Julio 2022 | Edición N°: 1379
Por: Hoy en la Javeriana | Dirección de Comunicaciones



Extraordinarias y bellísimas fueron las imágenes obtenidas gracias al telescopio James Webb que a finales del año pasado fue enviado al espacio. Esas fotografías, divulgadas recientemente por los medios de comunicación a lo largo y ancho del planeta, ciertamente causaron asombro, sentimiento que a veces pareciera se ha ido haciendo escaso en el mundo de hoy, cada vez más complejo y acelerado, provisto con recursos fantásticos desarrollados por la ciencia y la tecnología.

Vale la pena recordar que la palabra “maravilla” tiene origen en el término mirabilis, un adjetivo usado en latín para calificar alguna cosa como ‘extraña o notable’ y que cuando hace muchos siglos se acuñó la expresión “las siete maravillas del mundo”, lo que se quiso indicar fue que había una serie de lugares y construcciones que valía la pena que visitáramos y pudiéramos contemplar. Indudablemente, en el mundo encontramos obras que nos maravillan, que nos asombran y que, como se dice coloquialmente, nos dejan sin palabras.

En el Vatican News del 14 de julio pasado, se reseñó el comunicado expedido por el Hermano jesuita Guy J. Consolmagno, director del Observatorio Vaticano –Specola Vaticana, en italiano- “en relación con las fotos de un universo nunca visto que llegaron a la Tierra el 12 de julio y que los estudiosos remontan a 14.000 millones de años”. Su apreciación fue la siguiente: «Estas imágenes son un alimento necesario para el espíritu humano -no sólo de pan se vive-, especialmente en estos tiempos… La ciencia en la que se basa este telescopio es nuestro intento de utilizar la inteligencia que nos ha dado Dios para comprender la lógica del universo. El universo no funcionaría si no tuviera esta lógica. Pero como muestran estas imágenes, el universo no sólo es lógico, sino también hermoso. Esta es la creación de Dios revelada a nosotros, y en ella podemos ver tanto su asombroso poder como su amor por la belleza».

Las fotografías del telescopio Webb nos obligan a reconocer nuestra pequeñez como planeta, apenas un punto en el espacio.

Sin lugar a dudas, es impresionante la capacidad que tiene el ser humano, por una parte, para escudriñar la creación, para estudiar y descubrir las leyes que la rigen, para comprender su funcionamiento y desarrollo; y por otra, para imaginar y construir herramientas e instrumentos que le permiten romper los límites que le impone su condición natural como individuo, el alcance de sus sentidos y las posibilidades de movilización, su memoria y entendimiento, la duración de su vida. En este contexto, cobra toda su relevancia la cooperación, la unión de esfuerzos alrededor de un mismo fin, al igual que los aprendizajes alcanzados por las generaciones que nos han precedido. A Newton se atribuye una poderosa sentencia que resume estas consideraciones: “Si he llegado a ver más lejos que otros es porque me subí a hombros de gigantes”. Ese ha sido, evidentemente, el camino que ha permitido a la humanidad llegar a tener el actual nivel de conocimientos y de posibilidades para realizar cosas tan maravillosas como el diseño del telescopio Webb, su lanzamiento al espacio, su ubicación a 1,5 millones de km de la tierra, orbitando alrededor del Sol, su operación y la transmisión precisa de imágenes que quedan frente a nuestros ojos. Como lo señalaron los expertos de Creative Commons en artículo publicado en El Tiempo (17 de julio de 2022), “la luz infrarroja que detectó el Webb tardó 13.000 millones de años en llegar hasta él”, dato impresionante que explica por qué “mirar el universo más profundo -cosa que nos permite este telescopio- equivale a estudiar el universo más antiguo y primitivo, justo cuando las galaxias primigenias se estaban formando”.

Merece destacarse, entonces, que en el desarrollo de este proyecto colaboraron veinte países y que el telescopio fue construido y operado conjuntamente por la Agencia Espacial Europea, la Agencia Espacial Canadiense y la NASA para sustituir los telescopios Hubble y Spitzer. Esto constituye una prueba irrebatible de la importancia que tiene lograr superar las divisiones que a lo largo de la historia se han formado en la humanidad, divisiones que se han traducido en odio y violencia, en guerra y muerte. Otro sería el mundo si todos los recursos disponibles se pusieran al servicio de nobles ideales como lo son el avance de los conocimientos y el progreso social en todas las naciones.

Las fotografías del telescopio Webb, que nos hablan de un universo “lógico y hermoso”, si bien reflejan la grandeza de los hombres y mujeres que han habitado la Tierra, también nos obligan a reconocer nuestra pequeñez como planeta, apenas un punto en el espacio. Deberíamos, entonces, redoblar nuestros esfuerzos como especie para poner punto final a esas acciones que conducen a la irreparable destrucción de vidas y recursos, sembrando sufrimiento por doquier, y aprovechar mejor las oportunidades que tenemos para construir un mundo mejor en el que todos puedan vivir con dignidad, desarrollar su proyecto personal y disfrutar de tantas cosas buenas que nos ofrece la creación.