¡Hacer daño!
Los actos cometidos por terroristas se traducen en muerte indiscriminada de personas que, en la mayoría de los casos, son esas víctimas inocentes que por casualidad se hallaban en el lugar del atentado. También esos actos causan lesiones y traumas en los sobrevivientes, sufrimiento que comparten especialmente sus familiares y amigos. Así mismo, producen daños físicos y pérdidas económicas que exigen recursos no previstos para proceder a las reparaciones necesarias. Otra consecuencia funesta del terrorismo es el miedo y la desconfianza que aflora y trata de instalarse en la ciudadanía, afectando el curso normal de la vida en ciertos entornos definidos. Lo sucedido hace unos días en el Centro Comercial Andino nos hizo pensar en otras épocas que siempre hemos querido ver definitivamente superadas en nuestro país. Difícil olvidar el atentado en el edificio del DAS o en las instalaciones de El Espectador, el avión de Avianca que explotó poco después de despegar del aeropuerto El Dorado, sucesos escalofriantes que dejaron su impronta en la historia del país. Por otra parte, debe recordarse que se hace daño igualmente, y mucho, con atentados como la voladura de puentes y torres de energía, de oleoductos y los derrames de petróleo que conllevan, con graves efectos ambientales. También se hace daño de otras maneras, como con la corrupción y el saqueo inescrupuloso de los dineros públicos, lo mismo que con la mentira y la desinformación que se promueve con el fin de manipular la opinión pública. Está claro que frente al terrorismo nadie está seguro y ningún país se encuentra absolutamente blindado. Lo que ocurrió hace pocos meses en Londres y París, lo que acontece con frecuencia en numerosas poblaciones del Medio Oriente, nos confirman esta dura realidad que en mala hora ha venido a ser característica de los nuevos tiempos. El propósito último del terrorista es hacer daño para crear de esa manera desconcierto e intimidar a la sociedad. Detrás de su actuación se manifiesta el odio que ha sido cultivado en los surcos del fanatismo y las opciones radicales y excluyentes que desprecian la diversidad que es propia de los seres humanos. A su juicio, no hay cabida para el diálogo y la democracia, solamente para las armas y la violencia. El terrorista es el gran artífice de la cultura de la muerte. Tal vez uno de los aspectos que más impresionan en el mundo del terrorismo es el de los suicidas, esas personas que para algunos son de sangre fría, para otros, carecen de cordura, que son capaces de perder su propia vida para alcanzar su objetivo. Con recurrencia se discute si el terrorista suicida puede ser considerado como un individuo valiente e incluso como un mártir -palabra de hondo sentido en el contexto cristiano-, o si por el contrario es un cobarde. El Papa Francisco ha expresado recientemente que “no se puede utilizar la palabra mártir para referirse a los que cometen atentados suicidas, porque en su conducta no se halla esa manifestación del amor a Dios y al prójimo que es propia del testigo de Cristo”. Otra consideración que debe hacerse sobre el tema que nos ocupa se refiere a la indiferencia que es, a no dudarlo, la gran aliada del terrorismo. Frecuentemente escuchamos planteamientos que cuestionan el proceder de muchos ciudadanos: si bien preocupan “los actos de la gente mala”, no menos preocupante es “la indiferencia de la gente buena”, esas personas que reducen su papel al de espectadores y “se sientan a ver lo que pasa”. En este contexto, la respuesta al terrorismo, aparte de las acciones que deben adelantar con diligencia y responsabilidad las autoridades competentes, no puede ser otra que un compromiso renovado con la opción de hacer el bien, fortaleciendo tanto la solidaridad como la valentía que se requiere para enfrentar el miedo y resistir el amedrentamiento. En el fondo se trata de una gran apuesta por la vida y la civilización del amor. En cuanto a la educación, debemos subrayar que el marco de todo nuestro quehacer, está en el bien, en hacer el bien. Ciertamente, la labor universitaria apunta a que las personas que pasan por los centros de educación superior se preparen y aquilaten su capacidad de hacer el bien. La gran misión de todo profesor consiste en que sus alumnos sean buenos seres humanos, se entusiasmen con la idea de construir un mundo mejor, se empeñen en su edificación, dando continuidad al progreso humano. Al expresar nuestra solidaridad con las víctimas del terrorismo y manifestar enfáticamente nuestro rechazo a estos actos infames, la Javeriana hace un llamado a la Comunidad Educativa y también a la sociedad en general para seguir adelante sembrando semillas de esperanza.