Abril 2023 | Edición N°: 1386
Por: Luis Fernando Múnera Congote, S.J. | Rector



Todos conocemos el significado de cuidar, así como también el de ser cuidados por alguien, especialmente cuando se dan condiciones de vulnerabilidad, como las de un niño o un anciano, o se enfrenta una situación difícil como puede ser la causada por una enfermedad o una calamidad. La vida humana es difícil y necesitamos del cuidado y la estima de los demás para sentirnos bien y caminar seguros y confiados.

Se podría decir que entre tantas cosas que puede hacer una persona, cuidar de ese otro que está a su lado o que simplemente se cruza en su camino es lo que la hace más noble y más humana. Así lo demostró san Pedro Claver, el estudiante de nuestra Universidad en la época colonial, quien consagró su vida al cuidado de los esclavos.

Si analizamos lo que implica asumir el cuidado del otro, vemos que, por lo general, no es necesario un esfuerzo descomunal. Lo primero que se requiere es reconocer a la otra persona, no ignorarla; esto se logra con el simple contacto visual que puede acompañarse con una sonrisa y un saludo. Incluso, sin palabras, al otro se le dice que hemos notado su presencia y nos importa. No hacerlo resulta algo agresivo.

Una segunda condición propia del cuidado se refiere al tiempo que se dedica a la otra persona. En el mundo actual la prisa impera, caminamos con afán, apurando el paso para llegar al siguiente compromiso anotado en una apretada agenda: no podemos detenernos para hablar con aquel a quien encontramos, mucho menos para sentarnos un rato y saber de su situación. En efecto, estamos ocupados o distraídos y ¡no hay tiempo!

Ahora bien, si llegamos a sacar ese espacio, lo importante es escuchar al otro, con atención, dejarlo hablar y comunicar sus ideas y sentimientos, antes de proceder a darle una respuesta o un consejo, a veces no pedido; antes de empezar a contarle nuestra historia. A esta tercera condición, se une otra: el respeto que se necesita no solo para escuchar, sino también para responder, teniendo en cuenta las condiciones de esa persona, que no necesariamente son las nuestras. Por último, el cuidado se debe traducir en hechos concretos que respondan a las preocupaciones y los intereses del otro, en un acompañamiento continuo, responsable y respetuoso.

Debemos cultivar nuestra humanidad y sensibilidad para acercarnos a los demás con genuino interés, acoger a las personas y su palabra, compartir con ellos la experiencia humana de la vida.

El cuidado y la ética del cuidado son algo profundamente humano y sencillo, pero debemos cultivar nuestra humanidad y sensibilidad para acercarnos a los demás con genuino interés, acoger a las personas y su palabra, compartir con ellos la experiencia humana de la vida.

En la terminología jesuítica existe de tiempo atrás la expresión cura personalis, que se origina en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, y que según el P. Peter-Hans Kolvenbach, S. J. (2007) “se manifiesta en los actos humanos de ‘dar’ y ‘recibir’, un acto de transmisión y por lo mismo de recepción”. Anotaba el entonces Padre General que como “nadie puede valerse por sí solo… para crecer y desarrollarnos necesitamos ayuda, y rehusarla es condenarse al estancamiento y la derrota… paradójicamente recurrir a la ayuda ajena con gran generosidad y plena libertad es ayudarse a sí mismo”. Este distintivo de la ‘pedagogía ignaciana’ entraría a formar parte del modelo educativo implementado en los colegios y universidades de la Compañía de Jesús.

En este contexto, debemos recordar lo que proclamamos en el Proyecto Educativo de nuestra Universidad (1992): “la relación profesor-estudiante constituye elemento esencial de la Comunidad Educativa y es factor fundamental del proceso de Formación Integral”, relación que “ha de ser honesta, equitativa, respetuosa y de mutua exigencia”. Expuesto lo anterior, se advierte que “la Universidad procura la atención personal a cada alumno y profesor en particular, característica de la educación de la Compañía de Jesús” (n. 20). En el espacio universitario, todos estamos aprendiendo y enseñando, nuestros gestos y palabras contribuyen a tejer esa comunidad que enseña y aprende.

Esta atención a las personas, permite la prudencia, la capacidad de aplicar las normas generales a los casos particulares, con un sentido de justicia que puede ir más allá que la letra de la ley. Así quedó claro en la Introducción al Reglamento General expedido en 1979, cuando se hizo notar que para nosotros la ley “supone una discreción responsable para responder a las condiciones únicas del caso personal irrepetible, so pena de convertirse en rígida cadena que ahoga todo proceso humano y reducir la autoridad universitaria a una cruel máquina computadora de SI y NO en función de fríos artículos y numerales”, riesgo que se hace mayor en la era digital que vivimos, sometidos a los sistemas, las plataformas y las aplicaciones.

En consecuencia, el Medio Universitario Javeriano, ese que todos ayudamos a crear en la Comunidad Educativa con lo que hacemos en la cotidianidad, debe ser reconocido también por el cuidado de las personas, camino que, no solo da lustre a la Humanidad como un todo, sino que también hace renacer esperanza.