Hoy en la Javeriana: La amabilidad democratica - Hoy en la Javeriana

La amabilidad democrática
Luis Fernando Múnera Congote, rector de la Pontificia Universidad Javeriana
Para pensar en la democracia tenemos que remitirnos a muchas corrientes y tradiciones diferentes y, por eso, no tenemos una definición unívoca de qué es una sociedad democrática ni cuáles serían sus valores y modos de proceder. Hay muchos regímenes políticos diferentes, incluso monarquías, que se consideran democráticos, y en otros casos, sociedades constituidas como repúblicas democráticas se proponen como proyecto político “democratizar la democracia”.
Existe, no obstante, un aire de familia en los regímenes que llamamos democracia, entre los que podemos enumerar: elecciones libres, separación de poderes, libertad de pensamiento y un juego de pesos y contrapesos. No existe un modelo perfecto de democracia y los sistemas políticos que reconocemos como democráticos desarrollan un nivel aceptable de estos principios que siguen siendo una aspiración de sociedades que buscan libertad política.
Centrarse en las características del régimen político, nos lleva a dejar por fuera de la reflexión el elemento más importante de la vida democrática: el ethos o la cultura democrática. Para vivir en democracia se requiere que los ciudadanos sean demócratas y hayan asimilado en su modo de ser los valores de la vida democrática que, muchas veces, van más allá de sus propios valores, tradiciones y modos de vivir.
Una característica entonces de las sociedades democráticas es su pluralidad: en democracia conviven distintas maneras de interpretar el mundo, creencias espirituales y religiosas, razas y culturas. La democracia sería un camino para tramitar las diferencias, muchas veces profundas e irreconciliables, sin recurrir a la violencia.
Son pocas las sociedades que han logrado transitar de un pasado lleno de violencia a tiempos de concordia y paz social, que han permitido su progreso. España es un caso emblemático en el siglo XX. La llamada transición española permitió pasar de una larga dictadura a una monarquía constitucional democrática; proceso no exento de vacíos y críticas, en especial el lugar de las víctimas de la violencia política, pero que también deja grandes enseñanzas.
Uno de los artífices de ese pacto político fue Adolfo Suárez, presidente del Gobierno (1976-1981) y antiguo secretario del Movimiento Nacional, quien logró reunirse en secreto con el líder del partido comunista Santiago Carrillo, para pactar la legalización de este partido a condición de garantizar el respeto a la monarquía constitucional, el no uso de la violencia política y la unidad de España. Este encuentro entre dos auténticos enemigos, del que existen muchos relatos e incluso una obra de teatro, ha sido considerado un hito de los pactos entre enemigos que, sin dejar de ser adversarios políticos, consiguen acuerdos.
Hace pocos días tuve la oportunidad de escuchar al hijo de Adolfo Suárez y, por supuesto, apareció la pregunta de cómo aquel encuentro tan improbable había sido posible. La respuesta, por su simplicidad y sabiduría, me sorprendió y ha quedado resonando en mí: no hubiera sido posible sin una cierta amabilidad democrática.
Tenemos muchas maneras de ver el mundo, concepciones de la vida y de la política, así como distintos modos de vivir, pero seguimos siendo seres humanos con temores, prejuicios y, también, capacidad de empatía. Para convivir, entender la acción política, llegar a acuerdos e ir más allá de nuestras diferencias, gracias a nuestra común humanidad, necesitamos cultivar la amabilidad democrática: querer comprender las discrepancias y adoptar modos de escuchar y aproximarse al otro que permitan la conversación y el encuentro trascendiendo las diferencias.
Cuando entendemos la amabilidad como disposición hacia el respeto y la consideración mutua se abren puertas que facilitan el diálogo constructivo y el fomento de la confianza y la cooperación. La acción y la interacción entre personas en el espacio público es un rasgo fundamental de la vida democrática, expandido hoy a lo que conocemos como esfera pública digital. En ese nuevo espacio, en el que la confrontación y la agresividad se han ido afianzando, la amabilidad puede contribuir a mitigar la polarización política y a crear atmósferas que influyan positivamente en la sociedad. La violencia no es sólo física, sino también simbólica y tenemos que apostar por superarla para tejer una vida en común que nos permita soñar un futuro juntos.
Nos queda mucho por aprender para vivir en democracia y para, como Universidad que somos, ser una escuela de la democracia.