San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier fundadores de la Compañía de Jesús.
Marzo 2022 | Edición N°: 1375
Por: Yuliana Roldán Giraldo y Ricardo Delgado S.J. | Directores de los Centros de Pastoral San Francisco Javier de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali y Bogotá

La Compañía de Jesús celebró el pasado 12 de marzo 400 años de la proclamación como santos de Ignacio de Loyola y Francisco Javier, dos de sus fundadores.


La Universidad de París fue el escenario de encuentro entre dos hombres que hoy ofrecen inspiración al quehacer javeriano. Ignacio de Loyola, un adulto que emprendió un camino de transformación interior tras la herida de una bala de cañón, un peregrinaje que marcó en él una gran experiencia vital y Francisco Javier, un joven vanidoso y disciplinado en el deporte, con grandes aspiraciones y deseos. Ambos llegan a la universidad por razones diferentes: Ignacio, en búsqueda de la formación que le permitiera validar su empresa espiritual, y Francisco en el hallazgo de un lugar que le ofreciera nuevas condiciones para mantener su vida de noble. El encuentro de estos dos gigantes de la Iglesia se dio en un contexto de grandes cambios y transformaciones.

Ignacio resultaba ser para Javier un hombre aburrido e incómodo. Sin embargo, la persistencia del adulto pudo doblegar el ímpetu de éxito del más joven. Ignacio consiguió para el Reino de Dios a un hombre soñador con grandes deseos de transformar el mundo. El cambio comenzó por la cercanía con alguien diferente, incluso débil, que le enseñó que la acogida de la diferencia es paso esencial en el camino de la amistad con Dios.

La transformación, la conversión, el paso de “hombre viejo” a “hombre nuevo” vivido por Francisco, fueron el campo de entrenamiento para asumir una vida en misión, que lo puso en los altares de la Iglesia Universal y lo convirtió en referente para hombres y mujeres de todos los tiempos.

El encuentro de estos dos gigantes de la Iglesia se dio en un contexto de grandes cambios y transformaciones.

Si Francisco Javier, discípulo y amigo de Ignacio de Loyola, ha sido inspiración para grandes misioneros de todos los tiempos, ¿cómo puede su vida y memoria inspirar hoy nuestra vida universitaria?

La vida de Francisco Javier es un relato vital y actual de inspiración. Él recorrió su vida en clave de búsqueda, fue un hombre con apertura a la gracia, se puso en camino, y se encontró con serias encrucijadas. Ignacio, quien habría ya pasado por su propia conversión seguramente estuvo presto para guiarlo en su proceso e inspirarlo, un ejemplo es la potente frase evangélica que marcó el seguimiento de Francisco: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?”

Nuestro propósito es descubrir en su camino aquellos movimientos del Espíritu que hoy puedan ser, para quienes vivimos la vida de la universidad, coordenadas en la ruta de transformación personal. Señalamos tres:

Salir de casa

Francisco salió de Portugal en barco hacia horizontes lejanos, destinos difusos en los cuáles no había certeza del trabajo a realizar. Su salida representó una ruptura enorme con su círculo de amigos, aquellos hombres con los cuáles realizó sus votos en Monmartre y con los cuáles soñó construir un mundo nuevo. Debió salir a un mundo desconocido y lleno de grandes desafíos. Esta imagen puede ser ilustración de aquella salida que todo ser humano está invitado a asumir para responder al llamado palpitante en su corazón. Salir es el paso inicial de un itinerario de cambio y transformación interior. Salir de casa implica desacomodarse. Salir, lleva a su base, dejar atrás los lazos que dan confianza y abrirse a nuevos con los cuales habrá que experimentar la ausencia de los espacios confiables. Dado que la persona está dando respuesta con generosidad a la invitación puesta por el amor en el corazón, la salida es un cause que puede llegar a producir dolor y sufrimiento. Salir de casa, supone subir al barco de la incertidumbre, un lugar inseguro porque no es garantía el llegar a puerto seguro o naufragar en el intento. Este movimiento es un acto de confianza profundo como el que vivió Francisco Javier cada vez que trepó a una nave, poner todo de su parte como si todo dependiera de sí, y confiar plenamente como si todo dependiera de la Providencia.

¿Somos una universidad en salida?

El camino y el encuentro

El encuentro surge como un signo de que hay en el corazón humano una apertura a lo diferente, y un compromiso verdadero. Reconocer los diferentes contextos y realidades, las diferentes personas, las búsquedas y necesidades de cada ser, de cada comunidad, de cada región, de cada país, de cada continente, fue gestando en Francisco Javier la comprensión de la humanidad en su esencia. Los confines del mundo no frenarían el deseo de llevar su mensaje y de compartir la propia experiencia con aquél que cambio su vida. Se encarna en cada lugar, se hace uno de ellos, se acerca para comprender su lenguaje y sus necesidades. El mundo de hoy, y sus circunstancias, evoca el mar embravecido que Francisco Javier atravesó para encontrarse con los otros. El desafío de permanecer en la misión supone una mirada integradora de la realidad capaz de interpretar e identificar el Espíritu del amor entre las múltiples corrientes de aire que interceptan las velas de nuestro barco

¿Somos una universidad sensible y encarnada con aquellos que aparecen en el horizonte de nuestra misión?

Volver a casa

Todo gran viaje tiene un camino de retorno. Para Francisco Javier no hubo un retorno físico a aquel lugar o a aquellas personas que fueran para él su gran riqueza y motivación. Sin embargo, Francisco Javier siempre supo que sus orígenes viajaban con él. Su camino de retorno, su regreso a casa, lo vivía cada día, cada segundo, al llevar las manos a su corazón, en donde guardaba los nombres de aquellos grandes amigos que le acompañaron simbólicamente en la misión recordándole su propósito. La relación de amistad en Jesús con Ignacio y sus demás compañeros siempre fue brújula en el camino. Volvía a casa al recibir cada carta enviada por su maestro Ignacio y que representaba la consolación de sentirse amado en el amor de Cristo. Volvía a casa con cada carta que escribía agradeciendo a Dios el ser parte de la mínima Compañía de Jesús, agradecido con sus compañeros jesuitas por la oración que lo salvaría de tantas dificultades. Francisco conocía el camino de retorno desde su interior, reconocía sus sentimientos y amaba con total intensidad toda la obra de Dios en él y en sus compañeros.

¿Somos una Universidad que forma para la vivencia de la fraternidad y amistad social?