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El desafío de la reconciliación
Luis Fernando Múnera Congote, rector de la Pontificia Universidad Javeriana
Las universidades estamos llamadas a ser templos de democracia y de diversidad, lugares donde se formen ciudadanos críticos para el fortalecimiento de una cultura democrática y de una ciudadanía global, donde el consenso y el disenso se tramiten desde el diálogo, el entendimiento del otro y una mirada amplia que nos de perspectiva frente a las necesidades, argumentos y posiciones de aquellos que llamamos “el otro”.
El desarrollo de las competencias de la ciudadanía y el fortalecimiento de la cultura democrática tiene como sentido la búsqueda del bien común, la mirada al futuro. Pero, para que sea posible mirar al futuro, tenemos que dialogar con nuestro pasado y desarrollar la capacidad de la reconciliación, la capacidad volver a tejer hilos de vida en común y de confianza.
La relación democracia y reconciliación es un tema central para nuestro país que ha sufrido profundas divisiones sociales y políticas y ha padecido terribles violaciones a los derechos humanos y atrocidades masivas que han dejado hondas heridas en nuestra sociedad.
De allí que los procesos de transición política y de posconflicto en Colombia evidencien la necesidad de poner la reconciliación en el centro de la agenda política. No obstante, no existe un consenso frente a lo que esta noción implica. Se proyectan en la reconciliación diversas subjetividades teóricas, políticas y éticas. Unos, influenciados filosóficamente por aproximaciones religiosas asocian la noción al perdón. Otros, tienden hacia una perspectiva más minimalista y vinculan la reconciliación con la coexistencia pacífica entre antiguos enemigos. El sentido común asocia esta palabra a una situación de volver a reconstruir la confianza y las relaciones después de una ruptura, aunque, en un escenario de posconflicto, la reconciliación no implique armonía, ni unión.
Según John Paul Lederach, la reconciliación es el lugar donde el pasado y el futuro se encuentran. El énfasis no está en recordar per se lo hechos traumáticos, sino en dialogar con el pasado, de tal forma que se pueda construir un futuro mejor, garantizar las condiciones para la no repetición, y proyectar otro tipo de comunidad política en paz. Se asocia entonces a lo que Walter Benjamín designaba como una “memoria moral”, vinculada a las demandas de justicia, de protección de los derechos humanos, a la reconstrucción del tejido social y a la profundización o instauración de la democracia.Algunos, como Nelson Mandela, van más allá y plantean la reconciliación como una “refundación del pacto social”.
La reconciliación entonces no solamente debe incorporar una mirada intrageneracional que involucra a responsables y víctimas de las atrocidades cometidas, sino que además nos desafía al conjunto de la sociedad y lo hace también intergeneracionalmente con jóvenes y comunidades que heredan y enfrentan un pasado violento. Entender entonces las responsabilidades pasadas y presentes, y educar a nuevas generaciones para comprender lo ocurrido y actuar democráticamente para que no vuelva a ocurrir, es una responsabilidad social, en general, y de las universidades en particular.
Por supuesto, la reconciliación exige procesos de verdad, justicia y reparación, pero también reformas y cambios estructurales. Cuando un conflicto armado o las rupturas democráticas se cruzan con profundas desigualdades a nivel polìtico, social, económico o cultural, la reconciliación no se puede plantear unicamente como un simple proceso psicológico o emocional. Por ejemplo, la perpetuación de la violencia en la historia de Colombia tiene vínculos notorios con la naturaleza imperfecta y excluyente de su sistema político y social. Por ello construir la paz en Colombia implica construir un régimen más democrático, participativo e incluyente, que integre las voces, territorios y sectores sociales tradicionalmente marginados.
Pero el camino para la paz y la reconciliación pasa también por la construcción, a nivel social, de una cultura y de un ethos democrático sustentado en el pluralismo, el respecto a los derechos humanos, y la transformación no violenta de conflictos. No está en juego uniformizar, ni borrar las diferencias, pero si hallar puntos de encuentro, nuevos patrones de relacionamiento que confieran legitimidad al otro y permitan reintegrarlo en una misma comunidad moral. Por ello, ante la polarización que sufre nuestra sociedad, nos corresponde insistir en la formación de generaciones que puedan entender los horrores del pasado, debatir y actuar democráticamente para construir un mejor futuro para todas y todos. La Universidad, debe ser un referente en este proceso.