Germán Rodrigo
Agosto 2020 | Edición N°: año 59, nro. 1360
Por: Germán Rodrigo Mejía Pavony | Decano de la Facultad de Ciencias Sociales



Germán Rodrigo

Han pasado 482 años desde ese día en el que nuestra ciudad se fundó con el nombre de Santafé, en recuerdo del campamento militar que los reyes católicos instalaron en la vega frente a la ciudad de Granada con el propósito de enfrentar al que resultó ser el último sultán del Reino Nazarí. Hoy, convertida en Bogotá, así llamada desde 1819 para diferenciarla de la urbe de origen español, la megalópolis que habitamos sigue siendo la ciudad principal del
país, característica que ha mantenido durante estos casi cinco siglos de existencia.

Se encuentran comentarios en diversos documentos, escritos a los pocos años de su fundación, que afirman el potencial que tenía la nueva ciudad para convertirse en la principal del reino, el de La Nueva Granada, que comenzaba igualmente a tomar forma. Y así fue. No habían transcurrido tres lustros desde su fundación cuando Santafé fue erigida, primero, en sede de la Real Audiencia y, luego, en sede obispal, quitando este privilegio a Santa Marta, de la cual fue sufragánea hasta ese momento. Ya el rey, Carlos V, le había ratificado el título de ciudad en 1540 y poco después le otorgó escudo de armas, el mismo que aún hoy en día exhibe con orgullo Bogotá. Casi dos siglos más tarde fue erigida en sede virreinal y en calidad de tal enfrentó los difíciles años de la independencia. Organizada Colombia como república desde 1821, Bogotá fue nombrada capital del departamento central, Cundinamarca, y capital provisional del nuevo Estado, lo que duró poco pues en 1828 se desmoronó el anhelo inicial de constituir una Gran Colombia junto con Venezuela y Quito. Ya disuelta, Bogotá continuó siendo la ciudad principal, ahora capital, de la República de la Nueva Granada, de la Confederación Granadina, de los Estados Unidos de Colombia y, desde 1886, de la República de Colombia.

En uno de los costados de la Plaza Mayor se podía escuchar hacia 1600 personas hablando en castellano, portugués, catalán, lenguas italianas, alemanas o en flamenco, todas lenguas del Imperio.

Es cierto que en ocasiones a alguien se le ocurrió que otras ciudades podrían ser un mejor lugar para capital, pero estas ideas no prosperaron y no es difícil explicar las razones que dan cuenta de esta característica pues siempre fueron evidentes. De una parte, el lugar seleccionado fue privilegiado no solo por su variedad climática, fertilidad de sus tierras, cercanía a centros mineros, y abundancia de agua y materias primas entre otras muchas cosas; de otra parte, el lugar se convirtió rápidamente en el centro de un complejo y extenso nudo de comunicaciones pues de su plaza mayor partían caminos reales que hacia el norte llevaban a la cercana Tunja o a la lejana Pamplona; por el occidente a Mariquita y a los caminos que atravesaban la Cordillera Central hacia las ricas ciudades y reales de minas del río Cauca, o hacia el norte por el Magdalena hacia el Caribe; al sur Ibagué y Neiva, y el cruce de la Cordillera rumbo a Popayán y Pasto y Quito; y al oriente hacia San Juan de los Llanos, tierras desconocidas objeto de preocupación de los misioneros de la Compañía de Jesús; finalmente, porque las instituciones de gobierno que en ella se ubicaron convirtieron la urbe en una ciudad no solo de encomenderos sino de abogados, de filósofos, de teólogos y, luego, de científicos, comerciantes y un largo etcétera. Esto es, Santafé fue una ciudad principal desde muy temprano porque desde ese entonces fue un gran centro de pensamiento y de intercambio.

Todo ello convirtió a Santafé, primero y, luego, a Bogotá en una ciudad cosmopolita. Es posible imaginar que en uno de los costados de la Plaza Mayor se podía escuchar hacia 1600 personas hablando en castellano, en portugués, en catalán, en alguna de las lenguas italianas, o alemanas o en flamenco, todas lenguas del Imperio en ese entonces, pero también lenguas indígenas porque no solo estaban los Muiscas, sino que llegaron hablantes de las diversas lenguas que los conquistadores encontraron desde el Perú hasta el reino Azteca. Y por ser principal es que Bogotá solo puede encontrar su identidad en la diversidad y dinamismo que siempre la ha caracterizado. Bogotá es de todos porque todos han estado presentes en ella de alguna manera. Buscar la identidad en la homogeneidad de los habitantes es empobrecer la ciudad. La única contigüidad posible en Bogotá es la de la diferencia.