Preliminares
Presentación
Marisol Cano Busquets1Decana de la Facultad de Comunicación y Lenguaje (2014-2023), Pontificia Universidad Javeriana.
En la explosión de múltiples y diversas voces que han marcado estos años recientes en Colombia y en esa confluencia de lenguajes y acciones que emergen desde diferentes lugares de enunciación se ha puesto de manifiesto el rol crucial del discurso como dispositivo de legitimación y transformación de ideas sobre la realidad.
No podría estar ajena a ello nuestra emblemática Cátedra Unesco. Por ello convocamos la XXVIII Cátedra Unesco de la Comunicación en torno a dos preguntas: ¿cómo puede aportar la academia en la comprensión de esa diversidad y en la construcción de consensos constructivos para visualizar mejores presentes y mejores futuros sin que eso implique eliminar la diferencia? y ¿cómo, desde el periodismo, se puede planear una mejor cobertura de los movimientos y estallidos sociales como el ocurrido en 2021, que tiene claros antecedentes en 2019, sin que se contribuya a criminalizar la protesta legítima, y, por el contrario, generar aportes para comprender e interpretar los motivos y el fenómeno de la profunda inconformidad que se ha hecho evidente?
El escenario de protesta social, como lo hemos vivido, lo es también de nuevas polarizaciones. En Popayán, Duitama, Cali y muchas otras ciudades del país, periodistas que cubrían las movilizaciones fueron golpeados, retenidos y fueron confiscados sus materiales de trabajo por integrantes de la policía. En las calles, personas encapuchadas los agredían y obstruían su labor periodística. En Bogotá, un performance tiñó de rojo el agua de las piletas que anteceden las fachadas de los edificios donde operan dos grandes medios de comunicación. En redes sociales se atizaba el fuego de una batalla que quizá ni los contrincantes en disputa, de por sí difíciles de definir, sabían que la estaban librando: medios tradicionales vs. medios alternativos o independientes.
Una atmósfera hostil y violenta para el ejercicio del periodismo, una voz en alza que expresa animadversión ciudadana hacia los medios y una nueva realidad de interacción entre tecnología y sociedad nos obligan a observar desde otros ángulos el rol de los medios y del periodismo en situaciones de protestas y estallido social como las que ha vivido Colombia.
En el actual ecosistema mediático, internet se ha convertido en el campo de batalla de la información. Asistimos a guerras inéditas por la verdad y el poder. Tormentas de odio, ejércitos de troles poniendo a circular datos engañosos y estrategias de desinformación que buscan confundir, distorsionar, ocultar los hechos y minar la credibilidad y la confianza en las fuentes de información solventes hacen aún más difícil el trabajo de los periodistas.
Los valores fundamentales del periodismo y los estándares de calidad periodística, que son faro y compromiso de los profesionales de la información, suponen ahora un desafío mayor frente a estas realidades. Los periodistas y los medios desempeñan un rol esencial para la sociedad y están llamados a cumplirlo con responsabilidad, autonomía, altos estándares éticos, sentido de servicio público, mirada amplia y plural, y distancia crítica de todos los poderes, incluido el de la propiedad de los medios si quienes la detentan ejercen presión para que prevalezcan intereses extraperiodísticos en la toma de decisiones sobre la información que se publica.
El interés público es uno de los pilares que guía la labor periodística, y ello comporta ejercicios de transparencia, autorregulación —que no autocensura— y rendición de cuentas; algo cada vez más demandado por la sociedad. Por ello, es indicador de transparencia contar con estándares éticos que orienten el proceso de producir información; hacer visibles la misión, la propiedad y los posibles conflictos de interés de los medios; diferenciar con claridad la información frente a la opinión, a la publicidad, al contenido pago y al activismo; asegurar procedimientos claros y ágiles para tramitar aclaraciones y rectificaciones; y crear espacios públicos para dialogar con las audiencias, entre otros. En este nuevo ecosistema informativo sería deseable que también aumentara la transparencia de todos aquellos que han tomado la voz en la esfera pública digital como productores de contenidos.
Los periodistas están obligados, porque así se los exige su profesión, a brindar información de calidad, fiable y precisa; a contrastar y decantar; a brindar contexto, evitar visiones superficiales de la realidad y asegurar diversidad de voces y perspectivas; a dudar y a hacer preguntas incómodas; a interpretar y a ayudar a entender los acontecimientos; a develar los abusos de autoridad y las violaciones a los derechos humanos; a cuidar el lenguaje y a llamar las cosas por su nombre y sin eufemismos; a escuchar; a evitar el fomento del odio; a aumentar el conocimiento del otro; a trabajar sin descanso en la búsqueda de la verdad.
