eduardo díaz amado
Mayo 2020 | Edición N°: año 59, nro. 1357
Por: Eduardo Díaz Amado | Profesor Asociado y director del Instituto de Bioética. Correo electrónico: eduardo.diaz@javeriana.edu.co



eduardo díaz amado

En su corta historia la bioética ha logrado consolidar una forma propia de proceder para el análisis y solución de los problemas que le atañen. Esta incluye la adopción de determinados principios éticos fundamentales, considerar siempre las consecuencias, avanzar mediante la deliberación y el consenso, moverse en la interdisciplinariedad, y consolidar el diálogo entre ciencia y ética.

La bioética encarna hoy una perspectiva fértil y necesaria para analizar la crisis que nos ha planteado la pandemia del Covid-19. Una crisis que es, en gran medida, de carácter bioético. Lo que estamos experimentando es, entre otros, una reedición de diversas tensiones que en el mundo contemporáneo se han venido presentando entre el bíos y el éthos; entre nuestra condición como seres biológicos y la responsabilidad que nos cabe como seres morales, sociales y culturales.

En esta pandemia se han puesto en evidencia los débiles equilibrios que existían entre sistema de salud y sociedad, entre medios de vida y cultura, y entre lo público y lo privado. Resulta muy sintomático que un virus, como entidad biológica del orden de lo microscópico molecular, haya puesto en jaque al orden de lo macroscópico molar y social. En muchos de los protocolos y guías
de manejo que se han promulgado para la atención de pacientes en las actuales circunstancias, se proponen mecanismos y fórmulas para preservar la dignidad humana, se pide que las intervenciones se basen en la mejor evidencia disponible, y que las decisiones se tomen mediante una reflexiva y juiciosa comprensión y aplicación de principios éticos.

Los dilemas éticos y bioéticos a los que nos enfrentamos por la pandemia requerirán, para su posible solución, de apoyarnos en los marcos conceptuales y la tradición que hemos construido colectivamente como humanidad.

Las circunstancias excepcionales que vivimos por la pandemia han hecho que principios como el de beneficencia y el de justica adquieran preeminencia. Sin embargo, esto no quiere decir que hayan dejado de tener relevancia el respeto por la autonomía o la no-maleficencia. No por estar inmersos en un escenario de incertidumbres y apremios se puede aceptar el ejercicio de poder sin controles o la anulación sin más de nuestro constructo ético y moral compartido.

Los dilemas éticos y bioéticos a los que nos enfrentamos por la pandemia requerirán, para su posible solución, de apoyarnos razonable e inteligentemente en los marcos conceptuales y la tradición que hemos construido colectivamente como humanidad. También será necesario avizorar, de manera prudente pero creativa, nuevas comprensiones, propuestas y horizontes.

Un dilema que se ha planteado con insistencia en medio de esta crisis es el de si debemos privilegiar la salud o la economía. Quienes piden optar por la pre-eminencia de cuidar la salud, así la economía se resquebraje, basarán su argumento en asumir el valor supremo de la vida sobre otros bienes (un cálculo deontológico). Quienes prefieran salvar la economía, así se ponga en riesgo la salud y la vida por la exposición al contagio, dirán que se trata de un costo aceptable de pagar aduciendo que con la economía resquebrajada puede haber incluso más vidas en peligro (un cálculo utilitarista).

Hay diversas teorías y propuestas para resolver este dilema. El espacio aquí no alcanza para exponerlas todas, con sus pros y sus contras. En todo caso me gustaría problematizar este dilema; desmenuzarlo. Sabemos que hay problemas que no se resuelven, sino que se disuelven. Si introducimos la pregunta de a qué “vida” y a qué “economía” nos referimos, quizás eso pueda comenzar a suceder.

Si hablamos de la vida de cada ser humano, considerando la tradición filosófica, cultural y política que recoge la bioética, la conclusión será que cada vida humana tiene un valor inconmensurable. Las excepciones a esta regla tendrían que ser juiciosa y reflexivamente justificadas. Si nos referimos a la economía actual, que admite el crecimiento de las desigualdades, la acumulación en manos de unos pocos, la explotación y la reducción de seres humanos a cosas –el eufemismo “recursos humanos”-, parece razonable decir que no merece la pena ser salvada. Tendríamos que pensar más bien en qué economía deseamos tener. Podríamos imaginar una que no funcione como antítesis o enemiga de la vida y la salud, no solo humana, sino de todos los seres vivos y el planeta. Parafraseando a Shakespeare en Ricardo III, todo el reino