El progreso como un arma de doble filo
William McNeill, un gran historiador canadiense que en el siglo pasado se ocupó muy en serio de las plagas y las pandemias a través del tiempo desde el principio de los tiempos, solía decir que, vista desde la perspectiva de los demás organismos vivos que pueblan la Tierra, y si ello fuera posible, la especie humana parece una enfermedad contagiosa de altísimo poder destructivo.
Esta idea pesimista y desoladora del lugar del ser humano en la “creación” (por usar el concepto religioso, aunque en su acepción más amplia y más rica) suele ser la de muchos defensores del ambiente, que señalan la vocación depredadora del hombre: su tiranía implacable sobre todo lo demás. Al mismo tiempo, una idea así plantea, a veces de manera implícita y a veces de manera explícita, una reflexión de fondo sobre la condición humana, sobre el hecho excepcional y casi milagroso que significa nuestra especie en la historia de la evolución.
Son dos posturas extremas, claro, la de un pesimismo desgarrado, que ve en la humanidad una desgracia para el planeta, y la de un progresismo a veces ingenuo o a veces cínico, que solo ve en la historia de la evolución la acción providencial del ser humano y sus grandes conquistas y su derecho a hacer del mundo una despensa, una fábrica y un territorio de franca e ilimitada explotación.
El progreso puede ser a un tiempo bendición y maldición: el mito de Prometeo, el mito de Frankenstein; en ambos casos es promesa y es advertencia también: la del paraíso en el que estamos y el infierno en que lo podemos volver.
El Antropoceno es el concepto griego que han acuñado algunos científicos para darle un nombre al impacto de las actividades humanas a escala global.
El Antropoceno es el concepto griego que han acuñado algunos científicos para darle un nombre a esta suerte de nueva era geológica de nuestro planeta, en la que el impacto de las actividades humanas, a escala global y de manera constante y en permanente crecimiento, ha engendrado un nuevo orden natural; uno muy precario y peligroso, dicho sea de paso, cercano al colapso en algunos de sus puntos más críticos.
También sobre esta idea del Antropoceno reflexiona con hondura y erudición Ernesto Guhl, y lo hace para proponer, repito, una serie de diagnósticos y una serie de iniciativas que buscan trascender la teoría y llevarnos a una práctica ambiental mucho más transparente y compasiva con nosotros mismos y con el entorno, mucho más inteligente, en el verdadero sentido de la palabra. Pero no hay aquí, en este libro, concesiones gratuitas a esas fórmulas y esos rituales vacíos que durante años la cultura corporativa ha difundido para dar la apariencia de que de verdad le importa el ambiente. No hay aquí invocaciones de lo “sostenible” como un saludo a la bandera, por lo general muy cínico y perverso, además, sino que hay una apuesta con el alma por encontrar por fin un camino que nos permita hacer de este planeta, que es el único que tenemos, al menos por ahora, un lugar mejor y más amable, duradero y posible.