Los medios comprometidos con el periodismo de calidad se esfuerzan por hacer una cobertura profesional de acontecimientos como el estallido de inconformidad, manteniendo el equilibrio entre la rapidez y la rigurosidad informativa en un territorio competitivo y vertiginoso que les exige proveer información las veinticuatro horas del día, mientras se debaten para hacer frente a un modelo de sostenibilidad económica afectado por las grandes plataformas tecnológicas. Deben ser conscientes, además, de que su actuación puede agravar la crisis sociopolítica. Son momentos, qué duda cabe, para exacerbar el sentido de la responsabilidad periodística.
Ahora bien, quienes usan el nuevo ecosistema digital para informarse y para interactuar en él deberían afinar el pensamiento crítico y contar con los conocimientos necesarios para entender cómo funcionan los algoritmos, cómo operan y quién está detrás de los procesos de desinformación, polarización y puesta en circulación de información interesada y falseada que busca crear confusión, y deben prepararse para distinguir las fuentes de información creíbles de las que no lo son. De ahí el valor de las iniciativas dedicadas a chequear la veracidad de la información, a aportar indicadores de confianza y transparencia para aplicar al contenido que circula en las redes y a promover procesos formativos en ciudadanía digital y alfabetismo mediático.
Como bien lo documenta el Instituto de Internet de Oxford, las campañas de manipulación en medios sociales se desarrollan con más fuerza en momentos cruciales de elecciones, referéndums y crisis. Desacreditar a los periodistas que se esfuerzan por hacer bien su labor e incentivar la pérdida de confianza en fuentes de información rigurosas e idóneas contribuye a minar los pilares fundamentales de la democracia. Lo que se evidencia es el enorme compromiso que tenemos de estudiar a fondo los grandes retos sociotecnológicos que nos presenta esta nueva era y de contribuir a prevenir las polarizaciones emergentes con las que pierden la democracia, el periodismo y el derecho de los ciudadanos a estar bien informados.
En ello tienen un rol determinante las universidades, sus académicos y un escenario como la Cátedra Unesco de Comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana. Esta última nos ofreció en la edición de 2021, como lo muestra esta publicación, un rico panorama de abordajes de las protestas y estallidos sociales que han marcado nuestra historia reciente al pensarlas e investigarlas desde los discursos, las representaciones mediáticas, el derecho a la información y las expresiones ciudadanas.
Fue la Cátedra también un espacio para hacer un homenaje al P. Joaquín Emilio Sánchez, quien fuera Decano de la Facultad de Comunicación y Lenguaje por más de dos décadas. La oficina del P. Joaco, para un grupo de estudiantes como yo, en la década del ochenta, era un tesoro por explorar. Lo hacíamos con toda prudencia, respeto y cuidado cuando él, con una cierta complicidad al observar nuestra avidez de conocimiento, nos abría la puerta para ingresar. Aquel era el primer lugar de Colombia, sin duda, al que llegaban los libros y revistas del campo de la comunicación recién publicados por editoriales y universidades de España, Estados Unidos y los distintos países de Latinoamérica, así como las copias, a veces en mimeógrafo, de las ponencias de los investigadores y autores que en ese momento empezaban a marcar la versión latinoamericana de la comunicación, y que fueron, sin duda, el origen de esta Cátedra Unesco.
Eran los años ochenta. Acceder a los resultados de los procesos de investigación y generación de nuevo conocimiento era un verdadero desafío. El P. Joaco fue un hábil tejedor de relaciones y a él le debemos mucho de los vasos comunicantes que hoy tenemos los estudiosos de la comunicación en este rincón del mundo. Su capacidad de acoger, y de vincular, tuvo mucho que ver con el éxito de esta misión. Para conmemorar los cincuenta años del restablecimiento de la Pontificia Universidad Javeriana organizó la monumental Semana Internacional de la Comunicación, que, como la describió él mismo, era un acontecimiento extraordinario, pionero en América Latina y un espacio de reflexión y diálogo del más alto nivel con personalidades dedicadas al estudio de la ciencia de la comunicación. Lo movía la idea de despertar en profesores, estudiantes y egresados el interés por la problemática de la comunicación y por crear la necesidad de la investigación como base para un tratamiento científico de ella. ¡Y claro que lo logró! Recuerdo muy bien cómo nos abrió ese espacio a los estudiantes, cuántas horas dedicamos a apoyar el evento, pero, sobre todo, cómo propició que participáramos en las mesas de trabajo y pudiéramos dialogar e interactuar —a partir de esa comunicación horizontal en la que siempre creyó—con autores y referentes de nuestro campo de estudio como Armand Mattelart, Jesús Martín-Barbero, Everett Rogers, Luis Ramiro Beltrán, Antonio Pasquiali y Fernando Reyes Matta.
