Hoy en la Javeriana: La pascua fiesta de la vida - Hoy en la Javeriana
La pascua: fiesta de la vida
Luis Fernando Múnera Congote, S.J., Rector
Nos disponemos para vivir y celebrar la Semana Santa, un tiempo para hacer un alto en el camino, reflexionar, vivir buenos encuentros con la familia y los amigos. En el espíritu de lo que celebramos los cristianos, los invito a vivir estos días como un momento para acoger y agradecer la vida. La Pascua es una fiesta de la vida.
Si nos detenemos un poco a pensar, no es tan fácil saber qué es la vida y los científicos están de acuerdo en que se tienen que dar una serie de condiciones poco probables para llegar a tener una experiencia de vida consciente. Si bien, hemos construido explicaciones científicas, la vida y la muerte generan preguntas y nos abren al misterio.
Desde la fe, la vida es don recibido de Dios por amor. En la Pascua, la celebración del misterio de la resurrección del Señor Jesús, una luz se enciende y rompe las tinieblas, recordamos que nuestra historia es una historia de salvación de un Dios que se ha apasionado por la humanidad, venimos del amor y caminamos hacia una promesa de vida en plenitud.
En la Semana Santa hacemos memoria de los últimos días de la vida de Jesús, de los conflictos y contradicciones que llevaron a su muerte, de la entrega total de su vida. Para llegar a la resurrección, el Señor Jesús ha hecho un largo camino en el que ha afrontado el desprecio y el dolor, entregado su espíritu y atravesado la muerte.
En la experiencia de la fe cristiana, la resurrección es el centro desde donde se ilumina y cobra sentido todo lo demás. Los cristianos vivimos la experiencia del espíritu del resucitado. Como el árbol expresa en profundidad la identidad de la semilla que un día fue enterrada, sin la resurrección es imposible comprender el misterio del Dios hecho hombre y su presencia entre nosotros. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto.
Somos seres humanos, un trozo de cosmos que ha tomado consciencia de sí mismo y de su lugar en el mundo. Vivimos en nuestra carne el misterio de la vida y de la muerte, vivimos y morimos con el impulso y la convicción de que estamos llamados a la vida. La experiencia de la fe nos dice que bebemos en el pozo de la vida del resucitado y experimentamos su presencia en nosotros y entre nosotros.
Los invito a vivir estos días de la Semana Santa como un tiempo para vivir y celebrar la vida, ese frágil y misterio que nos atraviesa, ese bello y efímero regalo que se ha puesto en nuestras manos. Tomémonos el tiempo de acoger y agradecer las cosas simples que nos hacen sentir vivos, los momentos de estar y compartir.
En los seres vivos, la materia se autoorganiza para mantenerse y generar más vida. Una de sus grandes paradojas es que la vida se hace más fecunda y rica cuando puede fluir y entregarse y se va apagando cuando se guarda y atesora. Como Dios mismo entregó su vida para que nosotros podamos tener vida, nuestra propia vida se enriquece cuando encuentra lugares para entregarse con sentido y se empobrece cuando se encierra. No caigamos en la tentación de dejarnos encerrar por el miedo y la incertidumbre, como la semilla que por miedo al agua y al viento no se abre para dejar salir el misterio de la vida que lleva dentro.
En esta invitación a vivir y disfrutar la vida, no podemos olvidarnos de tantas personas para quienes la vida se ha convertido en un peso, por sus condiciones precarias, porque les ha tocado sufrir la violencia, porque no encuentran oportunidades para florecer como seres humanos. Sabemos que muchas personas en nuestro territorio sienten la soledad y el abandono, sufren luchando por sobrevivir. Sentimos el llamado a la solidaridad, a buscar que todos podamos tener una vida digna. La posibilidad de disfrutar la vida debe ser un regalo para todos.
El drama de la lucha entre la vida y la muerte se expresa de manera poética en uno de los textos que leemos el día de la resurrección, “Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta” (Secuencia de la liturgia de Pascua) . Cada uno de nosotros vive y hace parte de ese drama, pero nuestra esperanza está puesta en que la fuerza, la vida, que se expresa muchas veces en lo sencillo, es más fuerte que la muerte. Hemos recibido misteriosamente la vida por amor y caminamos con la convicción de que ese mismo amor nos llama a una vida plena que se construye en este camino compartido y nos abre a la eternidad.
Vivamos esta Semana Santa como un tiempo de renovación, un alto en el camino para alimentar nuestra esperanza.