Libertad y Orden: el lema de Colombia
Hace ya casi dos siglos, los colombianos incluimos en el escudo nacional una cinta ondeante en la cual aparece escrito el lema que para todos es bien conocido, “Libertad y Orden”, dos palabras que podrían parecer contrapuestas y que, sin embargo, deben enmarcar el rumbo de un país que busca el progreso y el bienestar de todos sus ciudadanos. Por estos días, de tanta inquietud y zozobra, marcados especialmente por la pandemia que no pasa y los graves efectos económicos que ha causado; días en que de nuevo ha habido protesta y movilización social, en las que lamentablemente no han faltado actos de violencia y vandalismo, con heridos y muertos, además de pérdidas cuantiosas, así como otros hechos en que se ha visto abuso de la fuerza por parte de las autoridades, bien vale la pena reflexionar sobre el lema de Colombia y tratar de encontrar luces que nos ayuden a seguir adelante con los ojos puestos en la construcción de un mundo mejor.
Cuando pensamos en la libertad, la idea que viene a la mente es la del vuelo de los pájaros, que pueden desplazarse por los cielos de manera autónoma, desafiando la gravedad, con una gran facilidad para cambiar de velocidad o altura, lo mismo que para detenerse. Sin duda, este es un gran símbolo de la libertad. ¿Qué sería lo contrario? Lo que nos muestran, no solo las cadenas y grilletes que en tiempos nefastos fueron expresión de la esclavitud y el desconocimiento flagrante de la dignidad humana, sino también las rejas que aíslan en las cárceles a los hombres y mujeres condenados por violar las leyes. Como una prisión también podemos considerar la adicción al dinero, la fama, la droga y a tantos ídolos de barro que logran someter, enloquecer e incluso aniquilar a un individuo. Por supuesto, el valor de la libertad lo conocen muy bien las víctimas del secuestro, personas que de manera forzada han permanecido en cautiverio, al arbitrio de unos delincuentes; lo mismo que quienes deben vivir bajo regímenes dictatoriales y totalitarios, donde no se permite disentir y se castiga brutalmente toda opinión que contradiga lo establecido por quienes se han hecho al poder. Ciertamente, la libertad resulta incómoda para los tiranos.
Ahora bien, no puede entenderse la libertad como la posibilidad de hacer uno lo que quiera, lo que se le ocurra. En efecto, todos tenemos límites que son de diversa naturaleza, los primeros, impuestos por nuestra condición física; otros, por los recursos con que contamos, y también por la relación que necesariamente mantenemos con las personas que nos rodean, familiares, amigos y vecinos, lo mismo que compañeros de trabajo y conciudadanos. Es entonces cuando se hace indispensable hablar del orden, de normas y acuerdos, de instituciones y leyes que regulen esas relaciones, nuestra vida en sociedad y aseguren la unidad. Es lo que ocurre con un organismo o con cualquier mecanismo integrado de partes diferentes, cada una con sus particularidades: su cabal ordenamiento es lo único que le permite mantener el dinamismo y operar con eficacia.
Siempre será un reto poder asegurar simultáneamente la libertad y el orden, sin permitir el caos en las calles ni el atropello a las personas.
Vale la pena recordar que “la finalidad de la ley, -según John Locke (1690)-, no es abolir o restringir, sino defender y ampliar la libertad; pues en todos los estados de seres creados capaces de leyes, cuando no hay ley, no hay libertad”. A su juicio, “la libertad consiste en disponer y ordenar lo que conviene a la propia persona, a sus acciones, posesiones, y a toda su propiedad, con el debido respeto de las leyes bajo las que cada uno vive, no estando por consiguiente sujeto a la voluntad arbitraria de otro, sino siguiendo libremente la suya”.
Queda claro que, lejos de recoger principios contrapuestos, el lema de Colombia nos habla de dos pilares esenciales en toda democracia. Se trata de asegurar, por una parte, la libertad de los ciudadanos, lo que exige respetar sus derechos y escuchar con atención su voz, independientemente de su filiación política y creencias; y por otra, el orden social, que surge de la observancia de la ley y el cumplimiento responsable de los deberes por parte de los mismos ciudadanos. Siempre será un reto, -en los días de protesta así lo hemos comprobado-, poder asegurar simultáneamente la libertad y el orden, sin permitir el caos en las calles ni tampoco el atropello a las personas.
No podemos consentir que la cultura del odio, la violencia y la intimidación ganen terreno en nuestro país y terminen desvirtuando el legítimo derecho a la protesta a la vez que causa graves daños al bienestar y al patrimonio de los ciudadanos; tampoco podemos permitir que el malestar social y la defensa de nobles ideales sean puestos al servicio de intereses políticos y ambiciones de poder. Nosotros decimos sí a la libertad y el orden, presupuestos de la democracia y de esa “sociedad más civilizada, más culta y más justa” con la que estamos comprometidos en la Javeriana desde hace muchos años. Sabemos que sin libertad y orden no es posible fortalecer la convivencia y avanzar en el camino de la reconciliación.