
La ciencia y la vacunación tiemblan en épocas de covid
Qué raras oportunidades nos da la vida. Después de muchos años de ser la profesora de virología de esta prestigiosa Universidad llega esta estrepitosa pandemia causada por un virus que no lograba ocupar ni dos renglones en una de mis diapositivas con las que dictaba el tema de infecciones respiratorias. El motivo del poco interés es porque si bien este coronavirus es uno de los casi 18 agentes virales que infectan el sistema respiratorio, la sintomatología generada en la mayoría de los casos era suave y se confundía con los patógenos que conocemos como los virus del resfriado común. No obstante, dos miembros más de la misma familia habían causado alertas epidemiológicas, el SARS en 2003 y el MERS en 2013, que ya nos habían demostrado su capacidad zoonótica, pandémica y virulenta.
Por esto deseo aprovechar este espacio para compartir dos de las muchas preocupaciones que nos trae la pandemia por SARS-CoV-2. Una es cómo el temor que le tenemos al virus ha puesto a dudar hasta a la ciencia y la segunda es el problema que se ha generado no por la vacuna sino por la vacunación.
Este virus, además de producir el covid, genera un gran temor, cosa entendible por el impacto epidemiológico que ha causado alrededor del mundo. Lo que no es tan claro es cómo este temor ha puesto a temblar algunas certezas muy antiguas de la ciencia. Hasta hace poco tiempo estábamos seguros de que la infección natural generaba una inmunidad más sólida y duradera que la vacunación. Ahora lo estamos dudando y no parece haber certeza de si las personas recuperadas de la infección necesitan ser vacunadas, inclusive teniendo en cuenta el poco número de vacunas que llegarán al país. La razón científica (y quizás el sentido común) propondría ahorrar estas vacunas para los grupos más vulnerables.
La inmuno-virología vuelve a patinar cuando, a las personas vacunadas o las que ya les dio la infección, les piden que sigan usando el tapabocas. Si bien en ellas es posible que el virus entre y trate de multiplicarse, es poco probable que logre una multiplicación suficiente como para que se conviertan en portadores y diseminadores de la infección. A esto le podemos añadir que perderíamos la oportunidad de recibir nuevas cargas virales que, cuando ya tenemos protección, fortalecen la inmunidad, al igual que las segundas cargas vacunales.
Hasta hace poco tiempo estábamos seguros de que la infección natural generaba una inmunidad más sólida y duradera que la vacunación.
Mientras se superan esos temblores científicos, deberíamos estar felices porque llega la vacuna que es, sin duda, la estrategia más efectiva para salir o al menos suavizar este problema. Todas las vacunas que llegarán al país cumplen con la efectividad, seguridad y estabilidad necesarias. Quizás donde fallan es en la distribución equitativa para que todos nos podamos vacunar. Esto nos muestra que el problema no es la vacuna sino la vacunación. Los trámites burocráticos, los secretos generados por las cláusulas de confidencialidad, la presión que reciben las farmacéuticas por cuenta de la demanda, la burocracia de nuestro país que genera una inmensa tramitología en los procesos y, lo más grave, la corrupción, podrían llevar a que la vacunación sea una obra titánica lo cual contribuye a alimentar los miedos mal fundados que tienen a un alto porcentaje de la población pensando en no vacunarse.
Vacunarnos contra el SARS-CoV-2, es la única estrategia que tendremos para terminar con esta pandemia que nos tiene aburridos y aterrados. Es hora de retomar el sentido común y dejar de pensar que el virus viene en los zapatos, en las bolsas de supermercado o en las llantas de los carros, es hora de quitarle a los termómetros la capacidad de decidir si podemos entrar a un lugar y de desinfectar los billetes que desde que iniciaron su circulación han sido fuente de importantes patógenos poco valorados por nosotros.