Abril 2011 | Edición N°: año 50 No. 1266
Por: Redacción Hoy en la Javeriana | Pontificia Universidad Javeriana



Con gran expectativa, Colombia presenció la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente el 5 de febrero de 1991, hace ya dos décadas. En la jornada electoral del 9 de diciembre anterior, el pueblo colombiano había otorgado a los delegatorios la facultad de elaborar la Constitución Política, sancionarla y promulgarla, durante las sesiones que deberían concluir por tarde el 4 de julio del mismo año. De esta forma, por una parte, se ponía punto final a una serie de intentos fallidos de reforma y, por otra, se daba atención a una crisis de institucionalidad que se había acentuado en los últimos años, unida a la de legitimidad del Estado colombiano y de su organización. Cómo olvidar el clamor del importante movimiento estudiantil “Todavía podemos salvar a Colombia”, nacido en medio de la indignación que produjo el asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento el 18 de agosto de 1989. Gracias a la actividad tesonera y siempre pacífica de ese grupo de jóvenes universitarios, entre los cuales se destacaron algunos javerianos, se abrió paso la séptima papeleta, antecedente inmediato de la Asamblea Nacional Constituyente.

Simultáneamente con las sesiones de este cuerpo colegiado, nuestra Universidad se propuso analizar la situación de Colombia para poder determinar en la Misión institucional su quehacer específico en el futuro inmediato. Por supuesto, solamente podía hacerlo a partir de “su confrontación con las necesidades actuales y futuras que reconocía en el medio social del cual forma parte”. Fue así como en el Foro “Colombia, una visión prospectiva”, realizado en marzo de 1991, la Javeriana, con el concurso de 70 expertos, se dedicó durante toda una semana al estudio de los problemas nacionales. La situación de Colombia, en medio de la guerra asociada a narcotraficantes, paramilitares, guerrilla y delincuencia común, en medio de pobreza y corrupción crecientes, además de la mediocridad y el desprestigio de la rama legislativa del poder público, era crítica y a la vez contradictoria, como lo señalaría poco después Gabriel García Márquez en su escrito Por un país al alcance los niños:

“… somos dos países a la vez: uno de papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia. En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especies animales cada hora del día y de la noche por una devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos a admitir que la realidad es peor”.

A una nueva Colombia, expresión acuñada por Galán, le quería apostar la Constituyente. Lo mismo hacíamos en la Universidad, en concordancia con la naturaleza propia de un centro de Educación Superior. El trabajo de la Asamblea concluyó dentro del término previsto y contó con la participación de doce distinguidos abogados javerianos de muy diversas generaciones y tendencias partidistas, entre ellos un ex Presidente de la República y varios ex Ministros de Estado. La nueva Constitución en el preámbulo nos señala desde entonces un derrotero. Por una parte nos convoca a “fortalecer la unidad de la Nación” y, por otra, a “asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz”. Como lo advierte el Profesor Néstor Raúl Correa Henao en su obra reciente La Constitución para todos (2011), “ésta ha sido la primera Constitución que no es impuesta por el partido ganador de una guerra civil o de unas elecciones. Es una Constitución de consenso entre las distintas fuerzas en ella representadas. Fruto del consenso, esta nueva Carta es extensa, heterogénea y pluralista”. Al trabajo realizado en el Foro “Colombia, una visión prospectiva” se unió entonces la nueva Constitución y, con este y otros referentes fundamentales de nuestro quehacer universitario, las orientaciones de la Iglesia Católica y la Compañía de Jesús, la Javeriana formuló al año siguiente el texto de su Misión y Proyecto Educativo, que le apuestan también a una nueva Colombia. Conmemoramos, pues, 20 años de estos ejercicios de auténtica nacionalidad, teniendo presente que, como lo señala también el profesor Correa Henao, “la Constitución de 1991 no sólo es una carta de navegación de un barco llamado Colombia, sino también la letra retórica de un sueño compartido, el significante de nuestro deseo como pueblo, el otro nombre del futuro”, y que debemos insistir con ahínco en acercar la realidad al país de papel.