Mayo 2021 | Edición N°: 1367
Por: Marisol Cano Busquets | Decana de la Facultad de Comunicación y Lenguaje



El escenario de protesta social lo es también de nuevas polarizaciones. En Popayán, Duitama, Cali y muchas otras ciudades del país, periodistas que cubren las movilizaciones son golpeados, retenidos y confiscados sus materiales de trabajo por integrantes de la Policía. En las calles, personas encapuchadas los agreden y obstruyen su labor. En Bogotá, un performance tiñe de rojo el agua de las piletas que anteceden las fachadas de los edificios en donde operan Caracol Radio y la revista Semana. En redes sociales se atiza el fuego de una batalla que quizá ni los contrincantes en disputa, de por sí difíciles de definir, saben que la están librando: medios tradicionales vs. medios alternativos.

Una atmósfera hostil y violenta para el ejercicio del periodismo, una voz en alza que expresa animadversión ciudadana hacia los medios, y una nueva realidad de interacción entre tecnología y sociedad, obligan a observar desde otros ángulos el rol de los medios y del periodismo en coyunturas como la que hoy vive Colombia.

En el actual ecosistema mediático, Internet se ha convertido en el campo de batalla de la información. Asistimos a guerras inéditas por la verdad y el poder. Tormentas de odio, ejércitos de troles poniendo a circular datos engañosos, estrategias de desinformación que buscan confundir, distorsionar, ocultar los hechos y minar la credibilidad y la confianza en las fuentes de información solventes, hacen aún más difícil el trabajo de los periodistas.

Los valores fundamentales del periodismo y los estándares de calidad periodística, que son faro y compromiso de los profesionales de la información, suponen ahora un desafío mayor frente a estas realidades. Los periodistas y los medios desempeñan un rol esencial para la sociedad y están llamados a cumplirlo con responsabilidad, autonomía, altos estándares éticos, sentido de servicio público, mirada amplia y plural, y distancia crítica de todos los poderes, incluido el de la propiedad de los medios si quienes la detentan ejercen presión para que prevalezcan intereses extra periodísticos en la toma de decisiones sobre la información que se publica.

El interés público es uno de los pilares que guía la labor periodística, y ello comporta ejercicios de transparencia, autorregulación —que no autocensura—, y rendición de cuentas; algo cada vez más demandados por la sociedad. Son indicadores de transparencia contar con estándares éticos que orienten el proceso de producir información; hacer visibles la misión, la propiedad y los posibles conflictos de interés; diferenciar con claridad la información de la opinión, de la publicidad, del contenido pago y del activismo; asegurar procedimientos claros y ágiles para tramitar aclaraciones y rectificaciones; y crear espacios públicos para dialogar con las audiencias; entre otros. En este nuevo ecosistema informativo sería deseable que también aumentara la transparencia de todos aquellos que han tomado la voz en la esfera pública digital como productores de contenidos.

Los periodistas están obligados, porque así se los exige su profesión, a brindar información de calidad, fiable y precisa; a contrastar y decantar; a brindar contexto, evitar visiones superficiales de la realidad y asegurar diversidad de voces y perspectivas; a dudar y a hacer preguntas incómodas; a interpretar y a ayudar a entender los acontecimientos; a develar los abusos de autoridad y las violaciones a los derechos humanos; a cuidar el lenguaje y a llamar las cosas por su nombre y sin eufemismos; a escuchar; a evitar el fomento del odio; a aumentar el conocimiento del otro; a trabajar sin descanso en la búsqueda de la verdad.

Los medios comprometidos con el periodismo de calidad, se esfuerzan por hacer una cobertura profesional del actual estallido de inconformidad, manteniendo el equilibrio entre la rapidez y la rigurosidad informativa, en un territorio competitivo y vertiginoso que les exige proveer información las veinticuatro horas del día, mientras se debaten para hacer frente a un modelo de sostenibilidad económica afectado por las grandes plataformas tecnológicas. Deben ser conscientes, además, de que su actuación puede agravar la crisis sociopolítica. Son momentos, qué duda cabe, para exacerbar el sentido de la responsabilidad periodística.

Ahora bien, quienes usan el nuevo ecosistema digital para informarse y para interactuar en él, deberían afinar el pensamiento crítico y contar con los conocimientos necesarios para entender cómo funcionan los algoritmos, cómo operan y quién está detrás de los procesos de desinformación, polarización y puesta en circulación de información interesada y falseada, que busca crear confusión, y prepararse para distinguir las fuentes de información creíbles de las que no lo son. De ahí el valor de las iniciativas dedicadas a chequear la veracidad de la información, a aportar indicadores de confianza y transparencia para aplicar al contenido que circula en las redes, y a promover procesos formativos en ciudadanía digital y alfabetismo mediático.

Como bien lo documenta el Instituto de Internet de Oxford, las campañas de manipulación en medios sociales se desarrollan con más fuerza en momentos cruciales de elecciones, referéndums y crisis. Desacreditar a los periodistas que se esfuerzan por hacer bien su labor, e incentivar la pérdida de confianza en fuentes de información rigurosas e idóneas contribuye a minar los pilares fundamentales de la democracia.

Lo que se evidencia hoy es el enorme compromiso que tenemos de estudiar a fondo los grandes retos socio tecnológicos que nos presenta esta nueva era, y de contribuir a prevenir las polarizaciones emergentes con las que pierden la democracia, el periodismo y el derecho de los ciudadanos a estar bien informados.