curso del 2003 fue del 62,3% (la media nacional fue de 51%). 25% de los estudiantes de pregrado provenían de minorías étnicas y raciales. El 54,3% de los estudiantes de pregrado se identificaron como católicos; 15,1%, como otros cristianos; 1,1%, como judíos; 1,0%, como musulmanes; 21,5% no se identificaron y el 6,9%, como “otros.” Los estudiantes de pregrado completaron unas 3,1 millón de horas de servicio comunitario. Se calcula que el 58% de estudiantes de pregrado participaron en alguna forma de servicio comunitario y que en el semestre de otoño del 2009, el 17,2% de estudiantes de pregrado participó en programas que integran el servicio comunitario con el currículo académico de pregrado.

Perfil del profesorado, mesas directivas y antiguos alumnos:

En las 28 universidades jesuitas de Estados Unidos enseñan unos 21.162 profesores y profesoras; el 12,1% de estos son minorías étnicas o raciales. El 45,9% del profesorado son mujeres y la proporción de estudiantes por profesores fue de 12,1. La taza de profesores jesuitas fue del 1,7%. Hay 1.895.940 antiguos alumnos vivos. Y la media en las mesas directivas de las universidades fue de 36 personas, de las cuales 7 son jesuitas y 8 son mujeres.

Perfil financiero: La suma de los gastos de 26 [2] de las 28 universidades fue de $6,3 mil millones y la suma de los ingresos fue de $6,7 mil millones. Las dotaciones financieras para 26 de las 28 instituciones sumaban $7,5 mil millones, con una dotación promedia de $290 millones. El porcentaje promedio de antiguos alumnos que contribuyen a las universidades fue del 17,4% (el promedio nacional es del 9,8%). El costo promedio anual para los estudiantes pregrado fue de $32.682 en 2010-11, que cubre la gama desde $24.630 hasta $40.542 (sin embargo, el promedio nacional para universidades privadas en el mismo período fue de $27.293). El descuento financiero promedio para los estudiantes de primer año de pregrado fue del 42,5% en 2009-10. Las asignaciones totales del gobierno federal norteamericano para las 28 universidades jesuitas fue de $134.928.811, y el total de asignaciones institucionales proporcionadas a estudiantes de primer año de pregrado fue de $1,18 mil millones.

Por impresionantes que sean, estas estadísticas no cuentan todos los éxitos de la red ignaciana de universidades en Estados Unidos. No explican cómo en los últimos 50 años, impulsado por las reformas del Segundo Concilio Vaticano y los cambios demográficos de la población católica de Estados Unidos, estos centros se transformaron de pequeños “colleges”, compuestos de profesorados exclusivamente jesuitas y educando a los hijos de inmigrantes católicos, a universidades de tamaño mediano, integradas por profesorados laicos de diversas confesiones y educando a hombres y mujeres de diferentes religiones y de todos los estratos socio-económicos del país. En particular, el crecimiento y diversificación del cuerpo docente de las universidades ignacianas norteamericanas, e impulsado también por las orientaciones de Ex Corde Ecclesiae, la constitución apostólica para universidades católicas del Beato Juan Pablo II que pidió que las universidades católicas mantengan e intensifiquen su propia identidad y misión,
inspiradas por el Evangelio, han hecho un gran esfuerzo en las últimas dos décadas de concientizar a los miembros de sus comunidades docentes y estudiantiles de las características que deben señalar su ser y misión ignaciana. Hoy, más que nunca, estas comunidades universitarias han logrado crear conciencia de una nueva identidad ignaciana laica en el medio universitario, a través de programas para profesores y estudiantes de formación ignaciana, retiros, oportunidades de servicio comunitario, conferencistas invitados, etc. En las palabras de la fallecida teóloga anglo-holandesa Monika Hellwig (1929-2005) y presidente emérita de la Asociación de Universidades Católicas de los Estados Unidos, este tipo de iniciativa es algo completamente nuevo en la historia de la Iglesia.
Sin embargo, también es el peor de los tiempos para esta red ignaciana. A pesar de los éxitos en transmitir la identidad y misión ignaciana a nuevas generaciones de estudiantes y profesores, preocupa la prolongación de estos esfuerzos en el futuro. La primera generación de profesores laicos que abrazó el reto de formarse en el espíritu y misión de la Compañía eran en su gran parte católicos practicantes que se formaron en centros católicos e incluso jesuitas. Conocieron y trataron con jesuitas que tuvieron un gran impacto en su formación personal y espiritual. Sin embargo, las nuevas generaciones de profesores no provienen de la misma cultura católica y pocos han tenido contacto directo con jesuitas. Su formación y perspectiva se ha dado en centros estatales donde el matrimonio entre la fe y la razón es considerado un postulado raro e incluso imposible. Además, entre algunos profesores y estudiantes se da el fenómeno de estar atraídos por valores jesuitas como la espiritualidad y el fomento de la justicia social, pero rechazan valores católicos que se consideran contrapuestos a sus perspectivas más progresistas, como por ejemplo, la enseñanza tanto doctrinal como moral de la Iglesia. Se oye entre muchos de ellos el lema: jesuita sí, católico no, referente a la identidad y misión de los centros superiores de la Compañía. A pesar de programas de reclutamiento de las nuevas generaciones docentes que hacen hincapié en la misión ignaciana de la universidad, las leyes norteamericanas que presuponen una estricta separación entre Iglesia y Estado y protegen los derechos de libertad de culto y privacidad de los ciudadanos hacen muy difícil este esfuerzo de reclutamiento que pregunta sobre la simpatía de nuevos profesores por la identidad y misión ignaciana de los centros de la Compañía.

