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Noviembre 26, 2024
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Las violencias contra las mujeres, un feroz dispositivo de control social

Angélica Torres Quintero
Profesora asociada del Instituto de Salud Pública 

El 25 de noviembre conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En su edición 25, abrimos un espacio para reflexionar sobre la panorámica actual y su impacto diferencial.  

Las cifras de las violencias contra las mujeres (VCM) continúan siendo desgarradoras, pero lamentablemente invisibles para buena parte de la sociedad colombiana. Estas violencias operan como un poderoso y eficiente dispositivo de control que afecta no solo a las víctimas, sino a la sociedad en su conjunto. La atemoriza, silencia y anestesia, contribuyendo de esta manera a sostener un orden social que se nutre de las desigualdades e inequidades que produce.  

El Observatorio Nacional de Violencias de Género (SIVIGE), muestra un comportamiento en ascenso en el registro de las violencias físicas, sexuales, psicológicas y por negligencia. En 2020 fueron registrados 103.207 casos y en tan solo 4 años (a 2023), observamos el doloroso incremento en el reporte de un 53%. Para 2024 (con corte al 31 de octubre), han sido reportados en el sistema 138.239 casos. Para hacernos una idea de la magnitud del problema, pensemos en el Estadio El Campin completamente lleno más de 3 veces. 

Los patrones sobre el comportamiento de las Violencias Basadas en Género (VBG), continúan mostrando tendencias históricas: Las principales víctimas siguen siendo mujeres en edad productiva (24%), seguido de jóvenes (17%) y adolescentes (17%). Los agresores por su parte, siguen siendo en su mayoría, hombres (80%) y personas conocidas (77%), lo que lleva a que estas violencias ocurran prioritariamente a puerta cerrada: en el ámbito privado, familiar y doméstico. Aún persiste la creencia de que es allí donde deben resolverse para evitar la fractura de la unidad familiar.  

En el 39% de los casos, los agresores han sostenido alguna vez o sostienen actualmente, un vínculo sexoafectivo con la víctima; revelándonos la necesidad de continuar desmontando los cimientos del amor romántico que normaliza la posesividad, los celos, el control, la insistencia a pesar de un NO y el chantaje emocional, al disfrazarlos como expresiones de amor e interés en la relación. 

Las violencias contra las mujeres con pertenencia étnica también son preocupantes. A octubre de 2024 se han registrado 3.905 casos cometidos contra mujeres indígenas y 3.098 contra afrocolombianas y mulatas. El hecho de que estén entrelazadas a violencias estructurales como la pobreza, la reactivación del conflicto armado en sus territorios, las barreras de acceso a la justicia y el aislamiento social; no sólo incrementa las condiciones de vulnerabilidad y riesgo para estas mujeres; también favorece la invisibilidad, réplica e impunidad de las VBG. 

Entre 2018 y 2024, se ha observado un leve incremento en la victimización de los hombres pasando del 20% al 24%. Al analizar de cerca estas cifras, observamos que siguen siendo mayoritarias las violencias contra las mujeres (77%) y que, las violencias contra los hombres se concentran principalmente en menores de edad: el 49% corresponde a niños menores de 11 años y un 18% a adolescentes. Esta tendencia reitera la necesidad de implementar políticas, programas e investigaciones orientadas a su recuperación emocional, así como a la transformación de patrones culturales de subjetividad masculina como la venganza, rivalidad, dominación, competencia e invulnerabilidad, para evitar que en el futuro puedan convertirse en potenciales agresores.  

Los hechos de feminicidio por su parte, muestran la plasticidad de la violencia contra las mujeres. En 2023, la Fiscalía General de la Nación reportó en el SIVIGE 594 feminicidios. Al 30 de septiembre de 2024, se han reportado 474. Sin embargo, el Observatorio de Feminicidios en Colombia, una iniciativa de Republicanas Populares, registra en su Boletín del mes de octubre un total de 745 feminicidios; un incremento significativo con respecto al año anterior que nos alerta de una emergencia nacional por feminicidio. 

Aunque los feminicidios también se cometen principalmente contra mujeres en edad económicamente activa, adultas (61%) y jóvenes (24%); resalta el hecho de que la mitad de ellos ocurren en espacios públicos, abiertos y de tránsito; en zonas urbanas —ciudades como Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Ibagué ocupan las primeras posiciones—, y a manos de hombres armados. En estos casos, los feminicidios se dan en el marco de disputas territoriales, economías criminales y bajo el control de bandas narco-mafiosas.  

De hecho, en el mes de septiembre, la organización armada conocida como El Clan del Golfo declaró un plan feminicida en el departamento del Chocó contra lideresas indígenas, afrocolombianas y servidoras públicas, acompañado de una estrategia de amenaza y amedrentamiento para obligarlas a salir del territorio; ratificando con ello, el uso de la violencia de género como un arma de guerra. Como señala Rita Segato (2016), el feminicidio transmite un mensaje de poder y control social en la medida en que consigue perpetuar la desigualdad y su subordinación.   

Este rápido panorama revela que aún nos queda un largo camino por andar para garantizar como sociedad colombiana, el derecho de las mujeres a una vida libre de violencias. Estas impactan directamente y de forma diferencial la vida de las mujeres, en especial, de las mujeres trabajadoras, campesinas, afrocolombianas e indígenas; sin desconocer que también afectan a mujeres jóvenes y a las niñas. Las múltiples e interconectadas violencias ocurren y se replican a lo largo de sus vidas, lesionan sus cuerpos, dejan profundas huellas a nivel emocional, restringen sus posibilidades de libre expresión y desarrollo. A su vez, fracturan a la sociedad en su conjunto quien termina por normalizar, naturalizar, callar o justificar las prácticas violentas y al agresor; mientras mira con sospecha, cuestiona e incluso condena a las víctimas. 

Reconocer que la violencia es una construcción social y no la expresión natural de nuestra condición humana; atrevernos a denunciar su papel como instrumento al servicio del poder; adentrarnos en sus dinámicas y operaciones; problematizar las generalizaciones y visibilizar sus impactos diferenciales, puede constituir un camino de reflexión-acción valioso, para que como Universidad y sociedad podamos comprometernos en avanzar hacia la consolidación de una cultura de Cero Tolerancia con las Violencias Basadas en Género.