Francisco, kairós para el mundo
Luego de los días de gloria que vivió Colombia con la visita del papa Francisco, sigue la puesta en marcha de sus orientaciones. El padre José Leonardo Rincón, S.J. hace una reflexión al respecto.
Los griegos distinguían muy bien entre el “cronos” o tiempo ordinario y cuantitativamente más amplio y extendido y el “kairos” o tiempo extraordinario y excepcional por lo breve e intenso y cualitativamente superior. Francisco representa un kairós para la Iglesia y para el mundo y su visita a Colombia confirmó eso que la mayoría sintió desde el primer día de su pontificado: que este Papa logra conectarse con todos de modo singular e impactante, único si se quiere, y que suscita una alegría muy particular o estado de consolación espiritual, como diría San Ignacio de Loyola. Como el fenómeno de las estaciones tan claramente delimitadas en el tiempo y que propiamente no vivimos por estas latitudes pues en nuestro entorno sólo hay épocas de mucho calor y sequedad y otras muy lluviosas, los teólogos expertos consideraron que después del hermoso verano que nos trajo el Concilio Vaticano II y las Conferencias de Medellín y Puebla, la Iglesia estuvo por décadas en un tiempo de invierno, esto es, de frialdad y encerramiento, con sus ventanas cerradas, en medio de una oscuridad circundante y aislada de la realidad. Con la elección de Francisco ha vuelto la primavera, es decir, ha vuelto a aparecer el sol, se han disipado las nubes y el cielo se ve despejado y luminoso. Se han abierto puertas y ventanas y un aire fresco y renovador alienta el contexto metiéndose por todos los rincones de la casa. El paso de Francisco por Colombia fue breve y sustancioso, cualitativamente intenso y contundente, generó una impronta inolvidable que el mismo Presidente de la República no dudó en denominar como el acontecimiento más importante que ha vivido Colombia en muchas décadas. Su impacto se fue sintiendo minuto tras minuto y todavía se siente. Valga la analogía, cual terremoto cuyas réplicas aún se experimentan. ¿Quién no se conmovió con sus gestos?, ¿A quién no se le aguaron los ojos por momentos?, ¿Hubo alguien que no se impactó frente a las muchedumbres que salieron a calles, plazas y explanadas a saludarlo y escucharlo?, ¿Alguno duda de la impecable organización de toda su agenda y de lo que fuimos capaces de demostrar los colombianos que, cuando se quiere, sí se puede?, ¿Conoce alguien a personas escépticas e indiferentes, supuestamente ateas y distantes de lo religioso, que les confesaron que este Papa les ha llega do a su corazón?, ¿Se han encontrado con alguien que no se haya quedado admirado de su fortaleza física y su capacidad de aguante con ese ritmo de trabajo que tuvo?, ¿No les repitió alguien una frase que haya pronunciado en alguno de sus discursos u homilías?. La visita de Francisco cumplió todos los objetivos. Incluso dimos el primer paso. Ahora, como él mismo lo dijo al final, hay que dar un segundo y otros más. Hay que ponerse en marcha. De ninguna manera podemos quedarnos estáticos, durmiendo sobre los laureles de tan exitosas jornadas. Lo que viene es muy importante: ser capaces de consolidar la paz y la reconciliación, no dejarnos robar la alegría y la esperanza, volar alto y lejos, atreverse a soñar, ir a lo esencial, dejarse zarandear por Jesús y renovarse sin miedo, involucrarse y comprometerse tocando la realidad humana de cerca, no dejar que el diablo se nos meta por el bolsillo, propiciar la cultura del encuentro, huir de la tentación de la venganza y de la búsqueda de intereses mezquinos, perdonar y sanar el corazón, transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, desactivar los odios y abrirse a la convivencia basada en la justicia, luchar contra la inequidad como causa de todos los males sociales, escuchar a los pobres mirándolos a los ojos y dejándose interrogar por sus rostros surcados por el dolor y sus manos suplicantes, conservar la serenidad frente a los halagos de los poderosos de turno, superar el clericalismo que infantiliza a los laicos, ser una Iglesia en salida que hace las cosas con pasión… entre otras cosas. Por todo esto es que la visita de Francisco ha sido un kairós para el país, pero también para el mundo todos estos años. Sus sabias palabras no se quedan en apoltronado discurso. Al verlo golpeado y sangrante en su ojo izquierdo hizo vida aquello que nos dijo hace tiempo: prefiero una Iglesia en la calle y accidentada a una Iglesia encerrada en la comodidad de los despachos de oficina y de los aires acondicionados. Al verlo atender preferencialmente a los débiles y excluidos, los ciegos y sordos, los jóvenes rescatados de la calle, los ancianos y los niños, las mujeres urgidas de respeto y reivindicación, los indígenas y afros, las víctimas de la guerra, hizo vida la opción evangélica, preferencial por los pobres, que muestra con amplia evidencia cuán vulnerables somos todos, incluido él mismo, y lo que la vulnerabilidad nos muestra como característica esencial del ser humano, nos lo enseñó la hermosa niña. Recibí testimonios de personas alejadas de lo religioso que expresaron su deseo de volver a la Iglesia. Un judío me decía emocionado: ¡tienen ustedes un gran líder! Leí en la prensa a varios columnistas comentar su admirado parecer por la figura de Francisco y su mensaje. Víctimas y victimarios ofrecieron o pidieron perdón. La reconciliación sacramental fue buscada por muchos. Un conocido que va a la eucaristía dominical me comentaba emocionado que un vecino con el que tenía una enemistad de muchos años le había golpeado a la puerta de su casa y con ojos encharcados en lágrimas le había pedido perdón por los daños causados. Si eso no son “milagros”, entonces ¿Qué lo son?. La vida continúa y se ha vuelto a la rutina cotidiana. Para muchos, lo que pasó del 7 al 10 de septiembre cambió sus vidas. ¿Y para nosotros qué? Ojalá este tiempo kairótico se prolongue y deje huella positiva en nuestras vidas.