Desde ese momento —y nos sentimos orgullosos por ello—, el P. Joaco puso a Colombia, a la Javeriana y a nuestra facultad a la vanguardia de los estudios en comunicación. Fue timonel, desde este campus, de la Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación, esfuerzo en el que unió a 23 países y a más de 350 facultades, y lo hizo con la certeza de que la mejor manera de responder a los diversos procesos y problemas de la comunicación era fortaleciendo la formación de profesionales, tendiendo puentes de cooperación y de trabajo conjunto.
No había pasado un año desde la realización esa semana internacional, cuando once estudiantes de Comunicación Social le estábamos proponiendo la creación de un nuevo énfasis en investigación, comunicación y desarrollo para la carrera, en clave de concepciones metodológicas y bases teóricas que superaran el enfoque funcionalista y abrieran caminos a opciones situadas que observaran, problematizaran y aportaran desde el contexto latinoamericano en un diálogo global enriquecido a partir de esta mirada. Sin los pesados procedimientos de las actuales normativas para la educación superior y sus largos tiempos de aprobación, el énfasis fue una realidad que pudimos disfrutar los mismos estudiantes que llevamos su primer borrador al P. Joaco.
El P. Joaco tuvo un decidido compromiso con la formación de maestros en nuestro país y por la dignificación de esa bella decisión de vida desde una impronta puesta en la relación entre comunicación, medios y educación. Fue un innovador de lo que en la década del setenta se denominaba educación a distancia —premonición de lo que hoy conocemos como educación virtual—, y en las formas de acercar a los maestros de todo el país las tendencias, los nuevos desarrollos metodológicos, técnicos, pedagógicos y de construcción de comunidades de aprendizaje, al potenciar con creatividad y una enorme capacidad de gestión las posibilidades ofrecidas para ello por los medios de comunicación y las tecnologías de información.
Con la gracia y el humor que lo caracterizaron siempre, se refería a una de sus obras maestras, Educadores de hombres nuevos—, como el programa de televisión “que se emitía los sábados a las 7:30 de la mañana antes de La Abeja Maya y de Los Superamigos, con lo cual los jóvenes —que en aquella época se levantaban muy temprano a ver televisión— se encontraban con la Javeriana hablando durante media hora sobre educación”.
Pensar en los contenidos de la televisión pública y privada fue otro interés al que contribuyó desde diversas instancias, como la creación de la programadora CENPRO Televisión, la dirección del espacio Universidad Abierta, la participación en el desarrollo de políticas públicas en televisión, y la investigación en análisis de contenido de la programación televisiva, pero, en primera línea, asegurando que los egresados de su facultad aportaran a la sociedad colombiana aquello que él tenía muy claro: entender que en una buena comunicación se halla el fundamento de una mejor calidad de vida.
Se esforzó por garantizar que desde los distintos escenarios de nuestro desarrollo profesional los egresados fuéramos capaces, desde la comunicación, de incidir positivamente en la construcción de una sociedad que se representa mejor a sí misma, de forma más abierta, menos desigual; algo estrechamente ligado al pluralismo y a la diversidad de los medios de comunicación y de sus agendas de contenidos. Nos enseñó a debatir y a preguntarnos cuánto país no contado, o contado desde un mismo enfoque, teníamos por delante para observar y narrar de forma diferente, y para impulsarlo a comunicarse con honestidad, ética, creatividad y esperanza.
El P. Joaco creyó con tenacidad en la comunicación y en la educación, a las que dedicó su vida, y sembró en nosotros el amor por comunicar sentidos, por lo que enseñamos y por aquellos a quienes lo enseñamos. Su capacidad de inspirar y su mirada de amplios horizontes han sido un regalo para quienes lo conocimos. Nos deja un legado que sabremos enriquecer y honrar en su memoria en múltiples escenarios; uno de ellos, esta Cátedra Unesco.