Editorial
Navidad
Diciembre 10, 2025

Del milagro de haber nacido y los nuevos comienzos

Luis Fernando Múnera Congote SJ
Rector Pontificia Universidad Javeriana

Estamos viviendo en estos días una época muy especial. La llegada de la Navidad y las expectativas que un nuevo año despiertan en nosotros, hacen de este un tiempo que nos invita a examinar el camino recorrido y a recoger, a dar gracias y a comprender la historia vivida, a imaginar y a proyectar ese seguir adelante que nos convoca. 

Si bien el curso del tiempo es un ciclo natural, que se explica fácilmente con la ayuda de las ciencias, para los seres humanos momentos como este representan un hito particular que nos permite dar ritmo al relato de nuestras vidas, hacernos preguntas y revisitar los sentidos de la experiencia vital. 

Nuestra relación con el tiempo no es la de un eterno retorno de lo mismo, donde la historia se repite y cada uno hace parte de un ciclo sin fin. La Navidad, con su carga simbólica del nacimiento de Jesús, irradia una luz especial. Cada nacimiento no es únicamente el inicio de una vida puntual, sino el comienzo de una historia, de una intervención en el mundo. El “nuevo comienzo inherente al nacimiento se deja sentir en el mundo sólo porque el recién llegado posee la capacidad de empezar algo nuevo, es decir, de actuar”, escribió Hannah Arendt en La condición humana.i 

Este 2025, a propósito del aniversario 50 de su muerte, muchos hemos vuelto al pensamiento de esta filósofa judía nacida en Alemania en 1906. Ella inspira la reflexión que comparto al terminar nuestro año de labores. Arendt nos habla de dos lugares en los que los seres humanos podemos experimentar la novedad en la historia: el milagro del perdón y el milagro del nacimiento. Lo que nos enseña en este sentido, es que cada nacimiento no solo es el comienzo de una vida puntual; es un principio de acción, un comienzo radical que está marcado por la capacidad de transformar el mundo. 

¿Cómo es posible el milagro de lo nuevo en la historia? 

Gracias al milagro del perdón, somos capaces de romper los ciclos de la violencia y la venganza y construir algo nuevo en una mirada compartida hacia el futuro. El perdón pasa por profundas experiencias íntimas y personales y por procesos sociales de reconciliación, pero cuando logra irrumpir, rompe la línea de la historia y permite que algo nuevo suceda en la relación entre los seres humanos. 

El nacimiento representa también el milagro de una novedad, en palabras de Arendt: “El milagro consiste en que nazcan hombres y en que, por el hecho de haber nacido, puedan hacer con su acción un nuevo comienzo”ii. Cada uno de nosotros, cada vida que llega al mundo, representa el milagro de algo nuevo y la esperanza de que el mundo puede transformarse y ser mejor. 


Cada nacimiento no solo es el comienzo de una vida puntual; es un principio de acción, un comienzo radical que está marcado por la capacidad de transformar el mundo. 

 

Así, como el nacimiento de Jesús en su pesebre no requiere de grandes demostraciones de poder, cada acto de “natalidad” ─cada nuevo comienzo─ está cargado de ese potencial transformador, por más humilde que sea su origen. 

Nosotros creemos en la humanidad, en la libertad y en la presencia de un Dios que se ha apasionado por la humanidad y nos ha enviado su Espíritu para acompañar nuestra historia. Desde la experiencia creyente y cristiana de la vida, encontramos nuestro origen en el amor y nuestra vida tiene dirección y sentido hacia ese amor con la promesa de que algún día volveremos a ese amor originario, en una vida más plena que realiza nuestro ser más profundo. La historia y cada vida en particular, no vienen del azar sino que tienen un sentido. 

Era ya noche en Belén y un grupo de pastores que dormía a la intemperie y cuidaba el rebaño, escuchó un mensajero: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo, les ha nacido hoy en la ciudad de David un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc. 2,10-11). En la Navidad celebramos la más profunda novedad de la historia, ha nacido entre nosotros un niño, el salvador enviado por Dios. 

La Navidad no es un tiempo más, es el tiempo en el que acogemos la novedad de la presencia de Dios entre nosotros y en nuestra historia. Dios ha querido tomar nuestra carne y hacerse partícipe de la vida y la suerte de la humanidad en medio de su creación, la venida de Cristo expresa el amor apasionado de Dios por nosotros. 

Por eso, la Navidad es para nosotros fuente de sentido y esperanza. Frente a los discursos pesimistas y apocalípticos que promueven el pesimismo y la desesperanza y que nos agobian anunciando catástrofes y castigos en un mundo en el que todo parecería perdido, nosotros seguimos creyendo en que los seres humanos, inspirados por Dios, podemos hacer algo para cambiar, para tratar de que este mundo herido y roto sea un poco más bello y acogedor para que todos podamos vivir en esta casa común. 

Cada vida que llega al mundo, cada una de nuestras vidas, encarna la posibilidad de que la historia tome otro rumbo. Pensemos también que una universidad es, por vocación, un lugar de nacimientos: de ideas, de investigaciones, de proyectos, de conocimientos, de creaciones artísticas, de propuestas de solución de problemas, de vocaciones profesionales y humanas, de amistades, de compromiso social. 

Los invito a ser portadores de esta luz de esperanza para nosotros y para los demás, cuidemos este regalo que nos trae el niño de Belén para que con nuestros gestos, palabras y acciones expresemos que la amistad, la solidaridad y la bondad son fuerzas capaces de cambiar el mundo. 

La Navidad nos invita a estar atentos para descubrir los brotes de vida y bondad para dar gracias y, como los pastores en aquella noche fría de Belén, estemos atentos para escuchar y alegrarnos con las buenas noticias que nos llegan de lo alto: “hoy nos ha nacido un niño”.