Facilmente los administradores y otros que preguntan acerca de esa simpatía en los procesos de reclutamiento pueden ser acusados de discriminación y abrirse a reclamaciones legales por haber violados los derechos constitucionales del otro. Sin ser pesimista, me parece que una perspectiva realista a cerca del futuro de esta red ignaciana universitaria estadounidense tendría que esperar que no todas de las 28 universidades que ahora la conforman mantengan sus identidades ignacianas en el futuro. Es un provenir que ya se observa en los centros superiores de otras comunidades religiosas norteamericanas. Al no poder mantener la identidad de los centros que éstas fundaron, han decidido terminar su afiliación con los mismos. De hecho, los provinciales jesuitas norteamericanos parecen haber adoptado una política que permitirá similares determinaciones. En su plan apostólico del 2009 acordaron comenzar una nueva manera de relacionarse con las universidades jesuitas del país. En ese plan apostólico se habla de crear vínculos más jurídicos entre las universidades y las provincias jesuitas en la que están situadas. Se propone un proceso, todavía por elaborarse, donde cada centro universitario pasaría por una acreditación que evaluaría cómo éste está desarrollando su identidad y misión ignaciana. Este proceso sería un diálogo entre el presidente y la mesa directiva de los centros y los respectivos provinciales y comunidades jesuitas que laboran en la misma.

Otro reto que enfrenta la educación superior de la Compañía de los Estados Unidos es cómo mantenerse fiel a sus raíces de ayuda a inmigrantes católicos pobres. En la medida que estos centros jesuitas han crecido y han tenido éxitos educacionales y financieros, se han convertido en centros caros que educan a la clase media y alta del país. Sin duda las mesas directivas y presidentes se han preocupado de ofrecer becas y otras formas de asistencia para atraer y retener a estudiantes minoritarios y pobres. Sin embargo, con unas pocas excepciones, la cultura y composición estudiantil de los centros ha cambiado y ya no son universidades que existen principalmente para proporcionarles a los nuevos inmigrantes la educación necesaria para auto-realizarse e integrarse a la sociedad y economía norteamericana. Las universidades jesuitas se han convertido en centros educativos de élite donde si la cultura oficial no es clasista y consumista, ésta juega un papel en la vida de los estudiantes y muchos de los docentes, que es muy pronunciada. El realizar la situación de servicio a los nuevos inmigrantes católicos a Estados Unidos, en su gran mayoría mexicanos y asiáticos, hace más difícil el problema de la ubicación geográfica de la mayoría de las universidades jesuitas. Aunque están extendidas por todo el país, predominan en el norte y la costa este del mismo. Sin embargo, los nuevos inmigrantes, y de hecho el crecimiento mayor entre los católicos del país se está dando en el sureste, sur y oeste del país, donde existen el menor número de universidades jesuitas.

La red ignaciana de universidades norteamericanas es una de las más grandes en la Compañía de Jesús. Los logros estadísticos y esfuerzos por mantenerse fiel a la identidad y misión ignaciana en un entorno, donde los docentes y administradores jesuitas son más bien escasos, han sido admirables e impresionantes. Sin embargo, los desafíos que esa red enfrenta en el siglo XXI son complicados y numerosos. Sería de un optimismo poco realista esperar que todos los centros superiores que ahora comprenden esa red ignaciana universitaria norteamericana continuaran en el futuro. No obstante, hay indicaciones que aquellas instituciones que sí logren mantener su identidad y misión ignaciana podrían hacerlo, motivadas por un más profundo convencimiento y preclara opción de ejercer una labor intelectual y religiosa en uno de los ámbitos predilectos de encrucijada para la fe con la cultura contemporánea. Pienso que San Ignacio estaría complacido y orgulloso de tal esfuerzo y oportunidad apostólica.