Columna de Opinión
Opinión
Abril 28, 2025

Leer en tiempos de redes sociales ¿está en peligro el hábito de la lectura?

Miguel Rocha Vivas
Director del Departamento de Literatura 

En Mingas de la palabra, trabajo doctoral coeditado por la Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad de los Andes, propongo dos nociones de lectura centradas en las escrituras indígenas contemporáneas. Con la primera noción, visiones de cabeza, se pueden constatar las maneras en que sociedades no occidentales interpretan modos de ser leídos, representados e interpretados en libros académicos y obras literarias. Es decir, se trata de un modo de leer cómo se es leído. Con la segunda noción, oralitegrafías, es posible leer a partir de las conjunciones textuales entre oralidades, textos alfabético-literarios y escrituras picto-ideográficas. Esto implica sugerir lecturas entre diferentes registros, soportes y tipos de producción escrita entre culturas. 

Las cifras sobre la lectura en Colombia y Latinoamérica son para muchos desalentadoras. Con todo, al aproximarnos a las diferentes culturas que cohabitan en estos territorios, es de notar que hay un enorme subregistro, o no registro, de otras formas de lectura. El paradigma actual es el de la lectura alfabética de textos impresos o electrónicos, a lo cual se suma el creciente pero convencional repositorio de signos, logos y emoticones con que es posible comunicarse a través de dispositivos www como teléfonos móviles y computadores. Así es como emergen narrativas exentas de palabras y lenguas específicas como la creada por el diseñador chino Xu Bing en From point to point, la cual he estudiado en detalle en Textilos (2024). En sus páginas a color, diseñadas sólo con logos y emoticones, se narra un día en la vida de un oficinista en una gran ciudad del mundo. El autor chino considera que se trata de una novela, pero esto es cuestionable, pues si efectivamente se logra una comunicación narrativa, ésta carece de las posibilidades expresivas e imaginativas del lenguaje literario. Con todo es una realidad que las generaciones actuales narran y se comunican, incluso literariamente, a través de chats, plataformas y todo tipo de redes sociales, como lo constatan permanentemente quienes trabajan con niños y jóvenes en promoción y mediación de lectura. 

Como lo constata en No soy un robot (2024) Juan Villoro, crítico literario mexicano, hoy en día leemos de muchas maneras y en múltiples formatos. Ahora bien, además de ser la primera generación que tiene que demostrar que no es un robot, también es cierto que la gran mayoría de frases, y con suerte textos, que nos vemos con frecuencia obligados a ojear o a leer, se encuentran determinados por el incremento de la burocracia (cuyos mensajes pueden ser respondidos automáticamente) o por el predominio de algoritmos que nos muestran lo que supuestamente nos gusta, y que no es otra cosa que los rastros de galletas o cookies que dejamos al navegar en internet y en redes sociales. Así es como nos ofrecen lo que puede captar nuestra atención, definir un perfil y aumentar el deseo de consumo de ciertos productos. De tal suerte pasamos a ser “leídos” como tendencias en bases de datos. 


La lectura en tanto hábito de comprensión e incluso de divagación, entre otras tantas posibilidades, poco o nada tiene que ver con una tendencia algorítmica o un repaso táctil de imágenes y palabras electrónicas. Con la lectura de una novela, un cuento, un ensayo o un poema, solemos detenernos y demorarnos. Con la lectura creativa o literaria nos leemos simultáneamente a nosotros mismos, pues procesamos e imaginamos a través de nuestras propias imágenes, sensaciones, memorias e historias. Esto también ocurre, usualmente de manera más colectiva, con los relatos orales de persona a persona, los cuales no están escritos, pero se transmiten a partir de un enorme repertorio de gestos, preguntas, silencios, tonos, pausas y acentuaciones. 

En mi trabajo de lectura con personas de culturas en donde existe mas no se privilegia la escritura alfabética, he podido experimentar que los hábitos contemplativos, lentos, sapienciales y con frecuencia mediante espirales de la palabra, se suele expresar en unas artes verbales muy elaboradas que tienden a complementarse con otras formas de escritura y registro: tejidos, cerámicas, cestas, tallas de madera, esculturas de piedra, pinturas corporales, etc. Es decir, no sólo no hay culturas ágrafas, sino que para muchas de las así llamadas todo es susceptible de ser leído. Ante todo, el cuerpo entre otros cuerpos (lo comunal); y sobre todo el cuerpo como parte de la naturaleza. Como escribe Hugo Jamioy, oralitor camënstá, en el texto Ndosertanëng:  


“A quién llaman analfabetas 

a los que no saben leer  

los libros o la naturaleza; 

unos y otros  

algo y mucho saben”. 
 

Tenemos así, en tiempos del giro biocéntrico, el doble reto de ampliar nuestras relaciones y nociones de lectura con la naturaleza que somos, así como la necesidad de aprender, o al menos de reconocer, otras formas de lectura y escritura. Semejante reto no puede ser asumido virtualmente o con premura. Nos implica de cuerpo entero como toda lectura profunda; no deja rastros que puedan ser cooptados; no ofrece respuestas automáticas; y requiere como todo buen hábito: paciencia, regularidad y perseverancia. Además, requiere todo el tiempo posible, no las migajas de un tiempo rápido y fragmentado.  

Leer viene del latín legere: escoger. Las posibilidades actuales de lectura son numerosas, casi que infinitas como en El Aleph de Borges. Lo que está en peligro hoy en día no es tanto el hábito de la lectura, como el acto ético y estético de saber escoger.