
Caritas in veritate
*Foto: El pasado 7 de julio se publicó la tercera encíclica del Papa Benedicto XVI desde que fue elegido Sumo Pontífice en el año 2005. Fotografía: Tomada de www.conferenciaepiscopal.es
La encíclica del Papa Benedicto XVI
Después de dos años de espera el Papa Benedicto XVI publica una nueva encíclica, es decir, un mensaje a hombres y mujeres de buena voluntad y especialmente a los católicos del mundo, en el cual invita a reflexionar sobre situaciones actuales que inciden en la realización plena de las personas.
Ante comentarios de prensa que no han sabido entender la encíclica, es útil presentar este documento que la comunidad universitaria debe tomar como una iluminación para nuestro quehacer diario y un válido subsidio para nuestra reflexión, sobre todo en la línea de la responsabilidad social. En resumen, se trata de una reflexión sobre el desarrollo desde la perspectiva cristiana en el marco de la situación histórica contemporánea.
En la génesis del documento estaba la intención de hacer una conmemoración de la famosa carta de Pablo VI sobre el desarrollo y por ello la intención original era presentarlo en 2007. Ante la veloz sucesión de eventos históricos se vio la necesidad de esperar para poder hacer un análisis más objetivo de la situación histórica.
Benedicto XVI hace una segunda lectura del pensamiento de Pablo VI, aportando algunos criterios nuevos para el discernimiento. Encontramos una reflexión profunda, al estilo del buen teólogo que es el Papa, y de sus colaboradores versados en cuestiones económicas cuya contribución, sin embargo, no es elaborar un documento técnico, sino respaldar con objetividad la reflexión ética y moral.
La Iglesia no se opone al progreso que “en su fuente y en su esencia, es una vocación: ‘En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación’. Esto es precisamente lo que legitima la intervención de la Iglesia en la problemática del desarrollo” (n. 16).
Se enfatiza que el corazón del discurso social de la Iglesia es la caridad y sólo cuando nuestra acción es animada por el amor, que a su vez exige la justicia, podemos prestar un servicio a la humanidad. Pero una caridad sin verdad, sin una comprensión integral de la persona humana y su llamado a realizarse plenamente como imagen y semejanza de su Creador, se queda en palabras bonitas o en ideologías. “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (n. 3).
Como en los documentos de los últimos cien años, desde la famosa carta de León XIII, la “Rerum novarum”, no es intención de la Iglesia ofrecer soluciones técnicas a los problemas sociales del mundo. Se trata de traer a colación los principios indispensables para construir el desarrollo humano de los próximos años. Aparece en primer lugar la atención a la vida humana puesta al centro de cualquier progreso verdadero, el respeto del derecho a la vida y a la libertad religiosa, el rechazo de una visión prometeica del ser humano que nos lleva a considerarnos autores absolutos del propio destino.
En la tradición de la Iglesia, al hablar de los problemas sociales, ha aparecido siempre como central el concepto del bien común. En la encíclica se insiste, al hablar de la globalización, en el hecho de constituir todos juntos, una gran familia. Se expresa la encíclica en la dinámica del discernimiento, como ya había hecho Juan Pablo II en “Centesimus annus”. Se nos recuerda que las cosas, las instituciones, no son en sí ni buenas ni malas, sino que en todas ellas hay posibilidades que es necesario dinamizar y utilizar para el bien y el progreso de todos, pero que, también en ellas, a causa de la realidad del pecado que se manifiesta sobre todo en el egoísmo, podemos utilizar esas realidades contra nuestro propio bien.
Dice el Papa que “La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental vienen dados por la unidad de la familia humana y su crecimiento en el bien. Por tanto, hay que esforzarse incesantemente para favorecer una orientación cultural personalista y comunitaria, abierta a la trascendencia, del proceso de integración planetaria”… “La globalización no es, a priori, ni buena ni mala. Será lo que la gente haga de ella” (n. 42).
Se nos recuerda que las cosas, las instituciones, no son en sí ni buenas ni malas, sino que en todas ellas hay posibilidades que es necesario dinamizar y utilizar para el bien y el progreso de todos, pero que, también en ellas, a causa de la realidad del pecado que se manifiesta sobre todo en el egoísmo, podemos utilizar esas realidades contra nuestro propio bien
Tenemos la tendencia a reducir la globalización a un fenómeno meramente económico, ignorando la dimensión cultural, tal vez la más importante y la que requeriría una mayor atención de la comunidad universitaria. Según Benedicto XVI, la globalización “ha de ser una gran ocasión para el encuentro cultural y humano” (n.59).
En la actualidad, uno de sus efectos menos positivos es la homologación cultural que debilita la identidad de cada pueblo y hace cada vez más difícil el necesario diálogo intercultural. Hay en los procesos globalizantes serios problemas éticos y culturales que desafían nuestros procesos de docencia, investigación y servicio.
El Papa nos llama la atención sobre las maravillas y los riesgos del progreso técnico. “La técnica tiene un rostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana como instrumento de la libertad de la persona, puede entenderse como elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas. El proceso de globalización podría sustituir las ideologías por la técnica” (n. 70).
Es la tendencia a absolutizar los medios convirtiéndolos en fines en sí mismos, como ha ocurrido con la economía y las finanzas, cuyo único objetivo parece ser el rendimiento inmediato a cualquier costo, aún prescindiendo del bien de la persona.
Los preocupantes escándalos y las crisis recientes en el mundo financiero ponen sobre la mesa la necesidad de la ética en este campo. “El sistema financiero ha de tener como meta el sostenimiento de un verdadero desarrollo. Sobre todo, es preciso que el intento de hacer el bien no se contraponga al de la capacidad efectiva de producir bienes. Los agentes financieros han de redescubrir el fundamento ético de su actividad para no abusar de aquellos instrumentos sofisticados con los que se podría traicionar a los ahorradores” (n. 65).
Una vez más se evidencia la necesidad de una reforma radical de los organismos internacionales de control y responsables de mantener la paz. No se dan recomendaciones concretas, -no es ésta la misión del Magisterio- pero se invita a la Comunidad Internacional a tomar este asunto con seriedad y libertad.
Este documento nos enseña a descubrir en las crisis históricas, no un motivo de desesperación, sino de reflexión constructiva: “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo” (n. 21).