
La Ética, víctima del “desplazamiento forzado”: Discurso de un dinosaurio
Frankie, un dinosaurio virtual, irrumpió en la Asamblea General de la ONU, el 28 de octubre de 2021, con un discurso dirigido a quienes, ante la “presunta” catástrofe del planeta, esquivan las medidas eficaces para evitar su extinción y la del género humano. Hoy todo es “virtual”, “presunto”, y nada es “real”. Pero entre junio y agosto 2022, Europa y el orbe arden en hombres y bosques.
Mi discurso de dinosaurio no es, sin embargo, sobre el calentamiento global, sino sobre un tema -también “virtual” y “presunto”, pero “real”- que amenaza con destruir lo auténticamente “humano”. Es el tema de la “ética”, víctima de un “desplazamiento forzado” por la moral del “todo vale” y el “pragmatismo” político, disfrazado de “arte de lo posible”.
Soy consciente de que, al hablar de ética y moral existe una “cuestión de nombre”. Unos entienden por moral lo que otros entendemos por ética, y viceversa. Con Aristóteles prefiero referirme a la “ética” como al proceder de una “vida buena” (eudaimonia); que no es lo mismo que una “buena vida”. Y referirme a la “moral” como al conjunto de “costumbres” (“mores”) de una sociedad; y a la “política” como búsqueda de convergencia de las fuerzas sociales para el “bien común”.
La “ética” de la vida buena se basa en la dignidad de la persona humana, en el derecho inviolable de toda persona -por el solo hecho de serlo- a la vida, a ser respetada y valorada en su integridad física, espiritual y moral. La dignidad es inherente a la persona; no nos la confiere nadie: ni la sociedad ni el estado ni el derecho positivo; pertenece a todo ser humano en cuanto racional, libre y autónomo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 habla de la «dignidad intrínseca a todos los miembros de la familia humana», y afirma que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos».
Es ético lo que hace crecer personal y colectivamente la dignidad de la persona humana. Lo que realiza auténticamente su “humanidad”: su vida, su dignidad, su libertad, su derecho a la verdad y al bien. No es ético lo que disminuye, degrada o destruye la dignidad: el desprecio por la vida ajena y las múltiples formas de violación de su libertad: la mentira, el engaño, la discriminación, la explotación, la trata y todo lo que niega su igualdad fundamental. ¡Hoy la ética debe ser reconocida como “víctima” del desplazamiento forzado!
El gran enemigo de la auténtica política, es la “voluntad de poder” a toda costa, el deseo de imponer la propia voluntad.
La “moral” es el conjunto de costumbres (“mores”) de una sociedad, grande o pequeña. Es la forma como ella va construyendo su modo de vida particular: sus relaciones familiares y sociales, sus formas de comunicación y trato; el espacio de lo privado, lo público y lo íntimo; su lenguaje, sus fiestas, sus creaciones artísticas. Es su “cultura”: lo que ella ha ido “cultivando” al interior de sí misma. La forma de organizar y embellecer su vida concreta “apropiándosela”, “domesticándola”.
¿Podrá aceptarse como costumbre “humanizante” la moral del “todo vale”? ¿La corrupción en sus múltiples formas? ¿La destrucción física o social de una persona, denigrándola, calumniándola, desprestigiándola para alcanzar determinados fines? ¿No es esto un desplazamiento forzado de la ética como “vida buena”, convirtiéndola en una auténtica “víctima”?
La “política”, por su parte, es uno de los ejercicios más nobles de la actividad humana. Es el empeño por realizar el “bien común”. Pero puede transformarse en la actividad más aberrante, si se convierte en la búsqueda individualista del provecho de una persona, de un partido, de una institución o asociación, sacrificando el bien común en aras de intereses egoístas.
El gran enemigo de la auténtica política es la “voluntad de poder” a toda costa, el deseo de imponer la propia voluntad: físicamente (con la fuerza), jurídicamente (con leyes dictatoriales) y no dignamente (con el diálogo y la concertación). Cuando las campañas electorales se convierten en “luchas egoístas por alcanzar el poder”, la política se degrada, pierde su dignidad y se convierte en una práctica abominable en la que “todo vale”. La ética es entonces una víctima más del “desplazamiento forzado”.